LAS MUJERES SALM?N | LOLA FERN?NDEZ OCHOA
¡°Mi hermana lo pas¨® mal los ¨²ltimos a?os, pero no los ¨²ltimos dos: los ¨²ltimos veinte¡±
AS prepublica de manera exclusiva el cap¨ªtulo dedicado a Lola Fern¨¢ndez Ochoa de ¡®Las mujeres salm¨®n¡¯ (Debate) escrito por la periodista Patricia Caz¨®n que se publica el jueves 8 de febrero y recorre la trayectoria del deporte femenino espa?ol. Y las mujeres que abrieron sus puertas.
Lola Fern¨¢ndez Ochoa, (Navacerrada, Madrid, 1966)
?Mis padres eran panaderos en el puerto de Navacerrada y all¨ª nacieron mis hermanos mayores: Paco, Juan Manuel, Jes¨²s y Ricardo?. Lola comienza as¨ª el relato familiar, en aquel punto que lo marc¨® todo. ?Luego, como mis padres vieron que estos cuatro empezaban a manifestar algunos signos de salvajismo, decidieron regresar a Madrid. Mi padre busc¨® trabajo como panadero y los escolarizaron, porque ni siquiera lo estaban en ese momento. Paquito tendr¨ªa ocho a?os o as¨ª?, se r¨ªe esta mujer llamada Lola al recordar cuando la nieve a¨²n era s¨®lo un paisaje que acompa?aba y no el tercer apellido que se ligar¨ªa por siempre a su familia: los Fern¨¢ndez Ochoa. ?Los siguientes, Jos¨¦ Mar¨ªa y Blanca, nacieron ya en el piso de Carabanchel al que se mudaron?. Pero la nieve estaba ah¨ª, tirando de los pies de los mayores. ?Al cabo de los a?os, mis hermanos, que ya hab¨ªan empezado a esquiar, sub¨ªan en tren o en autob¨²s a Navacerrada porque quer¨ªan seguir haci¨¦ndolo?. Paco comenz¨® a ganar ?algunas carreritas?, cada vez m¨¢s y en menos tiempo, lo que provocar¨ªa una tercera mudanza de la familia, de regreso al puerto.
?La Federaci¨®n de Esqu¨ª mont¨® all¨ª, en 1965, un edificio que se llamaba Escuela de Esqu¨ª y que era una especie de hotel para profesores que, entonces, como en aquella ¨¦poca no se abr¨ªan las carreteras, s¨®lo el viernes, para los ¡°domingueros¡± y nevaba como si no hubiera ma?ana, muchos se ten¨ªan que quedar a dormir en Navacerrada en esta especie de hotel?. Su madre cocinaba, su padre fue conserje, guard¨¦s y hasta secretario de la escuela. ?All¨ª nacimos los dos ¨²ltimos hermanos?. Luis y ella, Lola. Una Lola que dorm¨ªa con Blanca la noche del 13 de febrero de 1972 cuando les despertaron unos gritos que les hicieron pensar que el edificio se estaba quemando. ?Que hab¨ªa fuego, un incendio?, recuerda mientras de manera inconsciente toca el tr¨ªptico que hay sobre la mesa de esta cafeter¨ªa en Pozuelo de Alarc¨®n, Madrid, donde su hermana sonr¨ªe desde una foto de ni?a en la que viste un gorro blanco con unas plumas en la punta que le caen sobre la nariz, en una manera de darle la mano tan fuerte como aquella noche. Blanca ten¨ªa nueve a?os y Lola cinco. ?Ese es el primer recuerdo del que tengo conciencia en mi vida, el m¨¢s remoto?, dice, con una sonrisa peque?a e inmensa a la vez. De los gritos tan fuertes, tan viscerales y desde adentro, casi alaridos. ?Nos levantaron de la cama. Mi padre chillando, mi madre llorando?. Fuego no hab¨ªa, aunque s¨ª un incendio mayor: Paco, Paquito, acababa de ganar el oro en la prueba de slalom en Sapporo, Jap¨®n, para convertirse en el primer campe¨®n ol¨ªmpico espa?ol en unos Juegos Ol¨ªmpicos de Invierno. Los gritos que las hermanas confundieron con ?fuego, fuego?, dec¨ªan en realidad ?televisor, televisor?. O ?Paco, Paco?. O ?el oro, el oro?.
