Par¨ªs y una goma atada a la cama
Estoy en una habitaci¨®n del hotel La Forestiere en el Bosque de St. Germain-En-Laye. Nos han llevado all¨ª dos d¨ªas antes del partido. Con techos a dos aguas y una chimenea cuya estructura vertical sobresale de la pared en la que est¨¢ incrustada, el inmueble tiene m¨¢s de casa rural que de hotel. Desde mi ventana puedo ver el jard¨ªn, repleto de flores y ¨¢rboles, bajo cuya sombra resultar¨ªa agradable estar leyendo o tomando una cerveza. Pero ese horizonte est¨¢ muy lejos de m¨ª. Todo lo que me importa en esos momentos es una goma de cierto grosor. La tengo atada por un extremo a una de las patas de la cama, mientras que en el otro he hecho un lazo por el que puedo meter mi pie izquierdo. He aterrizado all¨ª con molestias en los isquiotibiales que amenazan con no dejarme jugar. De las dos ¨²ltimas finales de Copa del Rey a las que hemos llegado, me perd¨ª la de Valencia contra el Real Madrid justamente por una contractura. Y la del a?o siguiente en el Calder¨®n contra el Celta, s¨®lo la pude disputar gracias a un vendaje en mi tobillo que parec¨ªa una escayola. Ser¨ªa una broma, pienso, que el partido m¨¢s importante de mi carrera se quede en un mal recuerdo. Los ¨²nicos que saben de mis dudas y mis temores son los ¡°fisios¡± del equipo, Kabir y, sobre todo, Paul Knaap, con el que he estado en dos ocasiones en Rotterdam en la consulta de Van Toorn, que en esos a?os se ha puesto de moda por sus milagros. Su terapia provoca discrepancias y cr¨ªticas apasionadas. Seg¨²n algunos, sus m¨¦todos son una temeridad. Otros no tienen empacho en acusarlo de ser un impostor que pone en riesgo la salud de los profesionales.
Sin embargo, conmigo sus milagros han funcionado. Una de sus t¨¦cnicas consiste en hacer sesiones extenuantes de pesas. La teor¨ªa es que fortaleciendo el grupo muscular alrededor de la zona da?ada, esta queda enmascarada o solapada de manera que su actividad se reduce al m¨ªnimo. En cualquier caso, yo estoy en esa habitaci¨®n con el ¨²nico objetivo, de acuerdo al magisterio del iluminado Van Toorn, de pasarme el mayor tiempo posible de pie, mirando la cama, mientras potencio mi pierna lesionada. Faltan dos d¨ªas para que la Fortuna decida. No sonr¨ªo a nadie, hablo lo menos posible. Todas mis energ¨ªas est¨¢n puestas en esa goma, a la que casi saco humo de tanto como la estiro y estiro. S¨®lo en las comidas, o en el desayuno, les digo a algunos compa?eros que si se han parado a pensar en que estamos ante la gran oportunidad de nuestras vidas. Ante el ¨²ltimo cartucho de una generaci¨®n, algunos de los cuales ya rondamos la treintena. Veo a la gente feliz, ilusionada. La cita es propicia. Venimos de tres a?os fabulosos, durante los cuales nos han elogiado por nuestro f¨²tbol. Somos conscientes de las expectativas que hemos creado, no s¨®lo en Arag¨®n y en el zaragocismo, algo comprensible, sino en todo el pa¨ªs. Somos un equipo simp¨¢tico, que ha hecho todo lo posible por dar una vuelta de tuerca a ese estilo basado en el juego ofensivo y en el buen trato del bal¨®n. Pasan las horas, y crece mi pesimismo. Pese a las jornadas que dedico a fatigar mi musculatura, no veo progresos y, con decepci¨®n que a¨²n no quiero hacer p¨²blica, creo que no llegar¨¦ recuperado.
