El aroma inconfundible del f¨²tbol de selecciones
Las rondas finales de la Champions albergan cada a?o el f¨²tbol m¨¢s avanzado. El list¨®n se eleva al m¨¢ximo y los sesudos y/o millonarios proyectos de los clubes importantes muestran de lo que son capaces. Seducen al mundo y todas las estrellas quieren lucir en ese escenario selecto.
Pero en temporadas alternas, aparece junio para recordarnos que existe un f¨²tbol diferente, pero m¨¢s bello, simplemente porque se juega contando con el primitivo ingrediente emotivo que hace de este juego el m¨¢s popular del planeta. En las competiciones de selecciones, ese ¡®nosotros contra vosotros¡¯ no s¨®lo afecta a los hinchas, como entre clubes, sino que los jugadores van de la mano de la grada y entra en juego otro tipo de orgullo, m¨¢s puro y tribal.
Los jugadores se ordenan en clubes en funci¨®n de su cach¨¦. Un delantero estrella compartir¨¢ vestuario y nivel de n¨®mina con grandes pasadores, defensores ganadores y porteros infranqueables. Cada uno de un lugar del mundo. Todos gozar¨¢n de las virtudes de la globalizaci¨®n de puertas para fuera y pelear¨¢n por los t¨ªtulos contra clubes de su escalaf¨®n. Ese es el mercado del d¨ªa a d¨ªa.
Pero con las selecciones se produce una criba exclusivamente geogr¨¢fica, que conlleva otras de tipo social, econ¨®mico y cultural. Y ah¨ª pervive el ADN futbol¨ªstico de cada regi¨®n y cada pa¨ªs. Es fascinante estos d¨ªas ver partidos de Copa Am¨¦rica y Eurocopa para comprobar c¨®mo se interpreta el mismo deporte seg¨²n de d¨®nde se sea. Y por supuesto, en esos intangibles emocionales est¨¢ muy presente la historia. Por eso Alemania e Italia siguen marcando el 0-2 en el descuento en vez de recibir el 1-1 como Inglaterra.
Aunque tampoco generalicemos, que todo puede pasar, incluso que haya otra Grecia 2004 u otra Dinamarca 1992. Como las competiciones de este tipo son excepcionales, no se rigen por previsiones tan claras como en la temporada de clubes. Adem¨¢s, el jugador m¨¢s caro del mundo comparte equipo nacional con jugadores de Tercera Divisi¨®n inglesa y los balones de oro cuestan mucho m¨¢s hacerlos lucir, como bien saben Messi y Cristiano. Esa diversidad de niveles y corrientes de estilos dibujan partidos exclusivos de estos torneos.
Son tantas las sorpresas en cada competici¨®n de este tipo (de hecho, no recuerdo ninguno donde un favorito o hist¨®rico no haya ca¨ªdo a las primeras de cambio, sobre todo en Mundiales), que no deber¨ªa extra?arnos tanto que Islandia empate a Portugal. Pero lo hace, porque es fascinante que un pa¨ªs de 300.000 habitantes tenga 23 ciudadanos capaces de codearse con la ¨¦lite del f¨²tbol mundial.
En definitiva, es un escaparate para mostrar c¨®mo somos. Espa?a se encontr¨® a s¨ª misma hace ocho a?os y ya tenemos claro que es dif¨ªcil jugar mejor al f¨²tbol que como se hace dentro de nuestras fronteras desde hace un par de d¨¦cadas. Todo eso, sin aditivos ni presupuestos, es lo que se ve cuando juega la Selecci¨®n espa?ola. Somos nosotros representados en un campo de f¨²tbol, con todas nuestras complejidades y virtudes. De ah¨ª que nos ilusionemos a las primeras de cambio cuando nos encandilan jugando como lo hicieron el lunes. Los de rojo son los nuestros.