Parec¨ªa buena idea
Si algo une a todos los que hemos jugado al f¨²tbol es que en alg¨²n momento de nuestras vidas nos hemos llevado una bronca monumental de un portero. Generalmente en la barrera. Da igual en qu¨¦ categor¨ªa: amateur o profesional, en La Elipa o en Wembley, el rapapolvo te lo llevas. Est¨¢s con toda tu buena intenci¨®n, con el brazo levantado, esperando ¨®rdenes para colocarte, y de repente el portero, a quien conoces de toda la vida, amigo de la infancia en ocasiones, parece pose¨ªdo por Charles Manson y empieza a soltar espumarajos, tacos, improperios y blasfemias en alguna lengua muerta. M¨¢s desconcertante que Edward Norton al final de Las dos caras de la verdad. Tienes p¨¢nico a que luego te descuartice en el vestuario por un paso de m¨¢s a un lado. Uno tampoco espera un tratamiento de usted, pero cuando est¨¢s ah¨ª, en el pared¨®n, viendo al rival a punto de romperla, un poco de delicadeza y empat¨ªa no es tanto pedir.
Admitamos que ser portero tampoco es f¨¢cil. No es el puesto m¨¢s popular y es preciso tener un car¨¢cter algo solitario para ejercerlo. Son como curas: cada vez se encuentran menos con vocaci¨®n. Hay tanta demanda que algunos ya ni pagan por jugar en las ligas de f¨²tbol aficionado. Y el que es bueno est¨¢ pluriempleado hasta en ocho equipos distintos. Su mera presencia, ya s¨®lo tener guantes y la voluntad de tirarse un par de veces al suelo, devuelve la dignidad y eleva a la categor¨ªa de partido cualquier pachanga dominguera.
Pienso mucho en Courtois. Parec¨ªa el fichaje perfecto: joven, mejor portero del Mundial, deseando vivir en Madrid y a punto de acabar contrato. Pero por una serie de motivos no acaba de encajar. El cuerpo rechaza el injerto. En el Real Madrid siempre han gustado m¨¢s los porteros milagreros que la sobriedad funcionarial. Courtois pertenece al segundo grupo. Soluciona sin demasiado esfuerzo lo que otros resuelven con palomitas y volatines. Y eso vende menos. Pero el portero del Madrid, adem¨¢s de serlo, tiene que parecerlo. Y mi sensaci¨®n con Courtois es que no impone respeto, no transmite esa seguridad de muro infranqueable que desmoraliza a rivales. No creo que su rendimiento en el Madrid merezca esos silbidos del Bernab¨¦u. Pero no acaba de mostrar esa confianza que incluso Areola, en alg¨²n momento, ha llegado a transmitir con m¨¢s solvencia. No s¨¦ si es su lenguaje corporal, ese aire como de novio de Erasmus que trae tu amiga a una cena, ese run-r¨²n medi¨¢tico por cuestiones extradeportivas que le ha acompa?ado desde su llegada, la nostalgia por Keylor o la falta todav¨ªa de una gran noche salvadora, pero el caso es que no termina de cuajar. Tampoco el perpetuo estado de gracia en el que viven instalados Ter Stegen y Oblak le favorece. Cuando parec¨ªa ir con viento a favor, lleg¨® la debacle ante el Brujas y aquella espantada en el descanso. O estaba malo antes y fue imprudente saliendo a jugar, o le pudo el miedo esc¨¦nico. Ahora, como S¨ªsifo, toca volver a empezar.
De Gea tambi¨¦n parec¨ªa llegar en el mejor momento al Mundial y, como toda novela rusa, rompi¨® en tragedia. Kepa, su sustituto en la Selecci¨®n, fall¨® esta semana contra Noruega. Ning¨²n portero est¨¢ a salvo del descalabro. Son funambulistas caminando sobre un cable de acero. Por eso a lo mejor nos echan esas broncas en la barrera. Quiz¨¢ tengan envidia de vernos juntos, protegi¨¦ndonos los unos a los otros de las inclemencias del f¨²tbol. Porque nadie cuida de ellos.