NBA

?Qu¨¦ hora es, se?or lobo?

El mundo de las apuestas deportivas cada vez tiene m¨¢s peso en la NBA. Entrenadores y jugadores ya avisan de los riesgos de asociarse con un entorno muy peligroso.

Los tiburones nos dan miedo. Tiene que ver, desde luego, con la huella que Steven Spielberg imprimi¨® (1975) en la cultura popular. La m¨²sica premonitoria y los planos subjetivos del leviat¨¢n que emerge desde las profundidades; el ser humano convertido en presa, desterrado de la cima de la cadena alimentaria. Zas. Pero los expertos advierten: una cosa es la histeria del que no mete un pie en el agua de la playa, no vaya a ser, y otra un miedo que no es irracional y que est¨¢ perfectamente justificado. Se llama selacofobia, y aunque muchas veces conjura sencillamente al asesino sanguinario que ide¨® Spielberg (con tantas versiones de serie B, C y Z), en realidad nos enfrenta a un cazador perfecto, pulido por eras de evoluci¨®n y que gobierna el medio en el que peor se maneja el ser humano. El tibur¨®n blanco, la madre de todas las pesadillas acu¨¢ticas, tiene hileras de hasta 300 dientes y detecta en el agua los campos magn¨¦ticos de otros animales.

Asociamos, adem¨¢s, al tibur¨®n con una sed de sangre irreflexiva. Un impulso aniquilador que en la naturaleza no es tal: se trata de un cazador met¨®dico, que a veces ronda el h¨¢bitat de sus v¨ªctimas favoritas (focas, leones marinos¡­) hasta que estas se habit¨²an a sus paseos y bajan la guardia. C¨®mo si jugara una at¨¢vica partida de qu¨¦ hora es, se?or lobo, ese juego infantil en el que varios ni?os se alienan contra la pared y otro, al que le toca ser se?or lobo, se coloca de espaldas en el otro extremo del ¨¢rea de juego. Los ni?os cantan ¡°?qu¨¦ hora es, se?or lobo?¡± y avanzan el n¨²mero de pasos que coincida con la hora que cada vez indica este -cuatro si dice las cuatro en punto, por ejemplo- hasta que lo que grita es ¡°?la hora de comer!¡±. Entonces, se lanza a atrapar al m¨¢s lento de reflejos.

El tibur¨®n, a veces, da vueltas en las g¨¦lidas aguas del ?rtico hasta que hace saber a las focas, ay, que es la hora de comer. Como este es un art¨ªculo sobre las apuestas y su v¨ªnculo cada vez m¨¢s fuerte, p¨²blico y estrat¨¦gico con la NBA (con todo el deporte), imagino que la met¨¢fora es obvia. El depredador al que m¨¢s vale tener miedo, del racional y m¨¢s all¨¢ de f¨¢bulas y lugares comunes. El falso compa?ero de juegos que espera el momento para lanzarse sobre quien siempre hab¨ªa sido, en realidad, su presa. Un mundo que lo ¨²nico que tiene es mucho dinero, pero al que con eso le basta para hacer de su capa un sayo, grit¨¢ndole a la NBA que es la hora de comer.

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A trav¨¦s de su inserci¨®n en el frontal mainstream que ofrece el deporte, las luces m¨¢s brillantes, el universo de las apuestas rompe el tab¨² y se normaliza. Un blanqueamiento asumido con naturalidad por quien recibe sus monta?as de billetes, obligado a combarse en una suerte de pensamiento m¨¢gico que reh¨²ye mirar al futuro mientras ensaya su mejor cara de sorpresa. Por lo que pueda pasar. Se abre la puerta, porque si no lo hago yo lo har¨¢n otros, a un negocio que canibaliza, cuyo fin siempre es ser el negocio: suplantar. La NBA, todo el gran deporte profesional, pone en bandeja los ingredientes principales, un ej¨¦rcito de aficionados y una bater¨ªa casi infinita de datos. Pero tambi¨¦n abre las persianas, ventila unos rincones que se quedan sin secretos ni tramas s¨®rdidas.

