El Duque, Rey en la Habana y en los New York Yankees
Orlando Hern¨¢ndez protagoniz¨® la ¨¦poca de oro de la pelota cubana antes de triunfar en la MLB tras un surrealista periplo.
Hace un par de a?os, recostado en las barandas de hierro forjado del peque?o balc¨®n de la casa que me hospedaba, mis ojos se quedaban perdidos contemplando la belleza decadente de La Habana. Durante uno de estos inolvidables y a?orados atardeceres que han encandilados generaciones de rom¨¢nticos, la due?a del piso interrumpi¨® mi fantas¨ªa so?adora. Puso la mano delicadamente en mi hombro y me ense?o un discreto cuaderno. Todav¨ªa inmerso en el esplendor y la majestuosidad de los antiguos edificios de la ciudad, abro la libreta y veo unos apuntes escritos con esmero y pasi¨®n. Son las fichas de los partidos de la ¨¦poca de oro del beisbol cubano. La elegante se?ora me par¨® cuando llegu¨¦ a la p¨¢gina de un juego en concreto. El d¨ªa en el cual Orlando ¡°El Duque¡± Hern¨¢ndez derrot¨® a los Leopardos de Villa Clara.
Para saber cu¨¢nto amor desata El Duque en la isla que forj¨® su talento, no hace falta registrar ansiosamente todos los barrios habaneros en pos de alg¨²n friki de los diamantes. Lo encontrar¨¢s en cada rinc¨®n de Cuba, espont¨¢neamente. En un restaurante del Vedado puedes conversar con desconocidos que en unos instantes se trasforman en compa?eros. Mientras desde la pared te vigila un cuadro que retrae el lema de Camilo Cienfuegos ¡°Contra Fidel ni en la Pelota¡±, evocas con tus nuevos amigos una epopeya que todav¨ªa provoca escalofr¨ªos, protagonizada por las gestas de Orlando y otros cuantos fuera de serie. ?El gobierno prohibi¨® pronunciar su nombre y le quit¨® todas sus plusmarcas? No, viejos y empolvados asuntos. El sello del m¨¢s ilustre lanzador nacido en la m¨¢s grande de la Antillas se mantiene firme, superior a la ret¨®rica pol¨ªtica.
El destino le hab¨ªa reservado un papel de h¨¦roe en dos mundos muy distantes, un Garibaldi del siglo XX. Un papel que declam¨® con estilo ¨²nico cautivando los imaginarios de varias generaciones. Lleg¨® hasta la fibra de los aficionados destellando rayos de una clase infinita en cada actuaci¨®n y en cualquier escenario. Sin perder nunca una genuina y pura humildad, que fortaleci¨® m¨¢s a¨²n a lo largo de todo su periplo.
Luc¨ªa el 26, un n¨²mero que en Cuba significa mucho porqu¨¦ recuerda aquel d¨ªa de Julio del a?o 1953 en el cual fracas¨® el asalto de los Barbudos al Cuartel Moncada en Santiago. El suceso se considera, pese al hundimiento, el primer pilar de la Revoluci¨®n. Orlando hab¨ªa representado a su pa¨ªs de manera inmejorable. Desde los finales de los a?os ¡¯80 el beisbol cubano se convirti¨® en el gran referente mundial a nivel amateur y Orlando era su estrella m¨¢s brillante. Era el l¨ªder de un equipo que literalmente no conoci¨® la palabra derrota. Oro tras oro, los muchachos caribe?os arrasaron en las competiciones internacionales. Incluso los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona. Sin embargo, el idilio se interrumpi¨® antes de la cita ol¨ªmpica de Atlanta. Su hermano Liv¨¢n abandon¨® la isla y se crisparon irremediablemente las relaciones entre el Gobierno y su hijo favorito. El Duque fue suspendido. De vivir como un h¨¦roe y participar a los banquetes con su primer aficionado, Fidel Castro, a tener que convivir con una delirio parad¨®jico. En su querida isla, el mejor pelotero no pod¨ªa ejercer su profesi¨®n.
La huida de Liv¨¢n caus¨® una estampida. El Gobierno elabor¨® un castigo ejemplar a cargo de su deportista m¨¢s destacado en el intento de frenar cualquier atisbo de evasi¨®n de otros peloteros. Est¨¢bamos en la segunda mitad de los a?os ¡¯90. En un momento intricado, magistralmente descrito por Pedro Juan Guti¨¦rrez en ¡°El Rey de la Habana¡±, retrato perfecto del desenga?o, de los apuros y de las contradicciones que han protagonizado la vida de una isla que sab¨ªa seducirte y decepcionarte. En este remolino emocional el lanzador viv¨ªa en una inexorable angustia. Hab¨ªa una ¨²nica manera de cumplir su sue?o y volver a jugar: escapar.
En este contexto apareci¨® la figura de Joe Cubas, un codicioso agente norteamericano sin muchos escr¨²pulos. Hab¨ªa empezado a establecer contactos con la isla en b¨²squeda de los mejores talentos para luego venderlos al mercado estadounidense. La perspectiva de lograr contractos multimillonarios era el aliciente que pon¨ªa sobre la mesa. Hern¨¢ndez era la pieza m¨¢s preciada. Pero Cubas no ten¨ªa por delante un trabajo sencillo. Las dudas sobre su marcha llenaron la mente de Orlando que pasaba los d¨ªas rodeado de familiares y amigos y, de vez en cuando, sal¨ªa en el campo para lanzar el adorado esf¨¦rico.
