Roberto Clemente, el oro de Puerto Rico en la MLB
La existencia quijotesca del jugador de los Pittsburgh Pirates dej¨® una huella imborrable que est¨¢ viva en muchos rincones de EEUU y Am¨¦rica Latina.
Amanec¨ªa el nuevo a?o, un sol ahogante empezaba a calentar la arena de las playas de la Isla del Encanto, sin embargo, no se resoplaba un ¨¦ter fiestero. Una tibia brisa norte?a provocaba peque?as olas que solo se pod¨ªan o¨ªr rozando la orilla. El mar era calmo, casi silente. Mucha gente estaba agrup¨¢ndose en un rinc¨®n de las costas de San Juan. Pocas horas antes estas mismas personas no hab¨ªan disparado cohetes. Ninguno de ellos hab¨ªa degustado una amena Pi?a Colada. Pasaron la Nochebuena con los ojos enormes, cargos de rabia y exasperaci¨®n. Temblaban procurando racionalizar si estaban viviendo una pesadilla o si la realidad hab¨ªa sobrepasado la semblanza de una pel¨ªcula de miedo. Todos vagaban perdidos mirando espasm¨®dicamente las aguas desde las rocas del litoral, intentando observar el infinito. Buscando algo.
Pocas horas antes un avi¨®n DC 7 cargo de ayudas destinados a los sobrevivientes del nefasto terremoto de Managua hab¨ªa despegado hac¨ªa Nicaragua. El aparato, debido al tremendo fardo que llevaba consigo, no pudo volar ni siquiera por un par de kil¨®metros y se hab¨ªa estrellado en el Mar Caribe. Dentro de la aeronave viajaba Roberto Clemente. Su esposa Vera, trastornada y confundida, estaba all¨ª contemplando el aciago escenario. Paso a paso llegaban sus amigos m¨¢s cercanos y, conforme se difundi¨® la fatidica noticia, quisieron comparecer todos sus admiradores. Era una manera para testimoniar el momento en el cual su h¨¦roe se transformaba en eterna leyenda. Seres humanos de todas las edades atisbaban aquella mancha de aceite que se advert¨ªa distante, uno rasgo de la tragedia que hab¨ªa ocurrido. Los guardacostas estaban explorando el abismo intentando recuperar los cuerpos de los pasajeros. Las profundidades no quisieron devolver el campe¨®n m¨¢s grande de la historia, no solo deportiva, de Puerto Rico. Quiz¨¢s ya se lo hab¨ªa llevado consigo el cielo.
Clemente naci¨® en Carolina, un municipio que se desarrolla alrededor del aeropuerto principal de la isla caribe?a. Su familia trabajaba en el az¨²car, como much¨ªsimos boricuas en aquella ¨¦poca. Su padre era capataz de ca?a y Roberto, ¨²ltimo de siete hermanos, siempre que pod¨ªa ayudaba a su progenitor admirando los enormes esfuerzos que ejerc¨ªa a diario para que nunca faltasen en la mesa arroz con habichuelas y mofongo. El hijo m¨¢s chiquito de Don Melchor y Do?a Luisa se aficion¨® a la pelota jugando en los campos que rodeaban las calles estrechas de la aldea.
Tras la secundaria, firm¨® su primer contrato como profesional con los Cangrejeros de Santurce. Su sue?o empezaba t¨ªmidamente a metalizarse. Era uno de los grande conjuntos que compet¨ªan en la Liga Profesional de Puerto Rico, un certamen de gran nivel que, desarroll¨¢ndose en invierno, pod¨ªa presumir de much¨ªsimos peloteros norteamericanos. Acud¨ªan beisbolistas de la MLB y de la Negro League, estos ¨²ltimos encantados por el aire tropical y, sobre todo, por competir en un lugar donde ven¨ªan atendidos de las mismas maneras que los blancos. Este popurr¨ª de distintas culturas y las diferentes filosof¨ªas de interpretaci¨®n del b¨¦isbol tuvo grand¨ªsima influencia en su crecimiento deportivo. En los Cangrejeros tuvo como compa?ero a nada m¨¢s y nada menos que Willie Mays.
Nuestro protagonista vivi¨® su primera experiencia lejos de su amada isla en Montreal, donde estaba ubicado el combinado de las ligas menores perteneciente a los Dodgers de Brooklyn. Entre el clima r¨ªgido, los idiomas desconocidos y las lesiones, Clemente, intentaba sortear miles de escollos. No obstante, supo coser momentos brillantes y llamar la atenci¨®n de los ojeadores. Los Dodgers, por problemas contractuales, no pod¨ªan mantener a Roberto si hubiese llegado una oferta de otro equipo de MLB. Los Piratas de Pittsburgh fueron los m¨¢s r¨¢pidos y se llevaron lo que se trasformar¨¢ en el fichaje m¨¢s preciado de su ultra centenar historia.