Al menos, aparentemente: la liga abraza a sus partners en el sector de las apuestas deportivas (DraftKings, FanDuel). El que haga arqueolog¨ªa entender¨¢ ahora, conexi¨®n de puntos diez a?os despu¨¦s, lo que dijo Adam Silver al New York Times en 2014, nada m¨¢s convertirse en comisionado: hay que sacar el juego del underground y situarlo a plena luz del d¨ªa. Entonces las apuestas deportivas todav¨ªa no eran legales en Estados Unidos, pero el curso de los acontecimientos ya dibujaba un destino inevitable. Por el camino, amoldando el discurso a cada bocado de realidad, ha ido equilibrando un mensaje con un toque de venda que precede a la herida: ¡°Es responsabilidad de las ligas invertir m¨¢s en educaci¨®n. No solo en lo que respecta a los jugadores, tambi¨¦n en la gente joven, que podr¨ªa estar haciendo algo que no es apropiado, o en cualquiera que se est¨¦ metiendo en una relaci¨®n problem¨¢tica con el juego¡±. Alguien, quiz¨¢ por puro pragmatismo, podr¨ªa responder que parece m¨¢s f¨¢cil evitar, sencillamente, aliarse con socios con los que hay que andarse con tanto tiento. ?Qu¨¦ hora es, se?or lobo?

A fin de cuentas, esto es un negocio

Pero, claro, ese argumento, convincente por puro simple, se cae cuando devolvemos a la NBA a su verdadero eje: se trata de un negocio cuyo fin ¨²ltimo, como tal, es enriquecer a sus propietarios, y cuyos l¨®gicas culturales y econ¨®micas van a adscribirse siempre a los principios b¨¢sicos del capitalismo. Desde ah¨ª, y con especial fuerza en las turbulencias de 2020 (la pandemia, el asesinato de George Floyd, el rugido de Black Lives Matter), la NBA se ha posicionado como la liga m¨¢s progresista del mundo. Y lo ha sido, pero dentro de su forma y a partir de ese (innegociable) eje capitalista. La presi¨®n de sus trabajadores (con uno de los sindicatos de jugadores m¨¢s poderosos de todo el mundo del deporte) la ha hecho mejor, pero no ha cambiado su fondo. Uno que incluye adaptarse a su nicho de mercado, un p¨²blico que fue volvi¨¦ndose cada vez m¨¢s joven y concentrado en n¨²cleos urbanos: m¨¢s virado a la izquierda.

?Cu¨¢nto de lo que hizo la NBA era maquillaje y cu¨¢nto un esfuerzo realmente sincero? No s¨¦ si es justo plante¨¢rselo, pero es inevitable cuando ciertos negocios, determinadas decisiones y algunos silencios reabren el viejo conflicto de qu¨¦ hacemos con los principios de quita y pon. ?C¨®mo de malo es que los jugadores acepten y participen en la irrupci¨®n de las apuestas deportivas con aire de dadnos lo nuestro ya que nosotros lo generamos? Las comunidades m¨¢s desfavorecidas suelen estar especialmente desprotegidas ante un consumo descontrolado (adictivo) del juego que acaba en epidemia. Las mismas por las que tanto hacen en muchos otros sentidos esos mismos jugadores. Las suyas. Es el precio del dinero: cu¨¢nto cuesta un alma. Pero es lo que hay, o eso estamos viendo mientras empezamos a hacernos otra pregunta: ?c¨®mo de malo es que enarbole esa bandera una liga en la que muchos j¨®venes han depositado fe en asuntos ajenos a la simple competici¨®n? Visto as¨ª, las empresas de apuestas deportivas han encontrado el hu¨¦sped perfecto. Un disfraz de genio de la l¨¢mpara hecho a medida.

Estamos en la edad de oro de la NBA, desde luego en cuanto a prestigio, exposici¨®n y, derivado de todo eso, ingresos. M¨¢s de 8.000 millones al a?o antes de que se negocien los nuevos y revolucionarios contratos televisivos, la piedra filosofal, con unos grandes operadores donde las marcas de apuestas tambi¨¦n van, d¨®lar a d¨®lar, tomando el control. El valor medio de las franquicias ronda los 4.000 millones y el de los salarios de los jugadores supera los nueve. Nadie quiere perturbar a la gallina de los huevos de oro, as¨ª que se vive una paz social (as¨ª se han firmado los dos ¨²ltimos convenios colectivos) controlada por un Silver cuyo estilo de liderazgo pasa por hacer que todos se sientan socios, llamados a remar juntos. Que las jerarqu¨ªas de la NBA parezcan m¨¢s horizontales de lo que, como en cualquier trabajo del mundo, son en realidad. Pero todos quieren su dinero, y es incuestionable que los jugadores lo merecen m¨¢s que nadie. El ¨²nico problema, no a corto plazo, es que cuando hasta las migajas tienen tantos ceros, muchos arrebatos de buena voluntad saltan por la ventana.

Mientras, el tibur¨®n nada en c¨ªrculos y su presencia se hace cada vez m¨¢s inocua, cotidiana. M¨¢s normal. Abajo la guardia.

