La primera semifinal se presentaba para Holanda como una revancha de la final del Mundial de 1974, en la que tambi¨¦n era seleccionador holand¨¦s Rinus Michels. El partido parec¨ªa estar condenado a la pr¨®rroga cuando apareci¨® Van Basten para sorprender a los anfitriones con un gran gol, de manual del buen delantero. En el otro partido, la URSS se mostr¨® m¨¢s eficiente que Italia. Sin duda, los cuatro semifinalistas demostraron en dos magn¨ªficos partidos ser los mejores equipos del continente.(Foto de apertura: Van Basten marc¨® el gol de la victoria holandesa). 

Hamburgo vivi¨® la gran sorpresa de estas semifinales y la afici¨®n holandesa, numerosa y muy animosa (en la foto, con multitud de pancartas), disfrut¨® a lo grande de este triunfo. 

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Adi¨®s a los anfitriones

Catorce a?os despu¨¦s, Holanda consum¨® su venganza. Adem¨¢s, lo hizo de la manera m¨¢s dif¨ªcil y dolorosa: remontando en su propia casa a los alemanes. Holanda mostr¨® en todo momento un mejor f¨²tbol que el de los alemanes, fiados a sus individualidades y al empuje que les daba su condici¨®n de local. De este modo, y gracias tambi¨¦n a la falta de contundencia en ataque de los de Michels, aguantaron hasta el descanso. Y no s¨®lo eso, sino que al empezar la segunda parte la suerte les sonri¨®. Rijkaard derrib¨® a Klinsmann en el ¨¢rea y Matth?us no perdon¨®. Michels sac¨® a Kieft para acompa?ar a Van Basten y le funcion¨®. Ahora la suerte se aliar¨ªa con los holandeses en forma de un discutible penalti sobre Van Basten. Koeman tampoco fall¨®. Y cuando el partido se encaminaba a la pr¨®rroga, con Holanda colgando balones, Van Basten no desaprovech¨® un pase por bajo de Wouters para hacer el 1-2 y clasificar a Holanda.

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Gan¨® la pizarra sovi¨¦tica

Italia y la URSS disputaron en Stuttgart uno de esos duelos de pizarras que tanto gusta a determinados t¨¦cnicos, pero que muchas veces no entusiasma al espectador. Y en estos partidos, Lobanovski era un especialista. Conocedor del juego del equipo de Vicini, decidi¨® ahogar su mejor l¨ªnea, el centro del campo, con hasta seis jugadores sovi¨¦ticos, dando lugar a muy pocas ocasiones en ambas porter¨ªas. Tras el descanso, la URSS apret¨® el acelerador y con dos r¨¢pidos contraataques en apenas dos minutos, sentenci¨® la semifinal.

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M¨¦todos muy diferentes

La URSS del meticuloso Lobanovski, con base casi exclusiva del Dinamo de Kiev, le dio una lecci¨®n a la joven selecci¨®n de Italia y se clasific¨® para la final. Pero en este partido no s¨®lo se encontraron dos maneras distintas de entender el f¨²tbol, sino tambi¨¦n dos concepciones de la vida. As¨ª, mientras cada jugador italiano hab¨ªa percibido tres millones de pesetas por llegar a semifinales (m¨¢s otros cinco por disputar la fase final), la ¨²nica paga de los sovi¨¦ticos eran las 3.800 pesetas diarias que ten¨ªan de dieta. El f¨²tbol demostr¨® una vez m¨¢s que, como en la vida, no siempre el que m¨¢s tiene es el que m¨¢s vale.