Las alas de Vinicius
El f¨²tbol es el reino de la hip¨¦rbole. La temporada pasada, cuando Vinicius no le met¨ªa un gol ni al arco iris, la corriente mayoritaria le tild¨® de bluf. Volaba como el viento, pero se estrellaba por falta de precisi¨®n. Al principio de esta, cuando se mostr¨® por igual eficaz y resolutivo, muchos ya vaticinaron que est¨¢bamos ante el pr¨®ximo Bal¨®n de Oro: la nueva Galerna del Bernab¨¦u.
Las exageraciones son peligrosas en el f¨²tbol, como en cualquier otro ¨¢mbito de la vida. En su d¨ªa Van Gaal fue excesivamente cr¨ªtico con Riquelme, le cort¨® las alas y merm¨® sus posibilidades de triunfo en el Bar?a. De la misma manera, un exceso de plumas, haciendo creer al joven que es un ave excepcional, antes de haber cuajado una temporada completa, es la mejor manera de que acabe estampado en el suelo. El Barcelona se deshizo de Yusuf Demir, el Messi austriaco, como en su d¨ªa de Lee Seung-Woo, el Messi coreano, o de Gai Assulin, el Messi israel¨ª. Siempre hay un nuevo Messi. El ¨²ltimo: Pedro Ju¨¢rez, un argentino prebenjam¨ªn de siete a?os.
Como si fuera Curro Romero, en lo que va de a?o Vinicius alterna partidos memorables con otros en que no rasca bola. Lo mismo se lanza, veloz y certero, como un halc¨®n peregrino y destroza a la defensa del Villarreal, que parece un pato mareado y sin plumas que no consigue irse de su par ni una vez, como frente al PSG. En un mismo partido (el ¨²ltimo, por ejemplo, disputado ante el Alav¨¦s) es capaz de lo mejor y lo peor.
Los mismos que le alzaron al cielo como el digno sucesor de Cristiano Ronaldo le tiran ahora por tierra. Espero que alguien de su entorno cultive el justo t¨¦rmino medio. Como en el mito de ?caro, todos tenemos las alas de plumas pegadas con cera, de tal manera que, si volamos demasiado bajo, el mar las empapar¨¢ sin dejarnos despegar, mientras que, si volamos acerc¨¢ndonos demasiado al Sol, se fundir¨¢ la cera y caeremos. Los antiguos griegos supieron sacar conclusiones de ese relato: ni exceso de prudencia, ni vanidad. Estaban convencidos de que hay que ignorar, por igual, las adulaciones y los desprecios, puesto que lo que verdaderamente eres est¨¢ equidistante de lo que unos y otros opinen sobre ti cuando vuelas en lo m¨¢s alto o no logras elevarte un palmo del fango.