El gran cambio, el nuevo enfoque transformativo, pasa porque lo que eran garras que ara?aban y pecados que se barr¨ªan debajo de la alfombra se ha convertido en compa?eros de viaje: partners. Socios, sonrisa y saludo para la c¨¢mara; anuncios, informaci¨®n confeccionada a medida, puertas abiertas a un solo click. Lo indeseable ya no es tal, porque ya no es ilegal. Y otro chasquido de pensamiento m¨¢gico permite creer que (y con estos sectores nunca es as¨ª) lo legal es una isla soleada y saneada, no la punta de un iceberg retorcido y condenadamente grande. Por pura naturaleza, quiz¨¢ recordar las cosas b¨¢sicas viene bien de vez en cuando, las apuestas no deber¨ªan tocarse con las competiciones deportivas. Si tienen que existir, porque esa batalla jam¨¢s se ha ganado, deber¨ªan hacerlo en paralelo, sin ni siquiera rozarse. Con unos c¨®digos y unos muros de contenci¨®n tan robustos que nada se filtre. Ni en el mundo ni (tan importante o a veces m¨¢s) en la psique colectiva.

Todos los muros se van desmoronando

Nevada (Las Vegas, baby y todo lo dem¨¢s) era el giro al infierno que no se tomaba. Pero hoy es la capital del deporte estadounidense (equipos, eventos, mucho dinero). El resto era una telara?a de callejones tortuosos que robaban las carteras de gente corriente y las met¨ªan en los bolsillos de las gabardinas de, en los casos m¨¢s sonados, algunos de los mafiosos m¨¢s c¨¦lebres de la historia de Estados Unidos. Ahora, un enemigo que hab¨ªa que perseguir, por devoci¨®n o por pura obligaci¨®n, se ha convertido en el pariente instalado en el sal¨®n de las grandes ligas, con los pies encima de la mesa. En una mano el mando de la tele, en la otra ciertas apps cada vez m¨¢s perfeccionadas, masificadas, f¨¢ciles de usar, blanqueadas e integradas en las estructuras de las propias competiciones.

Al baloncesto, dar¨ªa para un cap¨ªtulo propio y extenso, le ha tocado su cuota de leyenda negra. Eso es lo peor: imaginar lo que acabar¨¢ pasando no requiere sobredosis de imaginaci¨®n ni bocetos de novela negra. Ya ha pasado. El primer esc¨¢ndalo sonado lleg¨® en los a?os cincuenta, cuando las grandes estrellas del baloncesto universitario de Nueva York acabaron detenidas por aceptar sobornos para manipular los resultados finales de los partidos (no qui¨¦n ganaba: por cu¨¢nto). La trama salpic¨® a 32 jugadores de siete universidades, que hab¨ªan tocado 86 resultados en 17 estados durante tres a?os (1947-50). Y acab¨® cuando uno de ellos, Junius Kellogg, p¨ªvot de Manhattan College, rechaz¨® implicarse, acudi¨® a las autoridades y acab¨® en otra cita con los intermediarios de la trama, en un bar y con un micr¨®fono oculto. El caso no solo est¨¢ en los libros de historia del baloncesto: se habla de ¨¦l en Los Soprano. La intocable Kentucky del pope Adolph Rupp se qued¨® un a?o sin competir y CCNY (The City College Of New York) fue borrada del mapa y termin¨® minimizando su inversi¨®n en deporte y jugando en la tercera divisi¨®n universitaria pese a que eran tiempos en los que acaparaba tantos titulares en la Gran Manzana como los Yankees tras ganar los dos grandes torneos, el de la NCAA y el NIT.

Este mundillo (que suele cambiar de look pero no de intenciones) ha bailado siempre agarrado a la mafia (que suele cambiar de look pero no de intenciones). En otro trapo sucio que ha quedado en el imaginario estadounidense, Henry Hill, uno de los tipos duros que inspir¨® la inolvidable Uno de los Nuestros, confes¨®, para tirar de alguna manta que suavizara unos peliagudos cargos por tr¨¢fico de drogas, que hab¨ªa estado usando a jugadores de Boston Colllege, tambi¨¦n para manipular tambi¨¦n diferencias y marcadores. ?l, otro modus operandi habitual, convenci¨® a la estrella, Rick Kuhn, y este arrastr¨® a sus compa?eros. En 1985, un turbio asunto de apuestas, dinero y drogas mand¨® a la nevera cuatro a?os a la Universidad de Tulane y puso en riesgo de pisar la c¨¢rcel a John Hot Rod Williams, que luego jug¨® trece a?os en la NBA (Cavaliers, Suns, Mavericks).

