A la sombra de los grandes chopos
Hace no mucho mi hijo peque?o, que ahora tiene seis a?os, odiaba el f¨²tbol. Cuando el mayor y yo ve¨ªamos un partido, se plantaba frente a la tele, levantaba las manos en se?al de protesta, y gritaba: "?f¨²tbol no!". A veces nos robaba el mando, apagaba la pantalla y sal¨ªa corriendo. Era todo un activista. Como uno tiene una cierta responsabilidad en esto de educar a los ni?os, le llev¨¦ varias veces a San Mam¨¦s a ver si se le curaba aquella animadversi¨®n del todo intolerable. El santo intervino y la terapia de c¨¢nticos, goles y paradones hizo efecto. Una tarde, al volver de la ikastola, afirm¨® muy serio: "aita, yo soy portero".
Desde ese d¨ªa pasa las horas en la calle con sus flamantes guantes. Antes de empezar a jugar se pide Unai Sim¨®n y despu¨¦s, impasible al desaliento, insensible al dolor, recibe los balonazos de su hermano. Sus rodillas da?adas son medallas. Cuando nos sentamos a dibujar, ¨¦l se retrata haciendo paradones. Hemos visto un mont¨®n de partidos juntos en esta Euro. Cu¨¢nto los he disfrutado. Se sienta a mi lado y durante los noventa minutos me ilustra con sus comentarios t¨¦cnicos sobre los guardametas. Dice: "aita, Courtois es muy bueno". Pero despu¨¦s matiza: "aunque no tanto como Unai Sim¨®n".
Anteayer organizamos un partido y se pidi¨® jugar de chopo. Me encant¨® escucharle. Les expliqu¨¦ a ¨¦l y a su hermano que en Bizkaia decimos as¨ª al puesto de portero porque ese era el apodo del m¨¢s grande de todos los que ha habido: Jos¨¦ ?ngel Iribar. Me preguntaron si le conozco. Asent¨ª orgulloso. Les ense?¨¦ mis manos y les expliqu¨¦ que las suyas son el doble de grandes y que Eduardo Chillida las convirti¨® en arte. Despu¨¦s aprovech¨¦ para hablarles de otros grandes chopos: Zubizarreta, Valencia, Iraizoz, Biurrun.
No pude ver la pr¨®rroga ni los penaltis del partido de Espa?a. Pero cuando llegu¨¦ a casa, el peque?o sali¨® corriendo a recibirme y me cont¨® la gesta de su h¨¦roe. Gritaba: "?Qu¨¦ te dije? ?Qu¨¦ te dije? ?Es el mejor!". Despu¨¦s se enfund¨® los guantes y bajamos a echar unos chutes, con dos ¨¢rboles haciendo de postes. Se pidi¨®, claro, Unai Sim¨®n. Aquellos ¨¢rboles eran dos ciruelos japoneses, pero la sombra que cobijaba a mi hijo esa tarde de verano era otra, era la sombra de los grandes chopos.