En octubre del a?o 1997, Liv¨¢n asombr¨® los fan¨¢ticos de medio mundo guiando los Marlins al t¨ªtulo de la Serie Mundial. Orlando vivi¨® en su casa aquella memorable noche deambulando con su mente entre sensaciones contrastantes. La incontenible felicidad por la proeza de su hermano discordaba con la impotencia que le ataba las manos. Fue quiz¨¢s en estos instantes agridulces tan llenos de jaleo y agotamiento, cuando se persuadi¨® que hab¨ªa llegado el momento de abandonar su mundo.
Un amigo se encarg¨® de urdir la fuga. El programa preve¨ªa el intento de escapada en el d¨ªa de Navidad. La primera que se celebraba en el pa¨ªs tras el triunfo de la Revoluci¨®n. El Papa hubiera llegado unas semanas despu¨¦s en una hist¨®rica visita, pues las relaciones entre la Iglesia y el L¨ªder M¨¢ximo se distendieron. Mientras los guardacostas y los polic¨ªas estaban entretenidos con sus familias, cuando el sol se asom¨® y todav¨ªa no estaba tan abrasante, la lancha que acarreaba el Duque, su amigo y otros desertores zarp¨® de la costa de Caibari¨¦n, en el centro de la isla. La pasaron canutas. El periplo fue toda un aventura carga de drama. Entre la rotura del motor del barco y la llegada a un islote deshabitado perteneciente las Bahamas. All¨ª Orlando y sus compa?eros tuvieron que pasar cuatro d¨ªas antes de ser rescatados por los vigilantes americanos.
El final feliz se hizo esperar hasta que la diplomacia guiada por Cubas triunf¨®. Cuando un avi¨®n desde Nassau traslad¨® la comitiva en Costa Rica, la pesadilla de no poder volver a jugar a la pelota se qued¨® atr¨¢s junto al miedo de que su sue?o hubiese podido derruirse. De all¨ª al debut con la camiseta de los bombarderos del Bronx no pasaron m¨¢s que algunos meses.
El miedo de que su larga inactividad, sumada al hecho de que el Duque no fuese ya un chaval sino que un hombre de 33 a?os, pudiese afectar sus prestaciones, fue borrado inmediatamente. Orlando, fiel a su apodo, confirm¨® pertenecer a la alta alcurnia. En la MLB apareci¨® el mismo lanzador espectacular que hab¨ªa amenizado las tardes de los aficionados que llenaban el Estadio Latino Americano. Lucia el uniforme pinstripes con la misma elegancia con la que ostent¨® la camiseta de los Industriales. A partir de su estreno contra los Tampa Bay Devil Rays el embrujo con su nueva fanaticada fue instant¨¢neo. Los aficionados neoyorquinos comprendieron de repente que estaban admirando a un aut¨¦ntico fen¨®meno.
Como en el ¡°Gigante del Cerro¡± su bola r¨¢pida, disparada tras su antinatural movimiento con la pierna izquierda, resultaba letal. En un gesto zafio pero a la vez arisco casi tocaba con la rodilla su rostro y luego mesclaba los efectos histri¨®nicos que dispon¨ªa su arsenal. M¨¢s importante era el partido, m¨¢s atractivos ofrec¨ªa el escenario, m¨¢s refulgentes eran su actuaciones. La esencia de un gran pitcher. Cada vez que sub¨ªa la lomita era capaz de escribir un nuevo relato, sab¨ªa pintar maravillosamente el lienzo con una inventiva propia de los grande artistas.
Par¨® de manera arrolladora a los Cleveland Indians para guiar a los suyos a la Serie Mundial del a?o 1998. Como su hermano, primera temporada y primer triunfo. Repetir¨¢ en los dos a?os siguientes consagr¨¢ndose como una de las estrellas de la ¨²ltima gran dinast¨ªa de los Yanquis de Nueva York. Luci¨® la camiseta blanquiazul hasta el 2004, aparte de la temporada 2003. Curiosamente aquel curso fue marcado por la tremenda decepci¨®n que vivieron los neoyorquinos al ser derrotados en la World Series por los Marlins esta vez pilotados por Josh Beckett. Despu¨¦s del 2004, curso marcado por la hist¨®rica remonta de los Red Sox, todo el mundo pensaba que la carrera de Hern¨¢ndez hab¨ªa alcanzado el ocaso. Pero el a?o siguiente tuvo el tiempo para destellar la ¨²ltima perla de su inolvidable trayectoria. Esta vez con las Medias Blancas de Chicago. En Fenway Park entr¨® como relevo y anul¨® la amenaza de los locales que hab¨ªan llenado las bases sin outs. Preserv¨® la ventaja de los suyos que alcanzaron la corona Mundial tras d¨¦cadas de amarguras.
Quiz¨¢s un d¨ªa mirando a la Gran Manzana desde los cristales de unos de sus rascacielos no probar¨¦ las mismas emociones que me rebosaban en la mente durante antes que empezar¨¢n las noches habaneras. Pero seguro que algunos podr¨¢n ense?arme unos apuntes con las gesta del gran el Duque en las Grandes Ligas. Porque s¨ª ¨¦l fue el h¨¦roe de los dos mundos.