Y Tim Donaghy, claro. Ya en estos tiempos y con documental de Netflix. El ¨¢rbitro cazado por el FBI en 2007, antes de ayer, fue condenado a penas de prisi¨®n por apostar en partidos de la NBA durante el lustro anterior. Seg¨²n su propia confesi¨®n, no alteraba directamente el resultado o las diferencias de los partidos. Cosa que cuesta creer porque se puede imaginar la tentaci¨®n que debe arropar a alguien metido en una trama as¨ª y con el poder de, por ejemplo y sin hacer ning¨²n ruido, cambiar el desenlace de un partido ya resuelto con un par de faltitas pitadas o no, aqu¨ª o all¨¢, en esos ¨²ltimos minutos de la basura en los que muchas veces ni el p¨²blico atiende. Un par de tiros libres concedidos o escamoteados cuando los jugadores ya tienen un pie en las duchas pueden mover mucho dinero en el desv¨¢n.

Lo que Donaghy s¨ª hizo seguro, y est¨¢ contado con todo detalle, fue usar la informaci¨®n interna que le llegaba de todos los actores de la NBA (jugadores, entrenadores, ejecutivos, periodistas, otros ¨¢rbitros¡­) para ofrecer consejos infalibles que propiciaban apuestas casi siempre ganadoras. Si un jugador iba a descansar al d¨ªa siguiente, si estaba tocado por un problema muscular y se lo iba a tomar con calma, si un entrenador se estaba divorciando y no ten¨ªa cogido el hilo de su equipo en ese preciso momento¡­ peque?as cosas, pepitas de oro en conversaciones que parec¨ªan rutinarias y anodinas y llamadas de tel¨¦fono an¨®nimas desde la trastienda. Y dinero para todos.

Pongamos hoy un partido entre el campe¨®n, los Nuggets, y el equipo que ha perdido 28 partidos seguidos esta temporada, Detroit Pistons, en la Mile High, la altura asfixiante de Denver. Un s¨²per equipo con una de las ventajas de campo m¨¢s afiladas de todo el deporte estadounidense contra un rival con aspecto de aperitivo ligerito. Imaginemos que un miembro de un equipo arbitral, en sus viajes de hotel en hotel, le cuenta a otro que conoce a un analista de v¨ªdeo de los Nuggets y le ha dicho que Nikola Jokic y Jamal Murray van a descansar, los dos, en ese partido. Ya se sabe: lesiones, asuntos personales, gesti¨®n de minutos de cara a los playoffs¡­ Ese otro ¨¢rbitro se lo cuenta a alguien, usando palabras en clave, que le dice a otro alguien que, simplemente, la ventaja a favor de los Nuggets es excesiva en las previsiones de las casas de apuestas y que es muy probable que no se alcance. Y lo hace con tiempo suficiente para que unas determinadas cantidades, nada que llame espectacularmente la atenci¨®n, se coloquen en la apuesta adecuada justo antes del partido. Aquello era as¨ª de sencillo, aparentemente indetectable si se hac¨ªa con cabeza y sin dejarse llevar por la codicia febril. Poco a poco, d¨®lar a d¨®lar. Dando vueltas alrededor de la presa.

Aquello, claro, corro¨ªa el propio esp¨ªritu de la competici¨®n ya en tiempos en los que esta no se hab¨ªa hermanado con firmas de apuestas deportivas. No las anunciaba, las impulsaba con sus contenidos y las mimaba como socios e ideas de negocio preferentes. Los que apostaban, mientras, se acababan endeudando y, por eso, hac¨ªan cada vez un nuevo peque?o favor a la condescendiente trama. Cada vez un pasito m¨¢s, se?or lobo, en una NBA en la que ya estaban en n¨®mina, con Donaghy, ¨¢rbitros que siguen hoy en d¨ªa en activo. El recuerdo es fresco, las alarmas tan ruidosas que solo es posible no escucharlas con unos muy buenos tapones para los o¨ªdos, tal vez unos hechos con esos r¨¦cords en el valor de las franquicias y los contratos. Con esa bonanza de la NBA que nadie quiere perturbar, por si frena y no vuelve a arrancar.

El gran terremoto de mayo de 2018

Por entonces, hace dos d¨¦cadas, la NBA ya ten¨ªa una Sports Betting Integrity Unit. A partir de aquella crisis s¨ªsmica de imagen, la arm¨® con m¨¢s personal y medios. Un escudo (al menos en apariencia) cuyo trabajo cambi¨® dr¨¢sticamente a partir del 14 de mayo de 2018, cuando la sentencia del tribunal supremo en el caso Murphy contra la NCAA abri¨® de par en par las compuertas de la legalizaci¨®n de las apuestas deportivas. La unidad de integridad, que ya ten¨ªa en n¨®mina abogados y expertos en an¨¢lisis de datos, eligi¨® ver el vaso medio lleno y vender que el fin de las prohibiciones (aquel de la oscuridad a la luz de Silver) permitir¨ªa, en un mercado cada vez m¨¢s transparente, ser m¨¢s eficaces en la detecci¨®n de anomal¨ªas y movimientos extra?os en las apuestas. El rastro de un delito que parec¨ªa inevitable, inherente a ese nuevo mundo y cuesti¨®n de tiempo. Si no, ?para qu¨¦ tantos medios y tantas preocupaciones?

