Berrinche internacional
Desde que soy padre siempre tengo excusas para arrancar los textos. Cualquier tonter¨ªa me recuerda a mi hijo y las met¨¢foras salen a chorro como la crema hidratante. Cuando me preguntan sobre pol¨ªtica lo imagino estampando juguetes contra la pared y larg¨¢ndose sin miramientos cuando le pido que los recoja. Y para el f¨²tbol tambi¨¦n tengo soluciones. Nico tiene casi tres a?os y le encanta jugar con n¨²meros. Se mea de risa en el ascensor mientras contamos los pisos que faltan para llegar a casa y se enfurru?a justo cuando paramos en el sexto y termina el juego. Cada d¨ªa igual. Su maestra dice que repite estas rutinas porque as¨ª se siente protegido. Pienso en ello ahora que nos cambian LaLiga por esta ristra de partidos ex¨®ticos y entiendo a mi hijo, llorando junto al rellano porque ya no hay m¨¢s numeritos que contar. Aunque en realidad, claro, no creo que sea para tanto.
El desapego por los partidos internacionales en mitad de la temporada es tradicional. Un baj¨®n programado. Espa?a siempre ha aparecido en nuestra vida como los amores de verano: un par jam¨¢s los olvidaremos, pero la mayor¨ªa acabaron a gritos y en todo caso siempre pronto. Nuestra felicidad con la Selecci¨®n siempre ha durado lo que tardan en descolgar las luces de la verbena. Es una pura intermitencia. Un estallido y luego el sonido febril de los coches de choque desvaneci¨¦ndose al fondo. Para colmo, ya casi no recordamos cuando fue divertido.
Lo bueno es que los partidos de la Selecci¨®n se han vuelto interesantes a fuerza de acumular incertidumbres. Por 'combinado nacional' nunca he entendido otra cosa que el Dyc-cola y una resaca horrible. Esa es la definici¨®n estricta de la Selecci¨®n en la era Luis Enrique-Moreno. Cuatro del Villarreal que pelearon la permanencia son los hielos bailando en un vaso de tubo. ?Qui¨¦n jugar¨¢ junto a Sergio Ramos?, ?qui¨¦n liderar¨¢ el medio y qui¨¦n bajar¨¢ al barro?, ?c¨®mo rayos har¨¢n para asustar a alguien arriba? Cuando Trapattoni llegaba a un club nuevo sol¨ªa decir que ¨¦l pod¨ªa conducir con la misma pasi¨®n el Ferrari que el Topolino. C¨®mo me gustar¨ªa aplicarme el cuento y dejar de lloriquear en el rellano.