?Me acuerdo de que la casa se llen¨® de gente, y todos estaban llorando, llorando mucho?, pero de alegr¨ªa. ?El siguiente recuerdo que tengo es que fuimos al aeropuerto a recogerlo. Baj¨® del avi¨®n con esa corona de laurel y el pueblo empez¨® a cantarle lo de ¡°Paquito, Paquito es cojonudo, como Paquito no hay ninguno¡±. Me acuerdo como si fuese ayer?, susurra con una dulzura que llena sus cuerdas vocales y teletransporta al pasado.
El experimento del Valle de Ar¨¢n. El germen.
Un a?o despu¨¦s ?de esa movida?, a Lola le pusieron unos esqu¨ªs en los pies por primera vez. Todos los hermanos pasaban los d¨ªas subidos a ellos. ?Juan Manuel ya tambi¨¦n despuntaba en Europa?. Un a?o despu¨¦s ?de esa movida?, a Blanca la enviar¨ªan a un colegio en el Valle de Ar¨¢n para participar en un programa piloto en el que la federaci¨®n prob¨® reunir a varios esquiadores de toda Espa?a con la intenci¨®n de crear cantera. ?Despu¨¦s de lo de Paco, alg¨²n iluminado pens¨® que lo nuestro pod¨ªa ser gen¨¦tico y decidi¨® ¡°probar¡± con los dem¨¢s?. La medalla de Paco ten¨ªa algo de ¨²nica, era un campe¨®n ol¨ªmpico de invierno en un pa¨ªs c¨¢lido, sin grandes picos ni tradici¨®n. As¨ª que los peque?os Fern¨¢ndez Ochoa fueron introducidos en esa probeta en la que se convertir¨ªa aquel colegio en los Pirineos. Blanca llegar¨ªa sola ese primer a?o. ?Fue muy duro para ella, traum¨¢tico. Lo pas¨® muy muy muy mal?, comienza a explicar Lola y se detiene, porque lo que va a decir duele. ?De hecho, ¨²ltimamente, he le¨ªdo mucho sobre la bipolaridad y dicen que se puede desarrollar cuando alguien tiene un trauma muy fuerte?, un impacto de la magnitud del que ella vivi¨®: ser arrancada de casa para irse sola, cuando a¨²n no sab¨ªa ni vestirse, tan ni?a, a casi seiscientos kil¨®metros de distancia en aquella ¨¦poca en la que eso era como irse a vivir a otro planeta. ?Mis padres tardaban doce horas de Madrid hasta all¨ª en el Land Rover que ten¨ªan?, recuerda. Las visitas eran pocas, casi nulas. Las compa?eras, a menudo, llamaban a Blanca aquel primer a?o desde una cabina del propio colegio, coloc¨¢ndose un trapo en el auricular y fingiendo ser su madre para que dejara de llorar: ?Venga, Blanquita, venga, mi amor, que nos vamos a ver pronto¡?. ?Pudo marcarla tanto? ?S¨ª, s¨ª, total. Lo tengo clar¨ªsimo, para ella fue un desarraigo total?. Aquel trauma.
Un a?o m¨¢s tarde, Luis llegar¨ªa a ese colegio y dos despu¨¦s entrar¨ªa Lola. Pero, si la nieve era algo que a su hermano Paco le apasionaba, su h¨¢bitat, para ellas no lo era tanto. Se pasaba fr¨ªo, mucho fr¨ªo. ?Como no ten¨ªamos dinero, cuando esqui¨¢bamos en Navacerrada, mi madre tej¨ªa guantes y calcetines que nos ¨ªbamos intercambiando?, sol¨ªa contar siempre Blanca en las entrevistas, con el escalofr¨ªo que les provocaban los trajes de guata cuando se calaban, hasta el punto de que, cuando regresaban de la nieve, su madre los abrazaba por las axilas, a modo de estufa, para darles calor. ?A nosotras no nos gustaba, pero ella nos mandaba a la nieve todas las tardes. Justo a la hora en que se emit¨ªa Pippi Calzaslargas, que Blanca y yo siempre quer¨ªamos ver, pero a esa hora mi padre se echaba la siesta y la orden era: ¡°Silencio absoluto, todos a la calle¡±. ?Y en la calle qu¨¦ hac¨ªas? Pues esquiar. No hab¨ªa otra?. Y, de tanto practicar, no se les daba mal. Cuando Lola lleg¨® al Valle de Ar¨¢n ten¨ªa ocho a?os, Luis once y Blanca doce. Se hicieron tan pi?a que en las fotos de entonces cuesta distinguir a Blanca de Lola, con un parecido f¨ªsico que no se atenu¨® con los a?os. Lola, m¨¢s alta y espigada, pero la cara casi la misma, con unos ojos grandes y expresivos que, durante este caf¨¦ en esta cafeter¨ªa de Pozuelo, no dejan de espejar emociones. A veces sonrisas, a veces l¨¢grimas.