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Desde que la brecha se abri¨® en Nueva Jersey, donde el gobernador Phil Murphy gan¨® el pulso al poder universitario, las apuestas deportivas han ido haciendo camino en Estados Unidos. Con, eso s¨ª, trayectos irregulares y complejos, desiguales, marcados por la territorialidad de su organizaci¨®n pol¨ªtica. Hoy son legales ya en 38 estados y el Distrito de Columbia. Y movieron en 2023 casi 120.000 millones de d¨®lares, un 28% m¨¢s que en 2022 y con un 44,5% m¨¢s de ingresos para las casas de apuestas: 11.000 millones. Estos corresponden solo a la parte legal del juego vinculado al deporte y todav¨ªa no incluye a gigantes en los que la lucha est¨¢ siendo m¨¢s complicada: Texas y California no han dado a¨²n su brazo a torcer, y en Florida todav¨ªa hay restricciones severas si se sale del c¨ªrculo de los casinos de la tribu seminola, que en todo caso ya ha creado su app para que se pueda apostar, a trav¨¦s de ellos, en casi cualquier punto del estado.

En 2023 han irrumpido cinco nuevos estados (Kentucky, Ohio, Maine, Massachussets, Nebraska) y en el ¨²ltimo cuarto del a?o (octubre-diciembre) se movieron 40.000 millones, un 34% m¨¢s que en el mismo tramo de 2022. Era tiempo de NFL, College football, playoffs de la MLB y arranque de NBA y NHL. En la Super Bowl de 2024, el 11 de febrero, la Asociaci¨®n Americana del Juego (AGA) estim¨® que 68 millones de estadounidenses invirtieron m¨¢s de 23.000 millones de d¨®lares en apuestas legales, un 35% m¨¢s que en 2022 mientras se trabaja para que 2024 sea el a?o en el que la expansi¨®n llegue a Alabama, Misuri o Georgia. Y, por si eso va m¨¢s lento de lo previsto, para que multipliquen sus ingresos los que ya est¨¢n: Nueva York produjo un 24% m¨¢s en 2023 (1.700 millones) que el a?o anterior. Al frente por volumen, segundo por porcentaje (31% Nueva Jersey).

La m¨¢quina, de la oscuridad a la luz, no parar¨¢ hasta que sea legal apostar en todo el pa¨ªs, seguramente con la eterna excepci¨®n de Utah, el delicado estado morm¨®n. El resto ir¨¢n cayendo como piezas de un domin¨® muy lucrativo¡­ y muy peligroso. El lobby del juego en Texas cree que la victoria est¨¢ m¨¢s cerca despu¨¦s de que uno de sus motores, la misma familia Adelson que llena de dinero las campa?as republicanas y trat¨® de montar Eurovegas en el este de la comunidad de Madrid, se hiciera con Dallas Mavericks. Mark Cuban, que ha vendido encantado un 73% de la franquicia por 3.500 millones (¨¦l pag¨® 285 en 2000 por, b¨¢sicamente, el 100%), ya reconoci¨® un a?o antes de que se cerrara la operaci¨®n que el objetivo final era algo muy parecido a que los Mavs se mudaran a las afueras de Dallas, a un tinglado que no dejar¨ªa de ser un casino con ¨ªnfulas de parque tem¨¢tico. All¨ª jugar¨ªa (jugar¨¢), por qu¨¦ no con opci¨®n de apostar sobre la marcha desde los mismos asientos, una franquicia de la NBA que ha acabado convertida en pe¨®n de la partida por la legalizaci¨®n del juego en su estado. Y no uno cualquiera: el segundo m¨¢s grande solo por detr¨¢s de Alaska. Una realidad que pesa como el plomo, un vistazo al volumen de los engranajes que se est¨¢n moviendo y una muestra de hasta qu¨¦ punto el juego clava sus garras en todo lo pasa en la NBA. En su d¨ªa a d¨ªa y en sus grandes decisiones. Sobre el escenario y entre bastidores.

Ya que ese es un factor, y aparentemente muy estrat¨¦gico, en el trasvase de los Mavericks, en alg¨²n momento habr¨¢ que preguntarse unas cuantas cosas. Tambi¨¦n si es primero el huevo o la gallina. Si el juego est¨¢ al frente o detr¨¢s de la acci¨®n. Porque puede que el lobo haya dicho que ya es hora de comer.

