La Copa que se jugar¨¢ en una baldosa
De un tiempo a esta parte, la FIFA cambi¨® de gafas. No queda otra, el mundo al que est¨¢bamos acostumbrados ya no es el mismo y el f¨²tbol no es ajeno a esa globalizaci¨®n a golpe de tuit. La soluci¨®n est¨¢ clara: hay que abrir la mirada. No ocurre s¨®lo en el f¨²tbol, esa misma l¨ªnea es la que siguen otros deportes de calado como la F¨®rmula 1 y MotoGP, a los que Europa se les ha quedado peque?a y buscan un nuevo estir¨®n en Sudam¨¦rica o Asia; o como la NBA, que exporta algunos de sus partidos fuera de Norteam¨¦rica. Nasser Al Khater, Sakis Batsilas y Matthias Krug hablaban, detallaban, elogiaban, vibraban ayer con Qatar, con todo lo que aguarda en aquel estado soberano en apenas cinco a?os. Pasar¨¢n volando.
Hablamos de un Mundial que rompe la baraja, un m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, porque la gran fiesta del f¨²tbol se disputar¨¢ entre noviembre y diciembre (algo in¨¦dito en la historia de los Mundiales) y en un estado de apenas 2,7 millones de habitantes (s¨®lo Uruguay, en el campeonato que acogi¨® y gan¨® en 1930, ten¨ªa menos). Al Khater nos dibuja el Mundial que est¨¢ por venir, un campeonato nacido de la nada (desierto) y que se jugar¨¢ en una baldosa: la mayor distancia entre los estadios m¨¢s alejados ser¨¢ de 16 kil¨®metros, es decir, como si todo se jugase entre Madrid y Alcorc¨®n o entre Barcelona y Sant Boi de Llobregat.
Tenemos la oportunidad de ganarnos una reputaci¨®n como pa¨ªs¡±, apunt¨® mediado el almuerzo Al Khater. Ese ya es motivo suficiente para que Qatar pise el acelerador rumbo a 2022. No hay mejor trampol¨ªn ni piscina que una Copa del Mundo de f¨²tbol y los pa¨ªses vecinos har¨ªan bien en verlo de ese modo. Los celos no conducen a nada. Tampoco en el f¨²tbol.