?De tanto entrenar, al final despunt¨¢bamos. Los campeonatos de Espa?a los gan¨¢bamos todos?. En el colegio, de ochenta esquiadores, quince eran mujeres. Blanca con catorce ya estaba en el equipo nacional (al que Lola llegar¨ªa con quince). ?Y aquella era una edad en la que ten¨ªas que tomar una decisi¨®n: o contin¨²as o lo dejas. Y nosotros seguimos. Mi familia era muy humilde y ¨¦sta fue una manera de tirar para delante?. Tambi¨¦n por tradici¨®n, por ese apellido que segu¨ªa a sus nombres. ?Juanma acababa de ganar la Copa de Europa y nosotras quer¨ªamos ser como ellos?. Como los hermanos mayores. Y tambi¨¦n tener sus maletas. ?Mis mejores recuerdos de cr¨ªa era cuando ellos volv¨ªan de competir?. ??Que llegan los chicos!?, se escuchaba en la escuela de Navacerrada, entre un descorrer de cremalleras del que brotaban todos los olores del mundo. ?Los m¨¢s peque?os ¨ªbamos a ver qu¨¦ tra¨ªan. Aquello era la bomba. Ven¨ªan de Argentina y ol¨ªa a cuero porque llevaban cinturones, chaquetas. De Francia, a queso. De Italia, a caf¨¦¡?. As¨ª que, al cumplir diecis¨¦is, ninguno se bajar¨ªa de los esqu¨ªs, aunque a Lola la realidad la abofeteara nada m¨¢s pisar Europa. ?Me fui de Espa?a siendo campeona y en Austria me dieron una soba que casi me doblan?.
A Blanca, sin embargo, le fue bastante bien: con dieciocho ganar¨ªa la Copa de Europa. Era 1984, el a?o de los Juegos Ol¨ªmpicos de Invierno de Sarajevo, al que los tres Fern¨¢ndez Ochoa peque?os viajaron representando a Espa?a, entrenados por uno de los mayores, Juan Manuel, y con otro, Paco, encarnando esa figura que hoy se llama coach y que entonces podr¨ªa definirse como orientador, aunque no tuviese nombre. Simplemente estaba para guiar y aconsejar. ?Nos echaba unas buenas broncas si no atend¨ªamos a la prensa o dec¨ªamos: ¡°Hoy viene Olga Viza, qu¨¦ co?azo Olga Viza¡±, que es maravillosa pero en aquellos d¨ªas t¨² ten¨ªas una hora para descansar y lo ¨²ltimo que te apetec¨ªa era atender a la prensa?, r¨ªe Lola al recordar esos momentos luminosos en familia que estallaron al a?o siguiente cuando lo hizo su rodilla. ?Me operaron, regres¨¦ y se rompi¨® de nuevo¡ Y as¨ª una y otra vez hasta que la sexta vez que pas¨¦ por un quir¨®fano me dieron el certificado de no apta?. Lola ten¨ªa veintid¨®s a?os cuando, coja, dej¨® el esqu¨ª y Blanca volvi¨® a quedarse sola a los veintis¨¦is, como en el Valle de Ar¨¢n.
?De hecho, cuando a m¨ª me subieron a Copa del Mundo con diecis¨¦is no fue por mi nivel sino por acompa?arla. Ahora, lo pienso, y me encanta, pero en esa ¨¦poca estaba indignada porque eso no me correspond¨ªa?, asume Lola con la misma seguridad con la que siente los cambios de tiempo en esa pierna sobre la que algunas ma?anas al despertarse tiene que echarse agua caliente o poner en marcha con el bot¨®n del ibuprofeno. Muchos d¨ªas cuesta, duele. A¨²n m¨¢s le cost¨® y le doli¨® a Blanca de nuevo la soledad.