Del convenio a nuevo League Pass

Sin m¨¢s raz¨®n que su naturaleza, las apuestas y sus tent¨¢culos (de las fantasys y los brackets a las f¨®rmulas convencionales que ha embellecido la tecnolog¨ªa), deber¨ªan ser anatema o, como m¨ªnimo, recorrer su propio camino, separado por alambradas de los de las competiciones. Para disolver lo que era una creencia com¨²n y que pudiera comenzar de verdad el carnaval, primero hab¨ªa que quebrar ese tab¨², que escond¨ªa en su n¨²cleo un f¨¦rreo mecanismo de defensa que a las ligas, y sobre todo a sus consumidores, se les est¨¢ atrofiando. De esa solo aparentemente domesticaci¨®n (la piel de cordero m¨¢s peligrosa) se podr¨ªa saltar, y as¨ª est¨¢ sucediendo, a la normalizaci¨®n y de ah¨ª a la asociaci¨®n, a ese concepto de partner que hace maravillas como ganz¨²a por pura sem¨¢ntica y, finalmente (por ahora), a la redefinici¨®n de las normas (legales) y las barreras (morales) para adaptar a la realidad y poner un copyright bonito a un axioma que es tan viejo como el hombre: el que paga, manda.

El ¨²ltimo convenio colectivo, las tablas de la ley hasta 2030, que acaban de firmar franquicias y jugadores aporta otro ejemplo obvio, un paso peque?o en apariencia pero gigantesco en significado. A lo Neil Armstrong. Desde ahora, y todav¨ªa con cierto escr¨²pulo normativo, los jugadores pueden invertir en empresas de apuestas deportivas. No pueden controlar m¨¢s de un 1% si la compa?¨ªa en cuesti¨®n permite apostar en la NBA, su participaci¨®n tiene que ser pasiva y, obviamente (por ahora), no pueden promocionar acciones relacionadas con la propia NBA. En todo caso, no es un movimiento menor. Tampoco este: la liga prepara una actualizaci¨®n de su League Pass, la plataforma de streaming que ofrece todos sus partidos, que permitir¨¢ mostrar, en directo y en pleno juego, un panel de posibles apuestas con, claro, enlaces para ir de cabeza a jugar en, por supuesto, las empresas partner. Todo vinculado a los partidos, delante de los ojos, a un click de distancia y con la NBA trabajando con una gran empresa global de datos, Sportradar, que tendr¨¢ acceso a todas las c¨¢maras y medidores que suministran la informaci¨®n estad¨ªstica de jugadores y equipos a la competici¨®n. Pues eso, partners.

Otra vez, hay condiciones en la casilla de salida: plataformas para las que todav¨ªa no est¨¢ optimizada est¨¢ opci¨®n (desktop y televisi¨®n¡­ pero s¨ª los todopoderosos m¨®viles), se partir¨¢ de un abanico b¨¢sico de opciones para apostar y solo se podr¨¢ pasar a la acci¨®n en los estados donde es legal hacerlo. Verlo, se podr¨¢ ver en todos. Que cale. Peque?as piedras que se van poniendo y sobre las que alguien est¨¢ construyendo su imperio. Alguien con hileras de hasta 300 dientes.

La NBA programa env¨ªos sistem¨¢ticos de las normas sobre juego y sus derivados a todos los buzones (directivos, empleados, jugadores, t¨¦cnicos¡­) de sus treinta franquicias. Es un proceso proactivo en el que, por ejemplo, un directivo tiene que resolver test con preguntas de este tipo: ¡°si acabas de enterarte de que tu estrella no va a jugar esa noche, ?puedes ir a la cafeter¨ªa el hotel y decirlo a voces hablando por tel¨¦fono?¡±. Se entiende la idea, creo (y la respuesta es no, claro). Otra vez, muchas molestias. Preocupaciones que no se tendr¨ªan si no se compartiera cama con un sector lleno de aristas, supongo que estoy usando un eufemismo, al que se est¨¢ empezando a dar acceso a los principales escaparates sin m¨¢s rastro de advertencia que las m¨¢s b¨¢sicas y quisquillosas cuestiones legales, las que se ocultan en la letra (muy) peque?a. Hace solo unos meses que estas empresas, qu¨¦ cosas, est¨¢n siendo obligadas a retirar mensajes como ¡°risk free¡± (no hay peligro a la vista) de unas campa?as publicitarias que, ay, invierten en las grandes televisiones nacionales de Estados Unidos unas cantidades que en 2019 llegaban a 21,4 millones de d¨®lares y en 2022 superaban los 314. Otra vez, y aqu¨ª s¨ª que no hay atisbo de duda, el que paga manda.

