Hank Aaron, el martillo de Alabama
Un hombre del profundo sur, pese al racismo y a las amenazas de muerte, super¨® el r¨¦cord de home runs del jugador m¨¢s fuerte de la historia, Babe Ruth.
La temperatura era tibia, otra noche de primavera como muchas estaba acariciando la capital de Georgia. Las luces artificiales del Fulton County Stadium en Atlanta alumbraban el diamante. El estadio de estructura circular, t¨ªpica de la d¨¦cada de los 60, estaba abarrotado a reventar, no cab¨ªa ni una aguja entre las gradas. Todos se hab¨ªan citados aquella noche, convencidos de que no hubiesen disfrutado de un partido como otros. Deseaban vivir uno de los momentos m¨¢s memorables de su deporte favorido. So?aban con observar a un atleta que con un gesto hubiese superado al campe¨®n m¨¢s querido. Un talento que estaba a punto de arrebatar un hito que no parec¨ªa alcanzable. El n¨²mero 44 de los Bravos se present¨® en la caja de bateo acompa?ado por el barullo enloquecido de unas 60.000 gargantas que con sus gritos quer¨ªan empujarlo a sortear esta ¨²ltima, imprescindible valla. Pretend¨ªan ser parte de la ¨²ltima proeza, la que acabar¨ªa entrando en la leyenda.
Sobre el mont¨ªculo lo atend¨ªa, nervioso y desconcentrado, el zurdo Al Downing. El rostro del abridor de los Dodgers de Los ?ngeles era altivo, quiz¨¢s de esta manera quer¨ªa esconder una desbordante ansiedad. Su expresi¨®n, fruncida, transmit¨ªa muy poca confianza. En el primer duelo del partido hab¨ªa concedido un boleto al campe¨®n. No ten¨ªa recursos para desafiarse a los pilares de la ¨¦pica. Empez¨® el desaf¨ªo con una bola con efecto que cay¨® en la tierra sin que pudiese enga?ar al hombre vestido con camiseta blanca con bordes azules y rojos. El fuera de serie, que ten¨ªa todas las miradas del estadio y de un entero pa¨ªs que estaba siguiendo en directo el encuentro a trav¨¦s de la CBS, no dej¨® que las emociones se asomasen a su cara. La multitud reaccion¨® abucheando profundamente el pitcher de los visitantes, intentando causarle a¨²n m¨¢s zozobra de la que ya ten¨ªa en todas sus fibras.
El segundo lanzamiento disparado de la colina fue una bola r¨¢pida que se qued¨® demasiado centrada, arriba del plato. Una oportunidad que Henry ¡°Hank¡± Aaron no pudo desperdiciar. El slugger, como un le¨®n que quere acabar con su presa, a la velocidad de un cohete, movi¨® su bate con un gesto fino, s¨ªntesis de poderio y coordinaci¨®n. Una ejecuci¨®n soberbia por su elegancia, impresionante por su vigor. Golpe¨® la esfera dirigi¨¦ndola hacia el cielo, los chillidos crecieron hasta llegar, con la rapidez de un rel¨¢mpago, en cada hogar de Estados Unidos. Bill Buckner, jardinero izquierdo de los Dodgers intent¨® perseguir la pelota, as¨ª como su compa?ero Jim Wynn que se rindi¨® enseguida. Bill, en cambio, fue tenaz incluso se subi¨® casi encima de la valla que delimitaba el campo separ¨¢ndolo del bullpen de los Bravos. Sin embargo, cuando te mete contra la leyenda eres destinado a fracasar. Jonr¨®n. La pelota descendi¨® entre varios relevos de los locales que, entusiasmados, empezaron a cazar el esf¨¦rico que ya se hab¨ªa transformado en una reliquia. Las manos de Tom House agarraron el vestigio que poco despu¨¦s acab¨® en poder de su due?o leg¨ªtimo.