La primera noche sue?o con jugadas que no podr¨¦ ejecutar porque sencillamente no he salido al campo. Tambi¨¦n con que en el primer minuto me rompo estrepitosamente. Tengo que salir del partido, puede que entre l¨¢grimas. Al d¨ªa siguiente, prosigo con mis ejercicios rezando a un dios que no va a escucharme, que ni siquiera s¨¦ si existe. Me cuesta tener fe, porque, incluso habiendo obtenido anteriormente buenos resultados gracias a los conocimientos del m¨¦dico holand¨¦s, pienso que esta vez no va a resultar. No hay mucho margen de mejora, de modo que trato de ir haci¨¦ndome a la idea de que no podr¨¦ estar con mis compa?eros. Mis ¡°fisios¡±, sin embargo, me dan esperanza. Y reparo en que nunca he sido un jugador muy dado al optimismo. En la habitaci¨®n tengo algunos libros, pero la lectura no me produce ning¨²n efecto. Soy un doliente jugador obsesionado con una sola idea. El d¨ªa del partido, al despertarme, tengo un p¨¢lpito que me llena de buenas sensaciones. Algo me dice que mi pierna ha reaccionado, que ya no es la misma que cuarenta y ocho horas atr¨¢s. Salgo al jard¨ªn y amago una carrera para evaluar si mis impresiones son verdaderas o se trata de una simple ilusi¨®n. Pero no, noto la pierna m¨¢s segura, como decidida a darme esa oportunidad que los a?os no olvidar¨¢n. Se apodera de m¨ª un sentimiento creciente de ego¨ªsmo, ese ego¨ªsmo del jugador que no quiere perderse la ocasi¨®n de participar en el asalto a la gloria. ?No estamos aqu¨ª para eso -me pregunto-, para ganarnos un hueco, por peque?o que sea, en la historia? Al contrario de c¨®mo hab¨ªa gestionado el pesimismo, ahora me decido a compartir mi mejor¨ªa. Tengo razones suficientes para pensar que llegar¨¦ en condiciones. Me acuerdo de Van Toorn, cuya discutida locura est¨¢ a punto de convertirme en protagonista en lugar de dejarme en simple espectador.
Cuando salgo al Parque de los Pr¨ªncipes con Cedr¨²n, Belsu¨¦, Aguado, C¨¢ceres, Solana, Arag¨®n, Poyet, Nayim, Higuera y Esn¨¢ider, en lo ¨²ltimo que pienso ya es en mi pierna, que casi dir¨ªa nunca ha estado tan sana. Miro a las gradas y localizo la zona de nuestra afici¨®n. Por all¨ª no cabe una bandera m¨¢s. Siento el latido de todos los que se han desplazado hasta Par¨ªs como si estuviera dentro de m¨ª. Qu¨¦ no dar¨ªa, reflexiono, por que toda esa gente saliera con l¨¢grimas de felicidad del estadio y no de tristeza. Pero, esa fortuna, me digo a continuaci¨®n, no est¨¢ en el pie de nadie. Luego, con el juego comenzado, pasamos por distintas fases. De un inicio lleno de dudas e imprecisiones deambulamos por un periodo en que nos venimos arriba y creemos en la victoria. Despu¨¦s de cumplirse los mejores augurios con el gol-golazo de Esn¨¢ider, todo se va al traste con el empate de John Hartson. Qu¨¦ injusto ser¨ªa, musito sin poder formularlo, que esto acabara as¨ª, en un triste empate, que haya que resolver por penaltis. Esos malditos ingleses, tan poco finos con la pelota, han aguantado el partido mejor que nosotros. Pero siendo sinceros, incluso antes de la pr¨®rroga, no ve¨ªa con malos ojos esa suerte. Esa es la verdad. Y por otro lado, los penaltis tampoco se nos dan tan mal. ?Acaso no ganamos al Celta en la final del a?o pasado precisamente desde los once metros? Y entonces se da el milagro, el milagro definitivo. Estamos al borde de la extenuaci¨®n y del centro del campo. Ellos se han adelantado en una acometida desesperada. La pelota cae a los pies de Nayim. Y yo lo miro esperando su pase, no s¨®lo porque hay mucho espacio, aunque no s¨¦ si llegar¨¦ con frescura para ponerme delante de Seaman y batirlo, sino tambi¨¦n porque Nayim es un buen pasador, uno de los mejores con los que he jugado nunca. Y cuando ya cojo aire para enfrentarme al cielo o al infierno, Nayim resuelve de pronto todos mis titubeos con un golpe magistral, de genio absoluto, o inspirado vete a saber por qui¨¦n. ?Qu¨¦ cabronazo!, ?Qu¨¦ cabronazo!, me digo antes de ponerme a gritar, a correr y a saltar como si nunca hubiera tenido la m¨¢s m¨ªnima molestia en mis isquiotibiales, como si estuviera realmente en Par¨ªs, donde miles de zaragocistas ya celebran el triunfo.