Azar y juego
El VAR existi¨® desde siempre. Lo inventaron los ni?os, all¨¢ en la prehistoria del f¨²tbol, cuando en los descampados del barrio o en los patios de tierra de los colegios deten¨ªan el partido para dilucidar si tal bal¨®n hab¨ªa ido alto o hab¨ªa dado en el palo, en aquellas porter¨ªas imaginarias hechas con prendas de ropa y con carteras escolares, o si tal jugada hab¨ªa sido penalti, o falta, o c¨®rner, y el juego no se reanudaba hasta conseguir por ambas partes un acuerdo, si no justo al menos razonable.
A veces los debates duraban su tiempo, pero aquello formaba parte del juego, y hasta se repet¨ªan en vivo, a modo de moviola, las jugadas pol¨¦micas: exactamente por aqu¨ª entr¨® el bal¨®n, as¨ª fue tu zancadilla y as¨ª me ca¨ª yo, ?no ves que esa falta fue justo aqu¨ª, dentro del ¨¢rea?, de modo que los jugadores por un rato se convert¨ªan en ¨¢rbitros, lo cual era un modo m¨¢s de competir y divertirse. Camino de casa, ya al anochecer, y quiz¨¢ tambi¨¦n al d¨ªa siguiente, a¨²n segu¨ªan los jugadores rearbitrando el partido y representando las jugadas dudosas.
Ahora, con el VAR, hay quienes quieren que volvamos a aquellas ni?er¨ªas, pero esta vez en plan grave y doctoral, sin que los jugadores, ni por supuesto los espectadores, participemos en esa inagotable discusi¨®n que ser¨¢ siempre el arbitraje. ?Qu¨¦ har¨¢n los aficionados y los jugadores durante el tiempo en que el invisible tribunal del VAR est¨¦ deliberando? ?Deliberar tambi¨¦n entre ellos, echar mano al bocata, guardar un silencio respetuoso, pelotear para no perder el tono f¨ªsico? ?Qu¨¦ se pretende con este invento tan higi¨¦nico como tedioso y deshumanizado? ?Civilizar el f¨²tbol? ?Invadir esos m¨¢rgenes emocionales de deliciosa incertidumbre que el f¨²tbol deja al arbitrio del coraz¨®n y de la fantas¨ªa?
Por mi parte, yo no quiero descansar en la certeza sino disfrutar y sufrir con los errores y azares propios del juego. La ambig¨¹edad enriquece siempre la ficci¨®n, y para certezas ya tenemos las que nos ofrece a diario la vida. El arbitraje forma parte del juego, y yo quiero que el ¨¢rbitro tambi¨¦n juegue, y acierte y se equivoque. Yo no quiero que me rompan el ritmo narrativo del partido, ni que me saquen de golpe del mundo de la ficci¨®n para devolverme a la prosaica realidad donde la ilusi¨®n se rinde ante el veredicto de un fallo inapelable.
Todo arte, todo juego, se mueve en el alambre, como la propia vida, donde no hay belleza que no contenga unas sabias y humanas pinceladas de imperfecci¨®n. Por favor, no la toquen ya m¨¢s, que as¨ª es la rosa.