En el a?o 1955 se estren¨® como beisbolista en las Grandes Ligas, luciendo el n¨²mero 21 del conjunto negro y amarillo. Antes de conocer al Estado de Pennsylvania tuvo que pasar por la espantosa realidad de Fort Myers donde su nueva organizaci¨®n ten¨ªa su base primaveral. Fue literalmente un encontronazo. Ten¨ªa que desafiarse a un doble racismo. Era latino y de origen afro-americano pues los conservadores incultos e ignorantes que viv¨ªan all¨ª probablemente lo ve¨ªan como un marciano. Si el clima pod¨ªa en cierto modo parecerse a Puerto Rico, la atmosfera en las calles de Florida era desgarradora. Roberto tuvo que enfrentarse a la segregaci¨®n racial ya siendo mayor de edad. Unas situaciones distintas a las de los afroamericanos que ya eran lamentablemente acostumbrados a esta barbarie desde la ni?ez.
Este tuvo un efecto chocante en la personalidad de Clemente. Se qued¨® profundamente impactado. En estos d¨ªas aterradores aprendi¨® que para triunfar en las Grandes Ligas hubiese tenido que demostrar mucho m¨¢s de lo normal con respeto a un blanco. Solamente as¨ª hubiese sido aceptado por una sociedad retrograda. Sin embargo, su mente visionaria e idealista hab¨ªa meditado mucho m¨¢s all¨¢. Si se hubiese convertido en una estrella hubiese sido un ejemplo para las generaciones futuras y hubiese sido m¨¢s sencillo conseguir un cambio. Vivir en una realidad donde todos son tratados de la misma manera, sean ellos blancos, negro, latinos o cualquier otra cosa. La gente que lo denost¨® y lo ofendi¨® termin¨® causando en ¨¦l una reacci¨®n tan fuerte como provechosa para las generaciones futuras. Su ¨¢nimo noble alcanzar¨¢ metas que parec¨ªan ut¨®picas.
Soslayado el primer spring training, descubri¨® Pittsburgh. Una ciudad de gente trabajadora arropada entorno a sus f¨¢bricas de acero. Los Pirates habian pasado a trav¨¦s de temporadas muy amargas, desde tres d¨¦cadas no aparec¨ªan en una Serie Mundial. Los primeros a?os del muchacho de Carolina fueron opacos. Luces y sombras coloraron el diamante del vetusto Forbes Field. Vislumbr¨® sobre todo en las facetas defensivas. Eso s¨ª, sobresalieron momentos sublimes. De vez en cuando se asomaba su carisma, su liderazgo que hubiese sido clave para arrastrar el equipo hasta los m¨¢ximos niveles. Pero experiment¨® much¨ªsimos problemas de adaptaci¨®n. Incluso sufri¨® muchas lesiones, a veces causadas por su manera imp¨¢vida de interpretar la tarea defensiva. Por si fuera poco, una multitud de periodistas lo acus¨® de hipocondriaco. Roberto contest¨® tajantemente a su manera, tres lustros y 3000 imparables despu¨¦s.
Cuando se acababa cada curso regresaba al Caribe y encontraba cobijo en su amada isla. All¨ª la gente lo motivaba. Lo estimulaba a mantenerse firme. Pese a que se sent¨ªa lacerado por el maltrato que recib¨ªa en los Estados Unidos demostr¨® una voluntad, una firmeza y un orgullo que le permitieron volver cada vez con m¨¢s arroyo y temeridad. Sab¨ªa atesorar todas sus experiencias para fraguar su personalidad y fortalecerse.
Ofensivamente no era elegante. A partir de cuando pisaba el c¨ªrculo de espera, protagonizaba un curioso tic nervioso. Mov¨ªa su cuello con impaciencia hac¨ªa atr¨¢s. Herencia de un dram¨¢tico accidente de coche que lo afect¨® en Puerto Rico. Al entrar al box de bateo se posicionaba en la parte del per¨ªmetro m¨¢s lejana a la colina. Luego estiraba su espalada y no flexionaba sus piernas ofreciendo un ¨¢rea de strike bastante amplia a los lanzadores. Era todo menos que tupido. Pese a sus actitudes estrafalarias, con el bate era un prestigiditador. Sab¨ªa batear con tremenda potencia y adem¨¢s sabia defender muy bien el plato. Su presencia achantaba a los pitchers, los embarullaba. Ellos, atemorizados, comet¨ªan errores. Defensivamente era sencillamente inmenso. Refinado y estiloso, con sus atractivas zancadas cubr¨ªa con pericia y soltura el jard¨ªn derecho, un terreno minado para los bateadores adversarios. Su guante era magn¨¦tico, su brazo un ca?¨®n afilado. Sus actuaciones eran acicaladas por una inteligencia formidablemente aguda. Literalmente escudaba a sus compa?eros.
