Aquella edad inolvidable
La historia del f¨²tbol es tan enrevesada que incluye los partidazos que al final no hicieron algunos jugadores porque estaban lesionados. Y qu¨¦ partidazos, al menos en nuestras cabezas. Digamos que las lesiones importantes son historias de fantasmas que hablan de las gestas o los goles que habr¨ªas hecho si no estuvieses de baja. La lesi¨®n no existe, y de pronto la ves. Se te aparece en mitad de la nada, precisamente como un esp¨ªritu. Ning¨²n futbolista, en mitad del partido, va pensando "ya ver¨¢s t¨², voy a romperme el menisco". En realidad, se siente invulnerable, capaz de superar a cualquier rival, y sin m¨¢s se lesiona. Algo parecido a aquello que le ocurri¨® al padre de Stravinski, que se muri¨® al rato de decir "?Qu¨¦ bien me siento! ?Pero qu¨¦ bien me encuentro!".
La lesi¨®n llega a menudo en mitad de un momento intrascendente, casi inocente. Ocurre en silencio, no gotea sangre, y de repente te pone delante la palabra FIN. Es como un thriller que se acaba por la mitad. No sabes ni qui¨¦n es el asesino porque ni tiempo a matar tuvo. Hazard, por ejemplo, iba a cobrarse el largo sue?o de jugar en el Madrid, y ahora debe conformarse con imaginar sus mejores jugadas, mientras convalece.
Nada te parece grave si al final vuelves a ser el de siempre. En unos pocos casos no ocurre. Para no referirme a uno real, que nos podr¨ªa tristes, recordar¨¦ a Souto Menaya, el protagonista de Aquella edad inolvidable, de Ramiro Pinilla. Menaya pas¨® de alba?il a jugador del Athletic, con el que marcar¨ªa el gol de la victoria en una final de Copa contra el Madrid. Poco despu¨¦s, sin embargo, una lesi¨®n lo dej¨® cojo, y se vio obligado a trabajar sentado, aceptando un empleo como ensobrador de cromos de futbolistas. Pero los jugadores, por lo general, son irreductibles: se lesionan y salen a flote. Da igual si la lesi¨®n es grav¨ªsima, si el dolor ya nunca desaparece, o si cojean. Est¨¢n dispuestos a pensar que con cojera se juega mejor. La lesi¨®n quiz¨¢ sea la prueba a la que el destino los somete para cerciorarse de que no prefieren ser pianistas o alcaldes.