En la cuna de Djokovic
El n¨²mero dos del mundo es un dios en Banjica, el humilde barrio donde creci¨®. Esta semana lidera a Serbia frente a Espa?a en cuartos de la Copa DavisEspa?a - Alemania: Dobles Copa Davis
Las heridas del tiempo han arado profundas arrugas en la cara de Dragoljub Marovic. Con 84 a?os ha visto de todo. Nacer en una Yugoslavia mon¨¢rquica y sobrevivir a la actual Serbia no es sencillo. Pero sentado delante de una mesa que simula un tablero de ajedrez y entre las carcajadas de los cr¨ªos que juguetean en el parque, Dragoljub sonr¨ªe. Sonr¨ªe mucho. Hablar de Novak Djokovic le ilumina el rostro. Su Djokovic es diferente al que conocemos. El suyo es una evocaci¨®n de hace 20 a?os. Un ni?o de familia humilde que se ha hecho gigante empu?ando una raqueta. ¡°A¨²n recuerdo c¨®mo su abuelo Vladimir le lavaba a mano la ropa para que pudiera entrenarse¡±, rememora.
Estamos en Banjica, el humilde barrio a las afueras de Belgrado donde naci¨® y creci¨® Nole. Aqu¨ª germin¨® su amor por el deporte. Sus padres se lo inculcaron. Su madre y su t¨ªo eran excelentes esquiadores. Su padre, futbolista. Pero al peque?o Novak le dio por el tenis. ¡°Bueno, le gustaba todo. Un d¨ªa de invierno lleg¨® casi una hora tarde al club de tenis Partizan. Dijo que no hab¨ªa buses, que si la nieve¡ Luego, al recoger las pelotas, me confes¨® que se hab¨ªa quedado jugando al f¨²tbol en el cole¡±, relata Branislav Pralica, uno de sus mejores amigos, ahora periodista, con el que creci¨® y se entren¨® en su infancia. ¡°Siempre fue muy bueno. Todos los padres cre¨ªan que ser¨ªa lo que es hoy¡±, cuenta en una cafeter¨ªa en la suntuosa y c¨¦ntrica calle de Knez Mihailova.
Pero no todo fue sencillo. ¡°Con nueve a?os se sinti¨® saturado de tenis. Sus padres decidieron que se preparara y jugara en mi grupo con Miroslav Boravic, que conoc¨ªa a su padre. Para Nole fue una terapia que mezclaba juego y trabajo. Le ayud¨®. As¨ª que, si no es por m¨ª, quiz¨¢ no habr¨ªa llegado al n¨²mero uno¡±, se carcajea.
¡°?Y las bombas de la OTAN en 1999?¡±. La pregunta le entumece el gesto. Adi¨®s sonrisa. ¡°Ten¨ªamos once a?os. El tenis era nuestro amparo. Por la ma?ana entren¨¢bamos. Escuch¨¢bamos las sirenas antia¨¦reas, pero no hac¨ªamos caso. Parec¨ªa que las raquetas nos protegiesen. Al volver a casa, de madrugada, las mismas alarmas nos despertaban y el fuego iluminaba la oscuridad. Normalidad de d¨ªa, horror de noche¡±, explica. La familia de Djokovic pas¨® aquellos meses en el piso del abuelo Vladimir en Banjica. Cuando las sirenas aullaban, bajaban al s¨®tano, donde se api?aban los vecinos.
El clan Djokovic aguant¨®
El clan resisti¨® y dos a?os despu¨¦s, el peque?o Nole se march¨® a la Pilic Academy en Alemania. ¡°Fue complicado. Novak se siente orgulloso de ser serbio y de Belgrado. Su conexi¨®n es fuerte porque dej¨® el pa¨ªs muy pronto. ?Regresar para vivir? No se lo recomendar¨ªa. Aqu¨ª no puede dar un paso sin que le rodeen. Es un dios. Necesita la paz que s¨®lo se encuentra en Montecarlo o el Himalaya¡±, bromea Branislav.
Pero volvamos a Banjica, donde los cerezos en flor maridan con el hormig¨®n coloreado de rojo comunista con el que se adornan bloques de hasta doce pisos de altura. Una mezcla extra?a para el visitante novato, pero no para el habitual. Esto es Belgrado. Contrastes. ¡°?Viene mucho Nole?¡±. Dragoljub, nuestro abuelo-gu¨ªa, responde: ¡°Antes ven¨ªa m¨¢s, cuando el abuelo viv¨ªa. Muri¨® en 2012¡±, rememora al mostrarnos uno de los dos murales en honor a Djokovic que decoran la plazoleta. En uno s¨®lo est¨¢ Djokovic. ¡°Confiando en Dios¡±, se lee. En el otro le escoltan Gencic, su primera entrenadora, y el abuelo Vladimir. ¡°Cada vez que le visitaba acababa jugando al f¨²tbol con los chavales¡±, comenta Dragoljub. Su nieto Luka juega ahora a nuestro lado y asiente al o¨ªr al abuelo. ¡°Yo jugu¨¦ con ¨¦l¡±, apostilla.
Gencic, la otra protagonista del mural, muri¨® en 2013. Con ella se ejercit¨® Nole en las pistas del club Bazeni, situado a las afueras del barrio, junto a un mercado tan ca¨®tico como atrayente. Lo hac¨ªa tras salir del colegio Bora Stankovic, pegado a su casa. Sus trabajadores le recuerdan como un ¡°ni?o de buenas notas¡±, afirma Leposava, la encargada de la limpieza. ¡°Pero el ¨²ltimo a?o s¨®lo pudo hacer los ex¨¢menes. No pis¨® las clases por el tenis¡±, a?ade el ujier, Nenad. Ausencias que compensa con visitas espor¨¢dicas. ¡°Los ni?os le rodean, pero siempre firma aut¨®grafos y se hace fotos con paciencia¡±, dice Leposava. ¡°Es que es un buen hombre. Eso es m¨¢s dif¨ªcil que ser un gran campe¨®n¡±, se despide Dragoljub con su sonrisa arrugada antes de recordarnos que no se f¨ªa de Espa?a para la Davis. ¡°Esos espa?oles son muy buenos... aunque tenemos a Djokovic¡±. No su Djokovic, aquel que conoci¨® de ni?o, sino el otro. El que asusta empu?ando la raqueta.