ATL?TICO DE MADRID
La ¨²ltima cr¨®nica desde el estadio Vicente Calder¨®n
AS particip¨® en los partidos (123) que Mahou organiz¨® el s¨¢bado en el viejo estadio rojiblanco. De 09:30 a 20:30 los jugaron 1.300 aficionados rojiblancos.
Son las diez de la ma?ana y, por primera vez en meses, los coches cuando emergen de la M-30 ante el Calder¨®n no pueden evitar mirar a su derecha. Alrededor del estadio, en torno a las puertas 5 y 6, se arremolinan decenas de personas, muchas, much¨ªsimas, todas con mochilas o bolsas de deporte, como si el f¨²tbol a¨²n habitara en el viejo campo del Atleti. En realidad as¨ª es, o algo parecido. Hace una hora que el himno de los altavoces volv¨ªa a llenar con el "Atleeeti, Atleeeti, Atleeetico de Madrid" sus calles adyacentes, que balones ruedan por su hierba buscando el fondo de las redes. Quiz¨¢ sean los ¨²ltimos. En diciembre sus puertas se cierran y, si hay siguientes antes de que sus asientos comiencen a arrancarse, a¨²n no tienen fecha. La de estos s¨ª. Hoy (que ya ayer): los organizaba Mahou, patrocinador de club y equipo.
"Buah. No sabes lo que ha sido montarme en el tren para hacer el mismo camino de tantos domingos". Ese tantas veces andado, ese paisaje al otro lado del cristal que desde mayo no se ve¨ªa. "A m¨ª me pas¨®, lo mismo. Coger el coche para volver al Calder¨®n...". El volante, casi, se sab¨ªa el camino de memoria. La emoci¨®n en los recuerdos, en el mismo viaje, tan lejos de ese que ya lleva al Wanda Metropolitano, en regresar por un d¨ªa al Calder¨®n por el f¨²tbol, llena las conversaciones. Y no s¨®lo por verlo. Tambi¨¦n por pisarlo, jugarlo. El reloj dice las 10:00. Los chicos de Mahou comienzan a pasar lista y colgar al cuello esa acreditaci¨®n que abre a cada equipo la puerta a los ¨²ltimos partidos del Calder¨®n. Ser¨¢n 123 repartidos en plan marat¨®n, de 09:00 a 20:30, once horas. Para estar s¨®lo hab¨ªa que apuntarse hace semanas en la p¨¢gina de Mahou.es. Lo hicieron m¨¢s de 1.300 aficionados.
Mi m¨®vil hace d¨ªas que no deja de silbar. Piuu, piuuuuu. Es el sonido que tengo para los grupos de whatsapp. Vienen todos del mismo, ese que dice "Mahou Cinco Estrellas", mi equipo. Las 10:00 es nuestra hora. Nos vamos encontrando entre esas puertas 5 y 6. Ah¨ª est¨¢ Fran (Guill¨¦n), portero. Y Juanes (?cu¨¢nto tiempo sin verte!). Y Javi (G¨®mara, de Mundo Deportivo, un hermano). Y Peris (Miguel, al fin le conozco en persona, me gusta c¨®mo escribe). Y Ricky, sonrisa del Cerro (jam¨¢s olvidar¨¦ c¨®mo me prest¨® su wifi en Mil¨¢n para que yo mandara un art¨ªculo, sin apenas conocerme de nada). Y Marco, a quien me presento; y Jos¨¦ I. Fern¨¢ndez, que tambi¨¦n: no les conoc¨ªa pero ya les considero amigos. Llevan varios d¨ªas al otro lado de los silbidos de mi m¨®vil, son mi equipo.