?Cuando me lesion¨¦, ella se qued¨® sola otra vez y todo volvi¨® a hac¨¦rsele muy duro. En el esqu¨ª est¨¢s trescientos d¨ªas fuera de casa, siempre buscando la nieve. Cuando se acaba en Europa vas a Argentina, luego a Nueva Zelanda y vuelta a empezar?, resume Lola desde ese momento en que sus propias maletas regresaban a Espa?a llenas de cuero pero ya no les ol¨ªan a nada. El a?o de su retirada fue el mismo que el de los Juegos de Calgary 1988 (Canad¨¢). Antes de competirlos, Blanca ya hab¨ªa dado una rueda de prensa para anunciar que ser¨ªan los ¨²ltimos para ella. Los afrontaba en su prime, su mejor estado de forma. ?Pero se cay¨® y fue un palo tremendo. Ella quiso dejar el esqu¨ª igual. Tuvo una depre un poco potente, pero todos los hermanos la animamos. ¡°No puedes quedarte con este sabor agridulce¡±. Y, claro, seguir cuatro a?os m¨¢s entrenando sola le pas¨® mucha factura?, dice Lola, con una tristeza que se puede tocar como el copo de nieve que al deshacerse deja un charco de agua.
Cuatro a?os m¨¢s tarde, el 20 de febrero de 1992, Blanca le daba la raz¨®n a aquellos directivos de la federaci¨®n que quisieron pensar que lo de los Fern¨¢ndez Ochoa y la nieve era gen¨¦tica: se convert¨ªa en la primera mujer espa?ola en ganar una medalla ol¨ªmpica al colgarse el bronce en los Juegos de Invierno de Albertville, Francia, en la prueba de slalom. ?Hay una an¨¦cdota que le sucedi¨® despu¨¦s, tras ganarla: Samaranch le pidi¨® en una cena que siguiese cuatro a?os m¨¢s, tras regalarle un Rolex con los aros ol¨ªmpicos, a lo que mi hermana replic¨®: ¡°Mire, se?or Samaranch, m¨¦tase el reloj donde le quepa¡±. Tal cual fue, hasta grosera?. Ella pod¨ªa colgar al fin los esqu¨ªs, tranquila, para abrazar esa parte de la vida que llevaba tanto deseando: la vida normal, sin un fr¨ªo perpetuo, sobre la que, sin embargo, se pos¨® casi enseguida la luz implacable del d¨ªa a d¨ªa sin una rutina establecida.
Lola, de manera inconsciente, vuelve a posar su mano sobre el tr¨ªptico en el que la Blanca ni?a con el gorro de plumas sonr¨ªe inmensa. ?El d¨ªa despu¨¦s, qu¨¦ duro es?, susurra a la vez. Esa es la lucha de la fundaci¨®n que cre¨®, en abril de 2023, con el nombre Blanca, por supuesto, para dirigirle el foco y contarlo, y que no haya m¨¢s Blancas. Su puesta de largo fue la proyecci¨®n de un documental, El viaje. La medalla de la salud mental, que aglutina los testimonios de varios exdeportistas cont¨¢ndolo. ?Cuando Blanca se retir¨®, entr¨® en esa depresi¨®n de la que se habla en el documental. La del d¨ªa siguiente, cuando desaparece esa adrenalina con la que has convivido a diario: la competici¨®n, la velocidad, la vida programada, el saber qu¨¦ tienes que hacer¡ A Blanca le tuve que ense?ar yo a coger el metro, la acompa?¨¦ al banco para ense?arle c¨®mo se rellenaban los cheques?. Porque Blanca se retiraba con casi treinta a?os, pero segu¨ªa siendo esa ni?a desvalida que hab¨ªa llegado a la escuela de los Pirineos sin casi ni saberse vestir, pero con treinta a?os y siendo Blanca Fern¨¢ndez Ochoa. ?No ten¨ªa ning¨²n amigo. Las compa?eras de equipo no lo eran, en los deportes individuales es dif¨ªcil porque, en el fondo, siempre eres rival?, sentencia. Y en su deporte tampoco se ganaba tanto como para no volver a trabajar. ?Por la medalla recibi¨® 175.000 pesetas [poco m¨¢s de 1.000 euros], con las que nos invit¨® a cenar y, con todos los que somos, casi se le fue todo el dinero¡?. 175.000 pesetas y una ristra de peri¨®dicos que le dec¨ªan que lo que mejor que sab¨ªa hacer era un slalom en la nieve a gran velocidad. O casi lo ¨²nico. ?Con esta fundaci¨®n quiero hacer muchas cosas en relaci¨®n con la salud mental del deportista. Que los cuidemos, que los mimemos no s¨®lo cuando est¨¢n en activo, sino tambi¨¦n cuando se retiran?, dice Lola, golpeando la mesa, que suena a hueso. ?Y eso que a mi hermana la trataron muy bien ¡ªcontin¨²a¡ª, enseguida le dieron un puestazo en el Consejo Superior de Deportes. Pero ella no estaba preparada¡ Se retir¨® con treinta a?os del deporte y, de repente, tuvo que empezar a pelearse con pol¨ªticos¡?. Recuerda verla llegar a casa llorando casi cada d¨ªa. A los tres meses lo dej¨® con un ?esto es una merienda de negros y yo soy noble?.
