A sus pies, se?ora
Mi querid¨ªsima Sra Rushmore: quiero que sepa que es usted una de las damas m¨¢s interesantes que he conocido en los ¨²ltimos diez a?os, portadora de un don reservado a los seres especiales: capaz de emocionar. Usted me conmovi¨® en el dif¨ªcil tr¨¢nsito por el desaliento, pero entonces la fibra de mi alma, que es de color rojo y blanco, estaba herida y era bastante sencillo estremecerla. Mas luego, cuando volvimos, nos regal¨® algo tan exacto que es imposible mejorarlo: EL ALETI DERROTA A LA GUERRA. El falangista y el libertario abrazados sobre los fusiles por la fuerza de nuestros colores. Cada vez que lo veo me acuerdo de la abuela Rushmore, su se?ora madre, para bendecirla. Porque eso mismo es lo que sucede cuando dos atl¨¦ticos se reconocen en cualquier lugar del mundo. Me ha pasado en Italia, en Argentina, en Escocia, en Porto Alegre: mi recordado Nelson Sirotsky sobre una mesa de Dado Bier cantando un himno que era el nuestro sin saber que otro atl¨¦tico, yo, estaba en aquel bar para gritarlo con ¨¦l. No es mi amigo, es mi camarada, como usted sabe Sra Rushmore.
Y ahora le dicen que gracias pero que no hay presupuesto, como si fuera una cuesti¨®n econ¨®mica; aunque fuera s¨®lo difundido por la red, su golpe de coraz¨®n no debe faltar. Usted nos ha dado el privilegio de seguir siendo los primeros en algo, usted nos hace campeones del ingenio: no hay precio, hay valor, y ya sabemos desde Machado que no es lo mismo. Si desde el club no le han pedido perd¨®n, yo se lo pido por ¨¦l. Sra Rushmore.