Llega Picu (mi jefe en el AS, mi amigo, un padre, con su hija Marina de la mano: tiene los ojos m¨¢s azules del mundo y me presta sus botas de f¨²tbol, 37,5, me valen; la conoc¨ª cuando apenas levantaba tres palmos del suelo). S¨®lo falta Natalia Freire, la capitana (ladeporteca de Radio Marca). Porque nadie lo ha dicho en voz alta, pero ya lo es. Capitana. Nadie m¨¢s tiene su sonrisa, su energ¨ªa contagiosa, su manera de mirar tan bonito el mundo. Aparece con su energ¨ªa desbordante y dos besos que son como los abrazos de un viejo amigo. Ya estamos todos, adentro, puerta 5. El Calder¨®n nos engulle. Es un viaje al pasado y, sin embargo, presente. Porque ah¨ª est¨¢n los ojos, mirando cada escalera, rinc¨®n, reencontr¨¢ndose con ¨¦l y sus vomitorios, con el m¨¢rmol marr¨®n de las paredes donde se vend¨ªan las almohadillas de mariposa. Los pies nos dirigen a aquellas de cemento gris que sub¨ªamos hacia los escritorios de Prensa. "No, los 167 escalones no", pienso, horrorizada. Escucho a Javi: "Eso s¨ª que no lo echo de menos". R¨ªe, pero con nostalgia.
Nos quedamos en la Sala VIP Hamburgo, firmamos papeles, el seguro m¨¦dico, nos cambiamos juntos en un peque?o palco. "Yo la S". "Yo la M". "?Ese Javi es m¨ªo? No aqu¨ª hay un G¨®mara, es de Picu". Yo, tras diez d¨ªas de catarro-constipado y friolera, ni me quito las mallas ni la camiseta t¨¦rmica. Miro emocionada mi n¨²mero. Es el 3. El de Antonio L¨®pez, mi eterno capi, el de Filipe Luis. Me gusta, me encanta, me identifica. Con ¨¦l a la espalda, un Caz¨®n de Zotes del P¨¢ramo va a debutar en el Calder¨®n y soy yo. Siento orgullo leon¨¦s mientras nos colocamos para bajar en fila hacia el c¨¦sped por una escalinata desde el palco. Ah¨ª, en otro equipo, no rival, est¨¢n I?aki (Dufour, Efe), y Domingo (Garc¨ªa, La Raz¨®n), y Carlos (Guisasola, El Mundo), y Javi (Cifu, #0). Les sonr¨ªo. Tambi¨¦n est¨¢ Mata pero a ¨¦l no: desde este momento no es Mata, amigo, tambi¨¦n padre, compa?ero de AS. Desde ahora y por 25 minutos, lo que dura un partido de f¨²tbol 7, ser¨¢ Javier G¨®mez: viste los colores del equipo al que nos vamos a enfrentar.
Suena el himno. Atleeeti, Atleeeti. Llena las calles adyacentes y lo hace por nosotros. El Calder¨®n est¨¢ igual. Exactamente igual que la ¨²ltima vez, que el ¨²ltimo mayo, el ¨²ltimo partido. La ma?ana, gris, nos recibe con lluvia, como si el cielo hubiese querido sumarse al homenaje de Mahou: en los relatos de Rodri, Adelardo y todos aquellos que vivieron el primer partido del estadio, en 1966, su d¨ªa era tal. Agrisado, con llovizna. S¨®lo hay gente en la grada lateral. Son nuestras familias. Y alzan las c¨¢maras mientras nosotros guardamos los abrigos en un ba¨²l y pisamos el c¨¦sped. Dejas de notar el fr¨ªo. Abraza algo, el viejo estadio. En serio, abraza de verdad.
Ricky y Jos¨¦ I. se quedan en el banco, suplentes, nada m¨¢s comenzar. Me conceden el honor de ser titular. El c¨¦sped est¨¢ h¨²medo, r¨¢pido. Ay, demonios, c¨®mo corre el bal¨®n. Me voy arriba e intento domarlo dos veces, se escapa. A la tercera siento un placaje, alguien me lo quita de los pies como si no hubiese luego, ma?ana. Es Mata. Sigue siendo Javier G¨®mez, rival en estos 25 minutos. Intento perseguirle pero se me va. Mi piernas runner no pueden con su f¨²tbol: lleva el sello de cantera rojiblanca. Ellos, ¨¦l, lo intentan pero no pueden con Fran. Su primera parada es de tres picas. En la siguiente jugada nosotros marcamos. Es un golazo. Es Marco. 1-0. Ganamos. Yo lo aplaudo desde la banda: hace un rato que le ped¨ª a Jos¨¦ I. el cambio.