La depresi¨®n. Los trofeos en la basura.
Un a?o despu¨¦s de retirarse le diagnosticaron una depresi¨®n. ?Y en casa dijimos: ¡°Claro, como a todos¡±?. Todos los hermanos hab¨ªan pasado por lo mismo. ?Luis se qued¨® calvo por el y ahora qu¨¦?. Pero lo de Blanca era distinto. ?Nos dimos cuenta de que no era s¨®lo una depresi¨®n. Ten¨ªa una falta de litio, lo suyo era una bipolaridad?, resume Lola, con una entereza que deshace por dentro. ?Pero ?qu¨¦ pas¨®??, lanza esa pregunta a la que ella misma responde: ?Que le daba mucha verg¨¹enza que la tacharan de loca. Cuando estaba bien era alegre, divertida, dicharachera. Cuando estaba mal no pod¨ªa ni levantarse de la cama?. Le pesaba la vida. Y tambi¨¦n la propia medicaci¨®n. ?La que le daban era muy bestia. Esos trastornos son muy complicados. Se quedaba como aletargada. Si se contaban chistes en las reuniones de familia, ella se re¨ªa cinco minutos m¨¢s tarde, siempre al ralent¨ª?. Cuando se encontraba bien, dejaba las pastillas y la pescadilla se mord¨ªa la cola. De la euforia de vuelta al abismo, con cambios en el car¨¢cter cada vez m¨¢s pronunciados. ?Los ¨²ltimos a?os lo pas¨® muy mal, pero no los ¨²ltimos dos, los ¨²ltimos veinte. No quer¨ªa estar aqu¨ª, sufr¨ªa todos los d¨ªas. Si aguantaba era por sus hijos, a m¨ª me lo contaba?. Algunos d¨ªas de esos muy malos, Lola le lavaba la cabeza, como cuando en el colegio sus compa?eras se pon¨ªan un trapo en la boca y llamaban por tel¨¦fono. ?Venga, Blanquita¡?. Pero hab¨ªa ma?anas que ni con ¨¦sas. ?A m¨ª me ha costado mucho lo de Blanca. Pas¨¦ de un sentimiento fraternal, de hermana, a maternal, y tengo la sensaci¨®n de que se me ha ido una hija. En los ¨²ltimos dos a?os le ten¨ªa que cocinar, vestirla, a veces asearla¡ Una putad¡?. Su enumeraci¨®n se va deteniendo. La emoci¨®n no deja que salgan m¨¢s cosas, aunque los recuerdos se agolpen en su cabeza como esquirlas y el tr¨¢fico en esa glorieta de Pozuelo grite, grite por todos esos momentos en los que Lola era con Blanca como una madre y no como lo que siempre hab¨ªa sido, su hermana menor.