Una encuesta de la AGA, encantada de ense?ar m¨²sculo, anunci¨® el pasado mayo que 39,2 millones de adultos estadounidenses hab¨ªan hecho al menos una apuesta deportiva en los doce meses anteriores. En 2018, solo el 1% pisaba suelo donde hacerlo era legal. Hoy lo hace el 56%. Los an¨¢lisis hablan de ¨ªndices disparados de inmersi¨®n entre el sector m¨¢s joven del sector adulto. Los casos salpican casi cada semana los medios de comunicaci¨®n, los periodistas se convierten en tipsters y el consumidor se transforma, un nuevo tipo de aficionado que no se fija en los entresijos del juego sino en las diferencias de puntos, los over/under, spreads y todo lo dem¨¢s. La MLB anda con el coraz¨®n encogido por un esc¨¢ndalo en desarrollo que afecta de lleno a su gran estrella, Shohei Ohtani. Deudas millonarias de su traductor, pagos en su nombre¡­ ?Qu¨¦ hora es, se?or lobo?

El diablo siempre est¨¢ en los detalles

Las apuestas se alimentan de un mill¨®n de peque?os movimientos entre monta?as de microdatos. En su rastro se mezclan el poder econ¨®mico y las tenazas de la adicci¨®n. Ofrecen tierra por conquistar a quien tenga buenos contactos y pocos escr¨²pulos. Porque no se trata de alterar el desenlace del s¨¦ptimo partido de unas Finales. El quid est¨¢ en diferencias de puntos en jornadas anodinas, peque?as variantes por encima o por debajo de las previsiones a las que, adem¨¢s, se puede llevar de un terreno a otro con un simple empujoncito. Es un filo en el que se columpian muchos millones que pueden cambiar de manos en funci¨®n, simplemente, de qui¨¦n accede a un parte m¨¦dico, qui¨¦n sabe antes si un jugador estar¨¢ o no en pista; tal vez solo si ha dormido bien, tiene jaqueca o no est¨¢ pasando por un buen momento personal. El siguiente escal¨®n hacia la perdici¨®n es el de las peque?as decisiones de los ¨¢rbitros, intrascendentes en la monta?a de cosas que pasan en un partido, que pueden provocar terremotos, crear millonarios o endeudados.

A lo largo de esa cadena hay tantas personas, de las pistas a los despachos y de ah¨ª a las apps, que acaba siendo inevitable que aparezcan ovejas negras. Por deudas, por ambici¨®n, por codicia, por adicci¨®n, por chantajes¡­ no todo el que trabaja para la NBA es multimillonario, tiene el futuro asegurado o es inmune a una tentaci¨®n de las gordas. Nadie, con las grandes estrellas al frente de la procesi¨®n, tiene un escudo para proteger su salud mental, una batalla que hace no tanto parec¨ªa innegociable para una liga que ha monetizado sus supuestos valores. Las adicciones son una plaga y los adictos al juego no son personas horribles ni d¨¦biles: son enfermos enviados, cada vez m¨¢s j¨®venes, a una espiral dur¨ªsima de miseria. Cada liga lidia como puede con eso, al menos a nivel interno: en la NBA, los actores del show pueden apostar; Pero no en la propia liga y sus derivados (G League, African Basketball League¡­) y siempre que no lo hagan en estados donde est¨¢ prohibido.

Cada competici¨®n pone normas, se las env¨ªa peri¨®dicamente a todo el mundo¡­ y acaba salpicada por rumores y enredada en sanciones y castigos. Los jugadores apuestan, los datos se mueven de forma sospechosa, los directivos hacen conexiones indeseables. Hay mucho dinero metido en lo que b¨¢sicamente es un foco gigante de adicci¨®n. Hace falta esforzarse mucho para no ver que es una receta inevitablemente indigesta.

Las redes sociales se llenan de cuentas que dan consejos sobre en qu¨¦ y c¨®mo apostar, las estad¨ªsticas se analizan seg¨²n ese enfoque y los jugadores se deshumanizan, convertidos en poco m¨¢s que el factor seg¨²n el que se pierde o se gana dinero. En ese ecosistema, todo se cuestiona. Por qu¨¦ el ¨¢rbitro decide eso, por qu¨¦ el entrenador hace ese cambio, por qu¨¦ ese jugador no ha intentado poner ah¨ª un tap¨®n. Es un bucle ponzo?oso, de las redes sociales a las pistas.