Me pongo el abrigo negro, prefiero ser Simeone, el Mono Burgos, o, quiz¨¢, s¨®lo mirar para despu¨¦s escribir. Mi alma escritora traiciona a la deportista. La dejo: siempre gana. Sigo la pelota con los ojos pero a veces no puedo evitarlo. Se me van a las gradas, al c¨¦sped, al Fondo Sur, justo a mi espalda, a todo aquello que all¨ª se vivi¨® y todav¨ªa siento, late: jam¨¢s podr¨¢ irse, aunque el Atleti lo haga. Me lo dice este c¨®rner, aqu¨ª donde crec¨ªan unas flores, las de Pantic.
2-0. 2-0 ya. Ha marcado Jos¨¦ I., tambi¨¦n golazo. Buahhh. Seguro que esta emoci¨®n s¨®lo es una mil¨¦sima de aquella que sintieron los G¨¢rate, Luis, Irureta, Futre, Manolo, Kiko, Torres, God¨ªn, Costa, Falcao o Griezmann alguna vez desde este sitio. C¨®mo retumba en el pecho. Intento capturar el momento con los cinco sentidos. Con los ojos, las gradas. Con el olfato, el r¨ªo. Con el o¨ªdo, a mis compa?eros. Aqu¨ª, all¨¢, ey. Con el tacto, la hierba. S¨®lo me falta el gusto, que en breve lo lleno, cuando llegue la Mahou de la carpa, del tercer tiempo. Entonces veo al equipo rival irse en tromba hacia Fran. Mata marca. No puedo evitar llamarle as¨ª, Mata, y sonre¨ªrle, cuando hace el arquero y la imagen de Kiko est¨¢ aqu¨ª tambien, en el ¨²ltimo partido del Calder¨®n. Lo repetir¨¢ un poco m¨¢s tarde, en el 2-2. Pero no volver¨¢ su equipo a encontrarle una grieta a la porter¨ªa de Fran. Nosotros s¨ª a la suya. Ser¨ªa el 3-2. Poco despu¨¦s el ¨¢rbitro pitar¨ªa, ser¨ªa el final. ?Ya? ?Tan pronto? Vuelvo a mayo y aquel ¨²ltimo partido de Liga ante el Athletic. Seguro que Gabi, ¨²ltimo capit¨¢n del Atleti aqu¨ª, en este estadio, pens¨® lo mismo. ?Tan pronto? ?Ya? Duele abandonar el c¨¦sped. Dejarlo a la espalda, sin dejar de mirarlo. "?Y si es la ¨²ltima vez de verdad?", me digo, en voz baja. Vuelvo. Un poco, unos cent¨ªmetros. Te echar¨¦ de menos, gritan mis botas, las de Marina. Te echar¨¦ de menos, joe, te echar¨¦ de menos todo.
El himno ya suena de nuevo en los altavoces. Recogemos nuestras cosas del ba¨²l. Otro equipo baja las escaleras. Antes de irme para siempre, eso s¨ª, yo me agacho para besar la hierba donde antes Mata, que vuelve a ser Mata, no rival, no Javier G¨®mez, hizo el arquero. Mis labios susurran un: "Gracias". Entonces lo oigo. Mi equipo me llama. "La ¨²ltima foto", me grita Natalia. Corro hacia ella, la capitana, hacia ellos, todos los dem¨¢s, los Mahou Cinco Estrellas de este partido, de mi whatsapp. Y, mientras camino hacia afuera, a los coches, a la M-30, pienso que ojal¨¢ sus silbidos nunca se apaguen en mi m¨®vil. Siempre me devolver¨¢n este momento, a la ¨²ltima cr¨®nica que escribir¨¦ desde las tripas del Vicente Calder¨®n. Ya en la calle, bajo el t¨²nel ennegrecido por los tubos de escape, veo a un conductor mirar de reojo nuestros pantalones cortos, nuestras bolsas de deportes y entonces me viene, entonces lo s¨¦: creo que ya s¨¦ c¨®mo voy a empezarla.