Las Series Mundiales de 1991 fue una ri?a entre cenicientas
El s¨¦ptimo partido fue un cl¨¢sico duelo de lanzadores que puso las batallas entre Minnesota Twins y Atlanta Braves en la leyenda del deporte.

Una brisa norte?a cargada de fr¨ªo amenazaba la noche en las ciudades gemelas. Los arboles ya hab¨ªan perdido la mayor¨ªa de sus hojas. Sin embargo, el cielo estaba psicod¨¦lico y espumoso, alumbrado por los rayos de luces que arrancaban desde el Metrodome, el coraz¨®n que en aquellos maravillosos d¨ªas irrigaba de emociones todo el Mid-West. Dentro del imponente coliseo cubierto, el calor hacia retroceder en el tiempo a la famosa ma?ana de Manila, en las Filipinas, cuando Muhammad Al¨ª y Joe Frazier se intercambiaron golpes inhumanos hasta llegar al borde de la muerte. No tanto por la temperatura y la humedad inigualable del Suroeste asi¨¢tico, sino por la crueldad, la tensi¨®n, la brutalidad, el intento de alcanzar e incluso superar los limites para vencer a tu rival. Faltaba el ultimo cap¨ªtulo de una escalofriante Serie Mundial, para finalmente descubrir cual fuera el verdugo y cual la v¨ªctima.
Los Minnesota Twins y los Atlanta Braves sab¨ªan que hab¨ªa llegado la ocasi¨®n final, las puertas del para¨ªso estaban all¨ª, no se contemplaban revanchas. Ahora o nunca, cumplir o morir. El partido de sus vidas ofrec¨ªa un monumental duelo sobre el mont¨ªculo. Por los hu¨¦spedes el veterano Jack Morris, nativo de la ciudad, y ya ganador de un anillo en su ¨¦poca con los Detroit Tigers. Por los visitantes sure?os John Smoltz, joven que se enamor¨® del b¨¦isbol idolatrando a su adversario y que ser¨¢ una de la futuras estrellas del juego. El paladar de los buscadores de sensaciones intensas estaba preparado para ser satisfecho brillantemente.

En los primeros seis cap¨ªtulos de esta escalofriante epopeya se hab¨ªa visto de todo, una aut¨¦ntica gozada para los puristas. A pesar que los actores no fueron ni los Yankees ni los Red Sox, que en el diamante no actuara una concentraci¨®n brutal de estrellas y que los dos contrincantes representaban mercados relativamente peque?os o poco explotados, los datos televisivos de esta memorable final nos ofrecen el m¨¢s alto promedio de espectadores hasta el d¨ªa de hoy en un cl¨¢sico de oto?o. La calidad de los enfrentamientos, el equilibrio, los detalles en los cuales se unieron la majestuosidad del gesto a la importancia y la trascendencia de los momentos en que ocurrieron, unas jugadas decisivas protagonizadas por h¨¦roes desconocidos e improbables, han puesto esta semana de b¨¦isbol entre los escaparates m¨¢s lujosos de la MLB.
En principio la serie fue presentada y bautizada como una "Batalla de Cenicientas". Las dos organizaciones, arrancando de los escombros de estremecedoras campa?as en el a?o 1990, hab¨ªan llegado milagrosamente a la orilla del Ed¨¦n. Nunca hab¨ªa pasado, en toda la historia del b¨¦isbol, que un equipo que hab¨ªa finalizado ultimo el a?o precedente fuese capaz de llegar al gran baile 12 meses m¨¢s tarde. La magia ha querido que fuesen dos en este 1991 por recordar y traspasar a la leyenda. Los dos equipos hab¨ªan fundamentados sus triunfos con unas solidas rotaciones de lanzadores, unas defensas herm¨¦ticas y unos ataques que se prend¨ªan en los momentos claves. En las finales de la Liga Americana los Twins aniquilaron los Azulejos de Toronto, mientras que los Bravos tuvieron que luchar 7 partidos para doblegar la resistencia de los Piratas de Pittsburgh liderados por un joven y casi flaco Barry Bonds.
