Elogio de la rivalidad
La noche de la semifinal de Copa ante el Granada, mi hijo mayor me pregunt¨® cu¨¢l era el mayor enemigo de nuestro Athletic. Si la Real Sociedad, el Barcelona o el Real Madrid. Le expliqu¨¦ que nosotros no tenemos enemigos, sino rivales. Un enemigo es alguien a quien ans¨ªas destruir. Un rival es aquel a quien necesitas para seguir jugando, a quien deseas recibir para medirte en duelo deportivo. A veces a los hinchas nos cuesta entender esto. Enrocados en nuestros colores, olvidamos que el f¨²tbol es maravilloso en la misma medida en que lo son las rivalidades que lo habitan. Nada ser¨ªan nuestros clubes si no tuvieran otros grandes a quien enfrentarse regularmente, cada temporada. Todo el mundo del f¨²tbol descansa sobre la dial¨¦ctica del old firm.
Siempre me ha ca¨ªdo simp¨¢tica la Real Sociedad. Tengo grandes amigos a quienes he visto con la camiseta txuriurdin desde que ¨¦ramos ni?os, y me es imposible disociar esos colores de los recuerdos que me evocan los rostros de quienes los luc¨ªan aquellos veranos en La Rioja en la que conviv¨ªamos bizkainos y gipuzkoanos, tan diferentes como iguales, amigos que nos sent¨ªamos hermanos. Adem¨¢s, adoro los derbis. Cuando veo desfilar al campo a Real Sociedad y Athletic muerdo una magdalena proustiana que me trae im¨¢genes de lluvia, verd¨ªn, barro, resultados ajustados y diversi¨®n en la grada. Me gustan los derbis en San Mam¨¦s, donde intento ser el mejor anfitri¨®n, y me gustan tambi¨¦n en Anoeta, donde siempre me he sentido bien recibido. Querido como rival, es decir: con sonrisas y brindis en el exterior y abucheos y pitidos en la grada.
Desde que s¨¦ que nos encontraremos en la final, estoy como un adolescente antes de una primera cita. A ratos temo lo peor (?y si perdemos?), pero durante la mayor parte del d¨ªa sonr¨ªo abobado, confiando en que la noche terminar¨¢ con un beso (al trofeo) que jam¨¢s olvidar¨¦. Como en el amor, tambi¨¦n creo que lo mejor ser¨¢n los preliminares. Sue?o con encontrarme en Sevilla a mis amigos gipuzkoanos fundirnos en un abrazo, pincharnos un poco, brindar juntos y, antes del partido, citarnos dentro de un tiempo prudencial, varios meses quiz¨¢, cuando el que pierda (estoy convencido de que ellos) haya superado un poco el impacto de la derrota. Porque la alegr¨ªa de la victoria, ay, esa quedar¨¢ para siempre.