Un periodista que recorre los treinta pabellones NBA reconoci¨® hace unos d¨ªas que hace mucho que no vive un partido sin insultos y comentarios despectivos a los jugadores relacionados con c¨®mo van las apuestas de la noche. Ya en 2021, con este asunto todav¨ªa en pa?ales, los ¨¢rbitros le contaron a Sports Illustrated que notaban el ambiente m¨¢s t¨®xico y un aumento de los ¡°conflictos¡± a pie de pista con aficionados. Tyrese Haliburton, el base s¨²per estrella de Indiana Pacers, siente que para la mitad de la gente, como m¨ªnimo, ya no es una persona, solo ¡°un factor de sus apuestas¡±: ¡°A muchos ya no les importa lo que sintamos, solo si les ayudamos a ganar dinero en DraftKings o donde sea¡±.

JB Bickerstaff, el entrenador de Cleveland Cavaliers, ha sido el que m¨¢s claro ha hablado¡­ por ahora. Seguramente, vendr¨¢n m¨¢s. Despu¨¦s de toda una vida en la liga porque su padre, Bernie, tambi¨¦n entrenaba, considera que se pisa terreno desconocido. Y muy resbaladizo: ¡°Gente metida en apuestas se hizo con mi tel¨¦fono y me mandaban mensajes que eran una locura. Sobre d¨®nde viv¨ªa, sobre mis hijos... ese tipo de cosas. Caminamos sobre una l¨ªnea muy fina, es un juego muy peligroso. Trae una presi¨®n extra, distracciones que pueden pon¨¦rselo dif¨ªcil a los jugadores, a los entrenadores, a los ¨¢rbitros... a todo el mundo en este negocio. Hay que tener cuidado con cu¨¢nto nos acercamos a ciertas cosas y c¨®mo garantizamos la seguridad de los que estamos en esto. Porque supone un peso. Muchas veces, los que apuestas son personas que se est¨¢n jugando si podr¨¢n pagar el recibo de la luz, o el alquiler, y eso provoca unas emociones muy fuertes. Estamos en un filo peligroso, hay que tener mucho cuidado. No s¨¦ cu¨¢ntas veces hemos estado, por ejemplo, con diez puntos de ventaja cuando la previsi¨®n en las apuestas era que gan¨¢bamos por once, y muchos aficionados me piden que deje a los titulares en pista en los ¨²ltimos segundos para superar esa cifra. Es rid¨ªculo. Entiendo la parte de negocio, pero en algunas cosas estamos yendo demasiado lejos¡±.

Rudy Gobert, que tiene tendencia a meterse en charcos que no van a ninguna parte, acus¨® a los ¨¢rbitros de estar influenciados por las apuestas cuando fue expulsado en un partido contra, precisamente, los Cavs de Bickestaff. ¡°Todo el mundo en esta liga sabe lo que est¨¢ pasando¡±, dijo. Sin pruebas ni m¨¢s argumentos porque ahora, efectos secundarios, est¨¢ permitido dudar, cuestionarlo todo en una NBA que fue la primera competici¨®n profesional en la que, ahora ya se est¨¢ extendiendo, un equipo permiti¨® que abriera un local de apuestas en su pabell¨®n. Fueron los Wizards, en alianza con Willliam Hill, y la prensa de Washington lo explic¨® as¨ª, hace dos a?os: ¡°Por primera vez en la historia, un local de apuestas estar¨¢ literalmente dentro de un recinto deportivo estadounidense, abrir¨¢ cuando jueguen los Wizards y los aficionados podr¨¢n apostar en el mismo lugar al que van a ver los partidos¡±.

Todo el mundo en la NBA quiere que locomotora siga yendo a toda m¨¢quina, apilando dinero. Todos ganan. Los jugadores pueden sentir que es justo que pillen m¨¢s pedazos de una tarta que no existir¨ªa sin ellos. Las franquicias pueden escudarse en que ya que alguien lo acabar¨¢ haciendo, mejor hacerlo uno mismo y llevarse as¨ª tambi¨¦n los beneficios, no solo los quebraderos de cabeza. Si no puedes vencer a tu enemigo, ¨²nete a ¨¦l y todo lo dem¨¢s. Y la NBA argumentar¨¢ que hace lo mejor para sus intereses en un nuevo escenario que, en gran parte, simplemente le ha sobrevenido. Entender que todos, si se analiza solo su parcela, pueden tener parte de raz¨®n, o al menos un argumento que esgrimir, no deber¨ªa evitar que abramos el plano y veamos el asunto, uno feo de verdad, con verdadera perspectiva. Sabiendo que lo que pas¨® podr¨ªa pasar, seguramente pasar¨¢, y que deber¨ªa seguir habiendo asuntos con los que es mejor no enredarse. Y enemigos a los que habr¨ªa que intentar vencer, no tenerlos como aliados. Y, desde luego, a los que no habr¨ªa que llamar partners.

?Qu¨¦ hora es, se?or lobo?

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