F¨²tbol y pol¨ªtica
Durante mucho tiempo, mi pa¨ªs estuvo dividido entre terroristas y fascistas. No hab¨ªa tercera opci¨®n. Ibas a por el pan y hab¨ªas de elegir si con tu compra apoyabas el negocio de un fascista espa?ol o de un terrorista separatista. En ocasiones, alg¨²n amigo te retiraba la palabra cuando te ve¨ªa conversando con otro. A ojos de terceros, intercambiar saludos te convert¨ªa en c¨®mplice de los cr¨ªmenes de ETA o la guerra sucia del Estado.
Si la cosa hubiera quedado ah¨ª, ni tan mal. El problema se agravaba cuando eras t¨² mismo el juzgado. Aquello era esquizofr¨¦nico. Cada d¨ªa te achacaban cojear de un pie u otro. En menos de un a?o, me partieron la cara por terrorista y espa?olazo. Los grupos que me apalearon no difer¨ªan mucho entre ellos, apenas en la bandera. Y yo tuve suerte: mis heridas de guerra son un diente roto y unos cuantos puntos de sutura. Otros lo pasaron mucho peor, cuando no fueron directamente asesinados.
Creo sinceramente que el f¨²tbol y la pol¨ªtica no se pueden separar, porque est¨¢n esencialmente unidos. El f¨²tbol es el gran espect¨¢culo que es porque, entre otras cosas, permite la escenificaci¨®n l¨²dica de la identidad, de las identidades, de la diversidad. A eso se refer¨ªa Eduardo Galeano cuando escribi¨® que el f¨²tbol es una guerra danzada. A Paul Auster se le atribuye otra frase parecida: el f¨²tbol es un milagro que le permiti¨® a Europa odiarse sin destruirse.
Ambas citas son recurrentes cuando se intenta explicar la tensi¨®n o la violencia en los estadios. Pero se suele olvidar la segunda parte de la ecuaci¨®n. Tanto Auster como Galeano subrayan la parte l¨²dica del asunto.
El f¨²tbol es pol¨ªtica. Es inevitable. Pero todo ser¨ªa muy diferente si entendemos de una vez que la pol¨ªtica ha de ser el arte de convivir con quienes son diferentes a nosotros, con quienes discrepamos y nunca, bajo ning¨²n concepto, un espacio de persecuci¨®n de la diferencia. Debemos aprender a vivir en el disenso. En ese sentido, no pasa nada malo con que el estadio se convierta en un espacio de escenificaci¨®n de protesta o adhesi¨®n. El estadio no es un par¨¦ntesis del mundo, ni debe serlo. Pero s¨ª un lugar de convivencia, donde el otro-diferente ha de tener siempre cabida, exceptuando, por supuesto, a quienes hacen de la intolerancia su discurso y niegan la diferencia.
Se vienen fechas en las que conviene recordarlo.