A partir del lanzamiento inaugural las emociones se apropiaron de la escena y el encanto que vivieron los hinchas de Minneapolis y Atlanta aquel oto?o se quedar¨¢ en la memoria de todos los que han podido ser testigos de ella. El ex colegiado Steve Palermo dispar¨® la primera pelota, un honor que la MLB decidi¨® otorgarle en homenaje a su drama. Fue v¨ªctima de un tiroteo, logr¨® salvar su vida pero tuvo un despedirse de su actividad como juez de campo.
No tard¨® en asomarse el primer tit¨¢n inesperado. La jugada decisiva del primer apartado fue un cuadrangular de Greg Gagne, normalmente un defensor sublime, pero no un monstruo con el bate. ?l hab¨ªa sido parte integrante de la plantilla de los Twins, ya campeones del mundo en el 1987. Sab¨ªa c¨®mo enaltecer su nivel en los momentos t¨®picos. El d¨ªa siguiente los visitantes intentaron responder enviando sobre la colina el reci¨¦n ganador del premio Cy Young, Tom Glavine. Sin embargo, otra vez surgi¨® un int¨¦rprete insospechado por el equipo local. Por segunda vez un atleta normalmente conocido por su destreza con el guante, en este caso Scott Leius, dispar¨® el ca?onazo. Los Twins viajaron a Georgia con una ventaja muy importante. Tremendo azote para los Bravos.

La serie se traslad¨® en un lugar donde jam¨¢s se hab¨ªa disputado un partido de las World Series. El cenit que se hab¨ªa vivido en el Atlanta Fulton County Stadium, es decir la noche del r¨¦cord de Hank Aaron, quedaba 17 largu¨ªsimos a?os atr¨¢s. Por esto la multitud estaba ilusionada m¨¢s que nunca. Nadie se dej¨® afectar por el 0-2, todo lo contrario. En las calles el lema que dominaba las conversaciones era: ¡°Three at home and one at the dome¡±, sencillo como una rima. Dos detalles nos ayudan a situar en el alboroto que vivi¨® la capital de Georgia en el final de octubre del a?o 1991. Primero, aumentaron los accidentes de trafico debido a distracciones causada por el sue?o. Todo el mundo la noche antes hab¨ªa gritado para apoyar a sus pretorianos. En segundo lugar, la criminalidad baj¨® destacadamente. En fin, todo el mundo, buenos y malos, estaba pendiente de las haza?as de los Bravos.
En la tercera etapa, los paladinos de casa empezaron bien pero tuvieron que encajar la remontada de los visitantes. De all¨ª en adelante, el partido se transform¨® en un juego de ajedrez entre los dos entrenadores que tuvieron que utilizar todos las piezas de sus tableros. Llegados a la duod¨¦cima entrada y pasadas las 12 de la noche, al entrenador de los Twins, Kelly, no le quedaban pr¨¢cticamente bateadores. Aguilera, que hab¨ªa salvado paro los Twins las primeras dos decisiones, tuvo que rendirse a Mark Lemke que golpe¨® el sencillo que dio la primera victoria en un encuentro de la Serie Mundial a los Bravos en Georgia.
El d¨ªa siguiente se retaron Morris y Smoltz los mismos que protagonizar¨¢n el duelo decisivo. Un partido apretado, tenso, ce?ido, finalmente decidido por cent¨ªmetros, en una de las jugadas m¨¢s famosas de la historia de la finales. Mark Lemke, intentando aprovechar de un sacrificio de su compa?ero Jerry Willard corri¨® hacia casa base mientras que Shane Mack disparaba un proyectil hacia su receptor. Harper atrap¨® la pelota y s¨ª toco al corredor de los Bravos antes de que pisase el plato pero no con el guante que acog¨ªa el esf¨¦rico. Por lo tanto carrera anotada y Serie Mundial empatada. Se puede decir sin pudor que el mismo d¨ªa Lemke, joven que encontrar¨¢ un papel contundente tambi¨¦n en las siguientes campa?as, hab¨ªa sido capaz de decidir dos partidos de las Series Mundiales en un solo d¨ªa, en menos que 24 horas. En el quinto encuentro los Bravos ametrallaron si miramientos a los Twins. A¨²n, pese a un abrumador correctivo de 14-6 la disputa fue repleta de incertidumbre hasta la s¨¦ptima entrada. Tres de tres en casa, los Bravos cumplieron los deseos de sus incondicionales. Pero faltaba rematar con una ¨²ltima perla. Derrotar a los de Minnesota en su guarida.
