Cincinnati Reds y su poderosa Big Red Machine
Los magn¨ªficos turnos de bateo deleitaron los aficionados de los Rojos proyectando un juego espectacular que trascendi¨® su ¨¦poca.
Cincinnati es una ciudad olvidada en el medio de la nada que puede presumir de dos hitos destacables. All¨ª se form¨® el primer equipo profesional de beisbol en la historia de los Estados Unidos. Y, justamente en el sur-oeste del Estado de Ohio, deslumbr¨® 90 a?os despu¨¦s un conjunto pasado a la leyenda con el apodo de ¡°Big Red Machine¡±, uno de los m¨¢s fuertes que jam¨¢s haya pisado un diamante. Los Rojos en aquellos a?os cautivaron el imaginario colectivo no solamente de la gente que poblaba el ¨¢rea metropolitana de la ciudad. Enamoraron a todos, entendidos y novatos, por ganar y, sobre todo, por hacerlo de forma estilosa y sensacional.
El poder¨ªo de su ataque dio origen al apodo que fue bautizado por un periodista del m¨¢s importante rotativo de la urbe, el Cincinnati Enquirer. Un invento que se le ocurri¨® a finales de los a?os ¡¯60, casi como un signo premonitorio hac¨ªa los fastos de la d¨¦cada siguiente. La peculiaridad de este equipo fue la procedencia de los considerados ocho grandes que conformaron una plantilla casi irrepetible. Sus or¨ªgenes distintos permitieron la mezcla de varias escuelas de beisbol. Los afroamericanos se hab¨ªan criado mirando a sus ¨ªdolos que proven¨ªan de la Negro League e intentaban imitar sus maneras tan aparatosas. Tambi¨¦n el beisbol tradicional estaba evolucionando, prueba de esto un jugador colosal como Pete Rose, un atleta capaz de anticipar los tiempos. A esto tenemos que a?adir la espl¨¦ndida ¨ªndole de los caribe?os.
Los Reds encontraron su proprio encanto cuando se despidieron del vetusto Crosley Field y se mudaron a la orilla del rio Ohio, en el gigante Riverfront Stadium, s¨ªmbolo de la tosca arquitectura de la ¨¦poca. El mariscal era el novato Anderson, un manager originario del Estado del Dakota del Sur. Pete Rose era el leader carism¨¢tico. Nativo de Cincinnati, fue amo y se?or de la ciudad. Sublime bateador, ecl¨¦ctico en defensa, donde lleg¨® a ocupar 6 distintas posiciones, destac¨® en tercera base en la ¨¦poca de oro permitiendo a Ger¨®nimo ejercer como jardinero central. Sus n¨²meros son abrumadores, sus proezas en el diamante apabullantes, sin embargo, me quedo con su liderazgo que permiti¨® ali?ar eminentemente los distintos talentos que se iban acumulando a?os tras a?os.
Johnny Bench fue quiz¨¢s el mejor c¨¢tcher de la historia de la MLB. La estatua que erigieron hace unos a?os en el Great American Ball Park, nuevo recinto de la organizaci¨®n, muestra su prestancia a la hora de defender. Se eligi¨® enfatizar su maestr¨ªa para eliminar un corredor en el intento de robar la base. Johnny es representado justo antes de uno de sus disparos estruendosos que agarraban a cualquier runner. Sin embargo, con el bate tambi¨¦n fue capaz de convertirse en verdugo de una muchedumbre de lanzadores.
Si Johnny Bench es considerado como uno de los m¨¢s destacados prendedores de todos los tiempos, Joe Morgan es probablemente el m¨¢s sobresaliente Second baseman que nos ha brindado la MLB. Su destreza con el guante y su desparpajo a la hora hacer da?os en la caja de bateo eran descomunales. Curiosamente no pensaba as¨ª su entrenador en los Astros de Houston ¨¦l cual cavilaba que no fuera lo suficientemente productivo con el bate y lo ve¨ªa incluso como una amenaza para los equilibrios del vestuario. En un trade bomba, Morgan, junto con Ger¨®nimo y el pitcher Billingham, lleg¨® a los Reds en el a?o 1971. Los tres se convirtieron en pilares del equipo que dominar¨¢ la d¨¦cada. Morgan interpret¨® una manera de jugar muy influenciada por las caracter¨ªsticas de la Negro League.
