Waterloo en el Bernab¨¦u
Si Stefan Zweig estuviese vivo y ejerciendo de cronista deportivo en el Santiago Bernab¨¦u el pasado 23 de diciembre es muy posible que se le viniese a la memoria el cap¨ªtulo que dedic¨® a la batalla de Waterloo en su celebre Momentos Estelares de la Humanidad. La ya muy comentada jugada del primer gol del Bar?a, que decant¨® el Cl¨¢sico del lado azulgrana, semeja la representaci¨®n ideal de lo que debi¨® pasar en las suaves lomas de esa localidad situada unos 20 kil¨®metros al sur de Bruselas el 18 de junio de 1815.
Ese d¨ªa Napole¨®n se jugaba el reci¨¦n recuperado trono de emperador de Francia y Europa su futuro. El general corso entend¨ªa que la clave para ganar la partida a Wellington era marcar de cerca al ej¨¦rcito prusiano que mandaba el mariscal Von Bl¨¹cher. Guarecido de una lluvia torrencial en su tienda de campa?a, antes de las primeras luces del d¨ªa fue impartiendo las ¨®rdenes a sus mariscales. A Enmanuelle de Grouchy le encarg¨® que no dejase ni a sol ni a sombra a los prusianos, que los hostigase sin descanso con su caballer¨ªa y los alejase lo m¨¢s posible del teatro de operaciones para obtener una ventaja t¨¢ctica sobre los brit¨¢nicos y austriacos que pudiese ser decisiva.
De Grouchy era un muy obediente general de estado mayor pero sin apenas iniciativa propia en el campo de batalla. Durante toda la ma?ana se dedic¨® con ah¨ªnco a esa misi¨®n. Lleg¨® incluso a creer que ya hab¨ªan vuelto de regreso a su pa¨ªs. A media tarde algunos de sus lugartenientes le comentaron inquietos y alarmados que se o¨ªan ca?onazos lejanos hacia Waterloo, que quiz¨¢s fuese el momento de regresar porque all¨ª se estaba decidiendo la guerra. Pero De Grouchy se mantuvo firme en las ¨®rdenes recibidas y no se atrevi¨® a salirse ni un mil¨ªmetro del encargo recibido. Nunca sospech¨® que lo que al principio dio resultado acab¨® siendo el inicio del fin. La persecuci¨®n sin descanso a Von Bl¨¹cher debi¨® cesar en el momento clave para poder reagruparse. Cuando volvieron a Waterloo ya era demasiado tarde, la batalla estaba perdida y el ejercito franc¨¦s destrozado gracias en parte a los propios prusianos, que s¨ª hab¨ªan regresado sobre sus pasos mientras Grouchy cre¨ªa tenerlos fuera de juego.
La acci¨®n de Kovacic persiguiendo a Messi como le hab¨ªa pedido Zidane durante todo el partido, a¨²n a costa de dejar en el momento decisivo del choque el pasillo franco a Rakitic para asestar el golpe definitivo, puede que se acabe estudiando en los cursos de entrenadores e incluso en las academias militares. Ayudar¨¢ a entender que las ¨®rdenes, adem¨¢s de cumplirlas, hay que saber interpretarlas... Y si es necesario incumplirlas. Napole¨®n lamentar¨ªa en su destierro de Santa Elena que por una vez no le hubiesen desobedecido. Messi, como el ejercito prusiano de Bl¨¹cher, supo ejercer de maniobra de diversi¨®n para el enemigo y regresar finalmente a tiempo para sentenciar la contienda.
En todo caso, dicen los historiadores que el regreso de De Grouchy a Waterloo hubiese cambiado el curso de la batalla pero no de la guerra ni de la historia. Napale¨®n iba ya con el agua al cuello, obligado a vencer de batalla en batalla ante un ej¨¦rcito aliado con mucha ventaja. La misma que el Barcelona ten¨ªa cuando asom¨® por las lomas del Bernab¨¦u.