El h¨¦roe comenz¨® con clase, como de costumbre, su recorrido por las bases hacia la gloria. Mientras estallaban los ca?onazos y los fuegos artificiales coloraban el cielo. Entre la primera y la segunda almohadilla el Dodger Davey Lopes le estrech¨® la mano. Cuando dobl¨® la base, Aaaron fue improvisamente escoltado por dos j¨®venes que, en la locura general, hab¨ªan eludido a los guardaespaldas consiguiendo entrar en el campo. Sus prendas os sit¨²an directamente en el medio de los ¡¯70. El nuevo palad¨ªn recorri¨® los ¨²ltimos metros solo y, finalmente, cuando finalmente lleg¨® a pisar el plato de casa, fue festejado por su compa?eros, abrazado por su padre, besado por su madre. En el medio del alboroto se not¨® a otro joven, con una gabardina clara y un micr¨®fono, intentar hacerle unas preguntas. Era un chaval desconocido que trabajaba por una emisora local de Sarasota. Hoy es uno de los periodistas m¨¢s cotizados de la TNT y de la CBS, Craig Sager.
El partido se par¨® porqu¨¦ as¨ª lo impon¨ªa la situaci¨®n. Henry "Hank" Aaron acababa de superar a Babe Ruth, ultimaba de golpear el latigazo n¨²mero 715 de su fascinante y ventanal trayectoria, finiquitaba su caza al mito. El Bambino se qued¨® destronado. El n¨²mero m¨¢s sagrado de la era moderna del beisbol ya no era el 714 que se asociaba a Ruth. Alguien hab¨ªa llegado a 715. En el estadio de Atlanta el electr¨®nico lo subray¨® sin miedo y con mucho orgullo: ¡°?Ap¨¢rtate Babe, ha llegado Henry!¡±. Le brindaron el micr¨®fono y Aaron se qued¨® fiel a su estilo, escuetas palabras, una ovaci¨®n infinita y el juego volvi¨® a empezar.
Aquel 8 de abril se hab¨ªa cerrado un c¨ªrculo que hab¨ªa empezado su recorrido muchos a?os antes en la atm¨®sfera h¨²meda de Mobile, Alabama, en la orilla del Golfo de M¨¦xico. Alabama era el lugar que representaba perfectamente el Sur m¨¢s s¨®rdido, pobre y abandonado. Un lugar donde la segregaci¨®n racial era todav¨ªa muy enraizada, muy presente en el contexto cotidiano y en el tejido de la sociedad. De all¨ª hab¨ªan arrancado otros mitos del firmamento deportivo en b¨²squeda de salvaci¨®n e inmortalidad. Pienso en Joe Louis, uno de los boxeadores m¨¢s temibles del mundo. Pero tambi¨¦n reflexiono sobre Jesse Owens, que en Berlin humill¨® el r¨¦gimen nazi. Sin embargo, tras sus haza?as, la vida sigui¨® siendo bastante problem¨¢tica para estos mitos, sobre todo en Alabama. As¨ª que imaginamos lo que deber¨ªa haber pasado el joven Henry a lo largo de su ni?ez y adolescencia. Y las humillaciones eran cotidianas, algo con lo que aprender a convivir. Su car¨¢cter duro e impenetrable se forj¨® en este contexto. Desde sus ojos obscuros como las tinieblas afloraba solo ganas de so?ar. Viv¨ªa en una familia muy pobre que ni siquiera pod¨ªa permitirse un bate por lo cual siempre ha aprendido a espabilarse. En la ¨¦poca de liceo se ilusionaba escuchando por radio a las proezas de Jackie Robinson.
Empez¨® a jugar en un equipo local pero su madre le prohibi¨® salir de Alabama. Cuando fue fichado por los Payasos de Indianapolis se les abrieron las amargas puertas de la verdad acerca de su pa¨ªs. El racismo estaba implantado en muchos rincones de los Estados Unidos, incluso en la ciudad de Washington, desde donde parad¨®jicamente proven¨ªan mensajes de libertad. All¨ª mismo, a poco metros desde la Casa Blanca en un restaurante normal y corriente, Aaron comi¨® con sus compa?eros tras un partido. Al acabar la cena, escuch¨® al personal romper los platos donde los jugadores hab¨ªan comido. Seg¨²n los camareros blancos no se pod¨ªa comer de un plato despu¨¦s que en este plato hab¨ªa comido un negro.
