Hace 40 a?os, la jungla rugi¨® con Muhammad Ali y Foreman

Poco antes de que amaneciera en Kinshasa, una derecha de Muhammad Ali explot¨® en la mand¨ªbula de George Foreman. Norman Mailer lo describi¨® como ¡°el golpe que encerraba todo el conocimiento y sabidur¨ªa de la carrera de Ali¡±. El Ali-Foreman, el combate tocado por los dioses, formaba parte de una velada que comenz¨® a las 04:30 horas de la madrugada del 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, horario para captar el prime-time en las televisiones de Am¨¦rica: por circuito cerrado. El mundo acabar¨ªa conoci¨¦ndolo como Rope a Dope (Enga?o, Trampa o Encantamiento en las Cuerdas, por la estrategia desplegada por Ali) o The Rumble in the Jungle: el rugido o estruendo en la jungla¡­. con diez millones de d¨®lares de bolsa a repartir. Lo financi¨® Mobutu Sese Seko, el d¨¦spota congole?o de la entonces Rep¨²blica de Zaire: el promotor Don King embarc¨® a Mobutu en el barco del gran combate.

Invicto. Desde el coraz¨®n de ?frica, el magnetismo que emit¨ªa el Ali-Foreman era incomparable: Foreman, campe¨®n ol¨ªmpico en 1968, llegaba con 40 victorias en 40 combates. Y s¨®lo la negativa de Ali al reclutamiento militar, que le impidi¨® combatir entre 1967 y 1970, pudo poner alg¨²n plomo en las alas de Muhammad: campe¨®n ol¨ªmpico en 1960 cuando a¨²n respond¨ªa por Cassius Marcellus Clay y volaba como una mariposa. Tras regresar a los cuadril¨¢teros, en 1970, Ali (44-2 en 1974) hab¨ªa perdido el halo de invencibilidad al caer en su primer cruce con Frazier: El Combate del Siglo, en el Garden de Nueva York, en 1971. Frazier, al que Ali ya hab¨ªa llamado ¡°ignorante¡±, acudi¨® a Kinshasa para comentar la pelea por televisi¨®n.

En casetas, y por divergencias con el bat¨ªn a elegir, Ali discuti¨® con su consejero Bundini Brown. Muhammad abofete¨® a Bundini, que no repet¨ªa la frase sacramental de Ali: ¡°?Are we gonna dance, vamos a bailar?¡±. ¡°Di a tu hombre que m¨¢s le vale que est¨¦ listo para bailar¡±, espet¨® Muhammad a Doc Broadus, descubridor de Foreman. ¡°George no baila¡±, insinu¨® Broadus. ¡°Su propio hombre dice que George no puede venir al baile¡±, lagrime¨® Ali. En el vestuario de Foreman, su equipo le recubr¨ªa con toallas: la humedad era insoportable.

Y El M¨¢s Grande, Muhammad Ali, recorri¨® la senda hasta el ring del Estadio 20 de Mayo entre el frenes¨ª de 60.000 espectadores que coreaban en lengua lingala: ¡°?Ali, boma ye!¡±, ¡°?Ali, m¨¢talo!¡±. All¨ª, Angelo Dundee, el preparador de Miami y de Ali, portaba una peque?a bolsa de deportes de la que extrajo llave inglesa, varillas de radios y alicates. Met¨®dicamente, Dundee oper¨® sobre los postes tensores de las cuerdas (ropes) del ring, cuya tensi¨®n rebaj¨®. Ali esper¨® a Foreman ya junto al ¨¢rbitro, el reputado Zack Clayton, afroamericano. Ali lanz¨® a Foreman unas palabras hipn¨®ticas: ¡°Desde que eras un chiquillo has o¨ªdo hablar de m¨ª y me has ido siguiendo. Ahora te toca encontrarte conmigo, con tu maestro¡±.

Toro. Exasperado e ignorante de las maniobras de Dundee, Foreman se arranc¨® con todo, casi como un toro. ¡°El toro es m¨¢s fuerte, pero el matador es m¨¢s inteligente¡±, hab¨ªa dicho Muhammad. Y a los 30 segundos, Ali olvidaba sus shuffles o pasos de baile: reculaba ante Foreman, se retiraba hacia las cuerdas privadas de tensi¨®n por las herramientas de Dundee. All¨ª, el llamado Loco de Louisville comenz¨® a atascar el asalto de Foreman: a un clinch segu¨ªa una combinaci¨®n izquierda-derecha. Hac¨ªa m¨¢s de tres a?os que Foreman no superaba los cinco rounds de acci¨®n.

¡°George est¨¢ castigando el cuerpo y Ali necesita moverse¡±, opinaba Frazier. ¡°Pero Ali hace da?o incluso en las cuerdas. Y eso va a notarse¡±, observaba su colega Jim Brown. Foreman segu¨ªa atacando como un cami¨®n... cada vez m¨¢s ralentizado. En Kinshasa, la vieja Leopoldville, la ominosa madrugada tropical reclamaba a los cazadores de la jungla.

Al comienzo del octavo asalto, la ofensiva de un Foreman sin munici¨®n se desplomaba por tanto golpe descontrolado contra Ali, agazapado en las cuerdas. A 20 segundos de la campana, Muhammad olfate¨® la ocasi¨®n. Y reaccion¨® con el instinto del felino ante una presa fatigada. Ante la en¨¦sima carga del ralentizado Foreman, el superclase Muhammad Ali, El M¨¢s Grande, sali¨® de las cuerdas y dej¨® a Foreman sin escapatoria.

La avispa acorral¨® al mamut con una serie de ganchos cortos de derecha. Un gancho de izquierda fij¨® al desencajado Foreman. Y otra derecha dur¨ªsima, mortal, la melod¨ªa de La Canci¨®n del Verdugo, hizo explosion en la cara de George, quien se fue a la lona, un paracaidista derribado.

Cuenta. Foreman se alz¨® a la cuenta de nueve, pero Zack Clayton ya deten¨ªa la pelea¡­ cuando s¨®lo quedaban dos segundos del hist¨®rico octavo asalto.

Pensativo tras recuperar el cetro, Ali dej¨® escapar un amago de pasos de baile, el famoso Ali Shuffle, como en disculpa por no haber danzado durante casi toda la noche. Ali se desmay¨® en su banqueta durante unos diez segundos. Archie Moore y Dick Sadler consolaron a Foreman. Al momento descarg¨® la tormenta ecuatorial: la noche de Kinshasa acababa, la leyenda amanec¨ªa.