Cesar Ger¨®nimo, era un jardinero central que sab¨ªa realizar maravillas. Cubr¨ªa el terreno gracias a una rapidez y unas capacidades atl¨¦ticas arrolladoras. Con el vigor de su brazo izquierdo era capaz de congelar a cualquier corredor. Dominicano, hijo de un chofer de guagua, como llaman los autobuses, empez¨® a jugar al beisbol solo a los 17 a?os. Fue entonces que los Yankees lo ficharon e intentaron convertirlo en un lanzador. Sin embargo, acab¨® transform¨¢ndose en un outfielder que cosech¨® 4 Guantes de Oro luciendo la camiseta roja y blanca y el gorro con la letra C. Curiosamente otro latino del equipo era hijo de un chofer, el venezolano Dave Concepci¨®n. Brill¨® en el combinado de los Tigres de Aragua que era entrenado por Wilfredo Calvi?o el cual actuaba tambi¨¦n como ojeador para la organizaci¨®n de Cincinnati. De all¨ª a las Grandes Ligas, el pase fue inmediato.
Tony P¨¦rez, el tercer caribe?o, naci¨® en la Cuba de Batista. Sus padres trabajaban en una industria de az¨²car y ¨¦l se puso en evidencia fulgurando en un conjunto que representaba a Camag¨¹ey, una encantadora ciudad colonial. All¨ª fue firmado por los Sugar Kings de La Habana que viv¨ªan sus ¨²ltimos d¨ªas cuando ya la Revoluci¨®n hab¨ªa triunfado. Los Reyes del Az¨²car jugaban sus partidos en el Estadio Latinoamericano y formaban parte de la estructura de lo Rojos.
Completaban la lista de los magn¨ªficos una pareja de afroamericanos. Ken Griffey Sr., el padre del Hall of Famer KG Junior, que era un atleta poderoso. Quiz¨¢s hubiese podido estallar en el futbol americano si no hubiese decidido enfocarse en el beisbol. Desde el profundo Sur proven¨ªa la ¨²ltima pieza, George Foster, un portentoso slugger dotado de un golpeo de bate avasallador. Empez¨® su carrera con los Gigantes de San Francisco, pero en la bah¨ªa su titularidad era amenazada por la presencia de Bobby Bonds, Willie Mays y Kevin Henderson, de all¨ª un canje que lo llev¨® a los Reds que en aquellos a?os ten¨ªan el talento para acertar cualquier cosa.
En Cincinnati se respiraba un aire ¨²nico. Sin embargo, la fanaticada se qued¨® con la miel en los labios, a lo largo de cinco temporadas. En el a?o 1970 y en el 1972 el equipo gan¨® el t¨ªtulo de la Liga Nacional salvo fracasar en el cl¨¢sico de oto?o. Sobre todo el desenlace del 1972 fue sobrecogedor. La derrota en el partido decisivo ante sus propios aficionados contra los A¡¯s de Oakland fue un tremendo varapalo. Pero lo mejor estaba por venir y el ah¨ªnco encontr¨® una dulce recompensa. Las World Series del a?o 1975 se convirtieron en un cl¨¢sico ineludible de la literatura de los diamantes. Aquellas 7 rutilantes batallas merecieron citaciones en libros y pel¨ªculas. Un simposio de este maravilloso deporte. Dif¨ªcil encontrar un triunfo m¨¢s pasmoso.
En el a?o siguiente la Big Red Machine mostr¨® al mundo su m¨¢ximo potencial. La exhibici¨®n contra los Yankees queda clavada en el recuerdo de los fans como el m¨¢s impresionante ejemplo de una masacre. Y result¨® a¨²n m¨¢s asolador porqu¨¦ fueron barridos los Bombarderos del Bronx en 4 partidos que marcaron la derrota m¨¢s dantesca que padecieron los neoyorquinos, literalmente aturullados. Aquellos d¨ªas de octubre del a?o 1976 resumieron toda la esencia y el arrojo de la Big Red Machine. Fue el sello para la posteridad. El primer anillo es recordado como el m¨¢s rom¨¢ntico, el segundo como arquetipo de una fuerza abrumadora. La leyenda ya estaba escrita. Entre los cursos ¡¯75 y ¡¯76 los fabulosos 8 jugaron juntos 88 encuentros, perdiendo solo en 19 ocasiones. No hace falta a?adir otros n¨²meros. Los Rojos siguieron haciendo las cosas bien hasta al a?o 1981. Sin embargo, nunca volvieron a jugar una Serie Mundial hasta el a?o 1990. Era otra ¨¦poca, fue el ¨²ltimo triunfo, con P¨¦rez esta vez protagonista en el banquillo.
Hoy en d¨ªa en Cincinnati es dif¨ªcil asistir a partidos memorables. La organizaci¨®n entr¨® en un torbellino de temporadas negativas del cual no parece salir. No obstante, nadie se olvida de la espl¨¦ndida cabalgada de los lejanos ¡¯70, por lo tanto es aconsejable una visita al nuevo recinto para poder visitar la Cincinnati Reds Hall of Fame. Un lugar delicioso donde se puede respirar la m¨¢s pura esencia del beisbol y desde donde se asoma el orgullo de quien puede presumir dos hitos memorables.