?Imag¨ªnate c¨®mo estar¨ªa ya los ¨²ltimos dos a?os que se vino a vivir a mi casa?. Entonces Lola vivir¨ªa escindida, entre la vida de su hermana y la propia, con una hija con necesidades especiales. ?Muchas veces le dec¨ªa: ¡°Blanca, no me puedo dividir¡±?. El d¨ªa que al fin se traslad¨®, cuando Lola fue a ayudarla con la mudanza, se la encontr¨® en la calle tirando todos sus trofeos a la basura. ??Blanca, Blanca, Blanca, para, para!?, gritar¨ªa Lola como si fuera aquel ??fuego, fuego!? y la alej¨® de los contenedores mientras de ellos rescataba lo que pod¨ªa. ?Inmediatamente fui a su trastero, donde ella ten¨ªa sus copas y cosas guardadas en cajas y cog¨ª lo dem¨¢s. Y c¨®mo ser¨¢ la mente, f¨ªjate, que lo guard¨¦ todo bien escondidito en un cuartito que tengo en el garaje, detr¨¢s de todas las cajas de Navidad, la del ¨¢rbol, las bolas y dem¨¢s, para que ella no lo viera, y me olvid¨¦?. Se olvid¨® hasta el punto de que, cuando dos a?os despu¨¦s Blanca dej¨® de estar y uno de los hermanos pregunt¨® por sus trofeos, Lola s¨®lo recordaba el momento del contenedor. ?Los tir¨® todos, yo la pill¨¦?, explicar¨ªa a los dem¨¢s. ?Hab¨ªa cuatro copas torcidas que son las que rescat¨¦?. Y de los dem¨¢s, nada. De la medalla tampoco. ?No encontr¨¢bamos nada. Fue muy triste?. Aquel 2019, Lola no pondr¨ªa el ¨¢rbol en diciembre. ?Blanca hab¨ªa fallecido en agosto y dije: ¡°Que le den al ¨¢rbol¡±?. Pero en las siguientes Navidades s¨ª se encamin¨® a ese cuartito en el garaje musitando un ?borr¨®n y cuenta nueva?, y, al retirar todas las cajas de adornos, se encontr¨® con el regalo. ?Llam¨¦ a mis hermanos, a Juan Manuel, a Jes¨²s, a Ricardo, a Jos¨¦ Mar¨ªa y a Luis, a todos llorando. ¡°Venid, venid¡±. ¡°?Qu¨¦ pasa?¡±. ¡°He encontrado todas las copas de Blanca?. Estaban en aquellas cajas de cart¨®n. ?En la que guardaba las antorchas de Albertville y Barcelona 1992 hab¨ªa escrito: ¡°Antorchas y trofeos de los cojones¡±. Al verlo llor¨¦ mogoll¨®n. Porque esa era la esencia de Blanca: el me la pelan los trofeos?.
Encontrarlos le dio ox¨ªgeno, como ahora lo hace la Fundaci¨®n Blanca. ?Aunque si me ve desde arriba me manda un rayo. Estar¨ªa indignada con lo que hemos montado?. Cuando Lola cumpli¨® cincuenta, su hermana le hizo una fiesta sorpresa que la menor prometi¨® igualar cuando la mayor hiciese sesenta, pero nunca llegar¨ªa a los cincuenta y siete. Si bien Lola, de alguna manera, ha cumplido su promesa: la foto de esa ni?a con plumas sobre la nariz es, quiz¨¢, como un dedo que apunta al cielo. El d¨ªa en que la fundaci¨®n se present¨® de manera oficial con la proyecci¨®n de El viaje. La medalla de la salud mental era el mismo en que Blanca hubiese cumplido sesenta. Touch¨¦. ?La foto es de un campeonato del mundo en 1984. Cuando ella naci¨®, mi madre quer¨ªa que se llamara Lola, pero mis hermanos se negaron. Le pusieron Blanca por Blancanieves y los siete enanitos y el Lola me toc¨® a m¨ª?, explica con el ruido del tr¨¢fico otra vez por debajo de sus palabras.
De los ocho hermanos que eran ya faltan dos: Paco, que se fue en 2006 por un c¨¢ncer, y Blanca, que se march¨® trece a?os despu¨¦s. ?Es un palo. Mi hermano, que era m¨¢s que un padre, y luego mi hermana, que fue una hostia que te mueres. Pero pasas el duelo y tiras. Aunque yo despu¨¦s de lo de Blanca s¨®lo quer¨ªa ser como una tortuga, esconder la cabeza y que todo me pasase por encima?. Ser¨ªa la propia Lola la que diera la voz de alarma cuando su hermana desapareci¨® el 24 de agosto de 2019. ?Y fue por ¨¦sta?, revela de pronto, se?alando a una perra gris y peque?a que salta entre los pies de unos amigos unas mesas m¨¢s all¨¢. ?Trufa, Trufa?, la llama, aunque no obedece, repantigada al sol. ?Blanca la oper¨® el d¨ªa anterior. Despu¨¦s, no aparec¨ªa. Mi ¨²ltima llamada con ella fue precisamente preguntando por Trufa. Y me dijo: ¡°Me llamas s¨®lo para eso, qu¨¦ mona eres¡±. Total, que al cabo de cuatro d¨ªas digo: ¡°Blanca lo ha hecho?. Unos meses antes se hab¨ªa autoingresado y hab¨ªa vuelto a decirle aquello de que no quer¨ªa estar aqu¨ª, que sus hijos ya no la necesitaban. ?Yo le rogu¨¦. Lleg¨® el verano y estaba bien?. Pero oper¨® a Trufa y desapareci¨®, dejando la casa en la que viv¨ªan llena de se?ales que apuntaban a Asturias por si alg¨²n d¨ªa faltaba.