En el a?o 1960 los Piratas firmaron una campa?a arrolladora y ganaron la Liga Nacional. Roberto demostr¨® al mundo que se pod¨ªa contar con ¨¦l en los momentos m¨¢s significativos. Su talento fue fundamental en toda la serie contra los Yankees. Bate¨® como m¨ªnimo un hit en cada partido y protagoniz¨® una jugada clave en la octava entrada del encuentro resolutivo manteniendo en vida a los suyos. Un asalto despu¨¦s aparici¨® el estacazo definitivo, el legendario jonr¨®n Bill Mazeroski que regal¨® a los Piratas el anillo. Aquella fue una temporada m¨¢gica, sin embargo, termin¨® solamente en octavo lugar en las votaciones como MVP. El n¨²mero 21 se lo tom¨® muy mal pero, como de costumbre, no se abati¨®. No existian coartadas en su doctrina, ¨¦l segu¨ªa firme por su camino. Segu¨ªa mejorando y mejorando. A lo largo de los a?os 60 fue uno de los jugadores m¨¢s fuertes y completos del campeonato. Conforme pasaban las temporadas la prensa norteamericana, que se burlaba muy a menudo por su manera pintoresca de hablar ingl¨¦s, empezaba a rendirse frente a semejante poder¨ªo y fascino. Y empezaron a llover tambi¨¦n los galardones individuales.
Su magnitud y su magia no se enmarcaban solamente en el diamante. Anidaba las calidades del l¨ªder en muchas facetas de la vida. Su principal virtud fue la de utilizar su personalidad para fomentar el desarrollo del educaci¨®n, del deporte y del respeto a los ni?os de Puerto Rico y en general de Am¨¦rica. Fascinado por los desaf¨ªos de Martin Luther King se disfraz¨® de pedagogo. Ense?o a multitudes de ni?os los valores del deporte y de la vida. En Puerto Rico se cri¨® una generaci¨®n dorada de peloteros. Si Roberto Alomar, Jorge Posada, Bernie Williams, Iv¨¢n Rodr¨ªguez y otras futuras estrellas han podido brillar y dominar en los Estados Unidos, tienen que agradecer calorosamente a Clemente. Roberto era un hombre que transformaba sus propias inquietudes en oportunidad, un personaje quijotesco que no solo ha sabido desbrozar el barro racial. Hab¨ªa sabido inyectar la esperanza a la generaci¨®n futura. Fue un fil¨¢ntropo, no se contabiliza su impacto a nivel social. Los ni?os lo adoraban y aspiraban a ser como ¨¦l. Sab¨ªa hablar con elocuencia, resorte y sutileza. Sab¨ªa c¨®mo destellar su sabidur¨ªa y encandilar a su pueblo.
Las World Series de 1971 timbraron la cumbre de su carrera. Golpe¨® el jonr¨®n clave en el s¨¦ptimo juego. Gan¨® el premio como mejor jugador del cl¨¢sico de oto?o. Sus haza?as y sus proezas en las batallas contra los Baltimore Orioles fueron vividas en directo por los asombrados aficionados locales que no tardaron a acudirlo hasta las escaleritas del avi¨®n de su regreso. Puerto Rico ardi¨® por sus haza?as. Lo que hab¨ªa conseguido era pasmoso, era literalmente un h¨¦roe, fue recibido con mimos y todos los honores en el medio de un tremendo alborozo en el Aeropuerto.
Su carrera se acab¨® un a?o despu¨¦s, justo el tiempo de conectar el imparable n¨²mero 3000. Pero su misi¨®n segu¨ªa. Hab¨ªa decidido estar en aquel maldito avi¨®n porqu¨¦ se sospechaba que las ayudas que varios pa¨ªses hab¨ªan enviado a Nicaragua, arrasado por el sisma pocos d¨ªas antes, no acababan en las manos de la gente necesitada. Se quedaban bajo el control del dictador Anastasio Somoza. Roberto, que ya hab¨ªa estado m¨¢s que una vez en Nicaragua, la ¨²ltima hace un par de semanas, no pod¨ªa quedarse indiferente. Su coraz¨®n inflamado de bondad lo port¨® a actuar otra vez en primera persona. Hasta encontrar su tr¨¢gico fin.
Nos ha dejado un legado enorme. La MLB entrega cada a?o el Premio Roberto Clemente al jugador que m¨¢s ha destacado por su conducta adentro y fuera de la cancha y que se ha distinguido por sus actividades en la comunidad. En Pittsburgh la figura del m¨ªtico n¨²mero 21 es presente en cada rinc¨®n. Por cierto, aconsejo visitar un espl¨¦ndido museo dedicado a ¨¦l, una peque?a joya. En Puerto Rico se volvi¨® realidad un sue?o que vislumbraba en sus venas, la construcci¨®n de la Ciudad Deportiva. A lo largo de un par de lustros funcion¨®, luego fue abandonada. Hoy en d¨ªa ver a los campos que eran diamantes y hoy son terrenos incultos y descuidados provoca mucha melancol¨ªa. La crisis de Puerto Rico en las Grandes ligas en los primeros a?os del nuevo milenio se explica tambi¨¦n por esto. Espero que los grandes que irradiaron la MLB despu¨¦s de Roberto puedan contribuir a la reconstrucci¨®n del beisbol en Puerto Rico. Ser¨ªa la mejor manera para honrar su magn¨ªfica herencia. Para que la Isla del Encanto vuelva a situarse como protagonista en el mapa mundial.