Los Mellizos volvieron a casa conscientes de que estaban realmente contra las cuerdas, sin embargo, ostentaban unas estad¨ªsticas extraordinaria en el diamante amigo. En el sexto partido, Minnesota consigui¨® laminar los tres manotazos que encajaron en casa del vencedor de la Liga Nacional gracias al tercer h¨¦roe imprevisto. Esta vez fue Kirby Puckett que envi¨® la pelota disparada por Leibrandt entre las gradas. El jardinero central fue sometido por los abrazos de sus compa?eros. Nunca un agobio fue tan dulce. El memorable momento del cuadrangular de Puckett es inmortalizado en una estatua que est¨¢ justo afuera de la entrada 34 del nuevo parque de los Twins.
As¨ª entre u?a monta?as rusas de emociones se lleg¨® a la noche decisiva. El agotamiento f¨ªsico y mental hab¨ªa llegado el extremo. Si tan extraordinarios hab¨ªan sido los primeros seis partidos, se necesitaba la guinda final para poder almacenar esta serie como una de la mejores de todos los tiempos. Y el s¨¦ptimo combate fue una autentica joya. Un genuino duelo de lanzadores, un festival de beisbol defensivo. Una guerra psicol¨®gica y f¨ªsica que ha llevado al extremo las capacidades de los protagonistas.
Morris sigui¨® dando portazos a las ambiciones de los visitantes. Despu¨¦s de la novena entrada Kelly intent¨® saber si el hombre con el bigote rubio pod¨ªa seguir. Fue repentinamente fulminado por los ojos de tigre de su lanzador. Jack quer¨ªa guiar los suyos hasta el final. En cambio, durante la octava entrada, un enfurecido Smoltz fue sustituido por su manager Bobby Cox. El empate segu¨ªa, nadie pod¨ªa marcar la carrera decisiva. A¨²n lo Twins apretaban m¨¢s, amenazaban m¨¢s constantemente a los rivales. Hasta que en la d¨¦cima entrada los Bravos cayeron. Los mellizos fueron los ¨²ltimos capaces de rugir y con ellos un Metrodome atronador. El sencillo de Larkin desat¨® la fiesta. Morris y otros acudieron a Gladden autor de la carrera de la Victoria, mientras otras pi?a humana se form¨® en la ¨¢rea de la primera base donde el progenitor del batazo resolutivo fue sometido por otros. La explosi¨®n de j¨²bilo fue inmensa.
Los Bravos se levantaron de tanto drama y llegaron a jugar otras cuatro Series Mundiales en los a?os 90 y se establecieron como un club de elite. Sin embargo, cotizaron solo un t¨ªtulo y solamente poco detalles impidieron el echo de que en Atlanta se pudiese hablar de una dinast¨ªa. En Minneapolis nunca hasta el d¨ªa de hoy se volvieron a vivir semejantes proezas. El tiempo parece haberse parado al hit de Larkin. Los Mellizos conocieron varias temporadas ganadoras en los a?os 2000 pero nunca jamas han podido volver a protagonizar un cl¨¢sico de oto?o. Este a?o ambos clubes est¨¢n saboreando el barro que se halla en los hondos de las clasificaciones.
Pensar que en el siguiente curso volver¨¢n a protagonizar algo semejante a lo que se vivi¨® en el 1991 es pura utop¨ªa, a¨²n en el b¨¦isbol las cosas cambian muy repentinamente y a los hinchas de cualquier equipo es consentido so?ar con lo m¨¢s grande.