La pe?ota. Cercedilla. El balc¨®n.
?Pero yo sab¨ªa que no, que Asturias no?, esgrime Lola con la misma sabidur¨ªa con la que su pierna mala la avisa en los cambios de tiempo. ?Yo sab¨ªa que donde deb¨ªan buscarla no era tan lejos sino en Cercedilla?. All¨ª donde se hab¨ªan ido de excursi¨®n las dos hermanas unos d¨ªas antes, y se hab¨ªan comido un bocadillo. ?No perd¨¢is el tiempo, Blanca est¨¢ en Cercedilla, buscadla all¨ª?, gritaba a quien quisiera escuchar en medio del ruido, en medio del sainete en el que se convirti¨® su b¨²squeda por parte de algunos medios, emitiendo todo el d¨ªa directos como si aquello fuera un partido de f¨²tbol. ?Se dijeron muchas mentiras. Que si fue a despedirse a la estatua de Paco¡ Mentira. Que si un vestido blanco o no s¨¦ qu¨¦¡ Mentira¡?, esa enumeraci¨®n tambi¨¦n cuesta, pero de una manera distinta que antes, dejando tras de s¨ª s¨®lo un charco de hiel. ??T¨² sabes lo que m¨¢s pena me da? Que ella no viese lo que la gente la quer¨ªa?. Esa gente, tanta gente, que se organiz¨® en batidas para buscarla al grito de ??Blanca, Blanca!?. Cuando unos d¨ªas despu¨¦s se encontr¨® su coche aparcado en Cercedilla, la b¨²squeda se centr¨® donde Lola siempre dijo que estar¨ªa: el Siete Picos. ?Las batidas fueron brutales, con todos sus amigos, voluntarios¡?. Hoy en el pico de La Pe?ota, donde la encontraron el 4 de septiembre de 2019, hay una plaquita que dice: ¡°La terraza de Blanca¡±.
?Yo subo mucho, casi todas las semanas?. Lola se toma el ibuprofeno, coge la mochila con el bocadillo y al llegar all¨ª no llora. ?Nunca. Digo siempre: ¡°Ole, elegiste un sitio bonito¡±. Se ve toda la monta?a, el pueblo, es precioso?. Y entiende, o al menos lo intenta, que su hermana ha dejado de sufrir. ?Es que es muy duro retirarte y descubrir que no tienes ni un amigo, s¨®lo conocidos que se hacen la foto contigo porque eres Blanca Fern¨¢ndez Ochoa?, exclama, antes de volver a llamar a Trufa, que ahora s¨ª hace caso, y posar por ¨²ltima vez la mano sobre ese tr¨ªptico de la fundaci¨®n con el nombre de su hermana que pretende ser un legado vivo, como su medalla. ?La vida del deportista es muy bonita y todos volver¨ªan, volver¨ªamos, a vivirla igual, pero con un poquito de ayuda y cambios?.
Hay otro legado, m¨¢s ¨ªntimo y personal, s¨®lo para los Fern¨¢ndez Ochoa, que la saluda cada ma?ana cuando se levanta, desde una de las paredes de la cocina. ?Mis hermanos cuando vienen a casa siempre me dicen: ¡°?Cu¨¢nto pides por ello?¡±?. Pero eso no est¨¢ en venta. Ese trozo de cart¨®n recortado de una caja encontrada en un trastero y enmarcado que vale m¨¢s que una medalla.
?Antorchas y trofeos de los cojones?, pone, mezclando may¨²sculas y min¨²sculas, en esa letra picuda y casi de m¨¦dico que Blanca ten¨ªa.