El martillo, como fue apodado por su poder¨ªo y perseverancia, rechaz¨® un contrato ofrecido por los Gigantes de Nueva York. Asunto de pocos d¨®lares. Siempre brome¨® sobre esta oportunidad perdida. Hubiese podido compartir el vestuario con otro mito como Willie Mays y quiz¨¢s haber triunfado en m¨¢s cl¨¢sicos de oto?o. En cambio, fue contratado por los Bravos que acababan de mudarse a Milwaukee desde Boston y que eran un equipo perdedor y olvidado. ?l lo puso con prepotencia entre las ¨¦lites. Arrastr¨® la organizaci¨®n, gracias a prestaciones descomunales, a dos participaciones consecutivas a las World Series, siempre contra los Yankees. Ambas acabaron en 7 partidos. Inolvidable fue el cuadrangular que regal¨® a los Braves el pennant de la Liga Nacional. Era el a?o 1957 y siendo el mejor bateador del cl¨¢sico de oto?o Hank se enfil¨® su primer y ¨²nico anillo. El a?o siguiente una remontada de los neoyorquinos le neg¨® el doblete. A partir de all¨ª nunca volvi¨® a semejante nivel, de hecho en muy pocas ocasiones fue suportado por una plantilla adecuada, pero a?o tras a?o compilaba n¨²meros abrumadores. En 1966 los Bravos se marcharon a Georgia, cuna de Martin Luther King y del Movimiento por los derechos civiles para los afroamericanos.
Los veranos pasaban y Hank sigui¨® sumando. Temporada tras temporada. Hasta que los aficionados del Bambino empezaron realmente a temblar. ¡°Hammer¡± termin¨® la campa?a de 1973 con 713 cuadrangulares. El invierno que precedi¨® el siguiente curso fue particularmente fr¨ªo y espantoso. Las cartas con amenazas de muertes llegaban a diario, se calcula que casi un mill¨®n de misivas intimidadoras fueron presentadas en los despachos de los Bravos. Estos delincuentes no solamente quer¨ªan menguar el pulso de Aaron, quer¨ªan aterrorizarlos, quer¨ªan despiadadamente eliminarlo para que no superase a su icono. Vivi¨® en el terror, pero su osad¨ªa, su audacia, su valent¨ªa resistieron a esta multitud descontrolada.
Los Bravos empezaron el campeonato en Cincinnati pero especularon sobre la presencia en el lineup de su estrella. No quer¨ªan que el r¨¦cord fuese sellado lejos de Atlanta. El comisionado reaccion¨® contra aquella absurda idea. El deporte no se alimenta de guiones preconcebidos. En Ohio el hombre de Mobile golpe¨® el latigazo n¨²mero 714, que le vali¨® el empate con Ruth. Finalmente, la mesa fue preparada para la fiesta de Atlanta. El gran d¨ªa lleg¨®. La cr¨®nica de Vin Scully es uno de los momentos m¨¢s memorables de periodismo aplicado al deporte. Engrandecen a¨²n m¨¢s aquellos heroicos instantes. Henry sigui¨® jugando un par de temporada m¨¢s y lleg¨® hasta los 755 latigazos, un r¨¦cord que fue sobrepasado solamente en el a?o 2007 por Barry Bonds.
Hoy, Henry, joven de 82 a?os, es recordado para siempre por su haza?a, por su lucha contra las prepotencias y la ignorancia de los racistas, por haber superado el jugador m¨¢s fuerte y amado que nunca pis¨® un diamante. La MLB entrega cada campa?a los premios a los mejores bateadores de las dos ligas. El anhelado Hank Aaron Award. Homenaje a un espl¨¦ndido atleta, inmensa persona que arrancando desde la orilla del Golfo de M¨¦xico ha sabido sortear cada obst¨¢culo que se le present¨® por delante incluso las demencias del largu¨ªsimo y casi infinito invierno del 1973. Hasta el m¨¢gico d¨ªa, en el cual se quit¨® de encima la presi¨®n de un entero pa¨ªs. As¨ª se explican las primeras palabras que pronunci¨® cuando le ofrecieron el micr¨®fono en su noche de gloria: ¡°?Agradezco Dios que todo se haya acabado!¡±.