Real Mmadrid | Los or¨ªgenes humildes de Di Mar¨ªa
"?ngel es un ejemplo para las gentes de la Perdriel"
?ngel Di Mar¨ªa es un chico humilde, de familia trabajadora. Alguien que no olvida sus or¨ªgenes ni a sus amigos de la infancia. AS visit¨® en Rosario su casa natal y pudo conversar con sus vecinos de la Perdriel, "una cuadra pesada".
Al sur de Rosario, en el barrio obrero de La Cer¨¢mica, se ubica la Perdriel, "una calle pesada, no se hagan los piolas (listillos), chicos", advierte el taxista, que tras cobrarnos diez pesos desaparece. Es s¨¢bado, temprano, el fr¨ªo cala mientras el d¨ªa se despereza. Se ve poco movimiento. La Perdriel no es La Castellana, pero m¨¢s all¨¢ del abandono latente hay detalles de civismo. Alg¨²n vecino se preocupa de amontonar las hojas caducas al costado de una calzada que vivi¨® tiempos mejores. Un Dodge 1500 y un Renault 12 la custodian al tiempo que un perro ladra desafiante tras la puerta del 2066. Es la casa en la que naci¨® ?ngel Di Mar¨ªa. Hoy la habita Juan Pablo Oviero, quien revela su "desapego futbol¨ªstico. Comparto con Borges mi desinter¨¦s por ver a 22 tipos en calzoncillos tras una vejiga de vaca". No conoce a los Di Mar¨ªa: "Alquil¨¦ la casa a una inmobiliaria, pero a¨²n es suya".
En la parte trasera de la vivienda, la frondosa vegetaci¨®n delata el descuido de un patio en el que no hace mucho correteaba ?ngelito junto a sus hermanas Vanesa y Evelyn. Hoy lo disfruta Isabela, una labradora negra zah¨ªno de ocho meses. "Si ustedes no caen del lado de all¨¢ de la cuadra, el de la villa, todo estar¨¢ bien", nos avisa Juan Pablo.
Salimos a la calle, un vecino nos saluda perezosamente. Le abordamos, su nombre es Gast¨®n, es colega, redactor de La Capital, el diario rosarino. "Ac¨¢ todos conocemos a ?ngel. Era de la pandilla de mi hermano peque?o. Embarcaban la pelota en nuestro patio y la perra les arruinaba los partidos porque la mord¨ªa". Ac¨¢ todos tienen perros. Es el mejor m¨¦todo antirrobo.
El 2066 presenta una humilde edificaci¨®n de una altura, ventanas con rejas y paredes descascarilladas donde Miguel Di Mar¨ªa mont¨® un dep¨®sito de carb¨®n en el que trabaj¨® durante 16 a?os. ?ngel le ayudaba a armar las bolsas y repartirlas hasta que debut¨® en Primera con Rosario Central a los 17 a?os. Dos a?os despu¨¦s fich¨® por el Benfica y lo primero que hizo, tras firmar el contrato con los lisboetas, fue llamar a su padre y pedirle que cerrase la carboner¨ªa.
Al hogar de los Di Mar¨ªa acudi¨® un d¨ªa ?ngel Tulio Zof para convencerles de que su hijo triunfar¨ªa en el f¨²tbol. Hab¨ªa comenzado a jugar con cuatro a?os en los potreros del Club Torito, a tres cuadras de casa, en Baigorria y Granaderos. Un m¨¦dico recomend¨® a mam¨¢ Diana que llevase a su hijo a jugar al f¨²tbol para "quemar energ¨ªas" y, de paso, evitar que destrozase la casa. Angelito, alumno del colegio Buen Samaritano, ten¨ªa, entre sus apodos, el de Diablito por sus trastadas. El f¨²tbol le hizo bien. Un a?o meti¨® 64 goles y Zof se lo llev¨® a las categor¨ªas inferiores de Central. Ah¨ª empez¨® todo.
Canallas. Sale un pibe vestido de corto con una pelota. Se sube a un viejo Volkswagen que su padre arranca lastimosamente y giran la primera cuadra a la izquierda, donde pasan junto a un mural futbolero. Rosario est¨¢ polarizada futbol¨ªsticamente en territorios delimitados por los colores de los postes de luz. Zona auriazul, los canallas, zona rojinegra, los leprosos. La Perdriel es auriazul, como Di Mar¨ªa, el m¨¢s canalla de su cuadra.
Daniel camina parsimoniosamente, aqu¨ª nadie tiene prisa, cuando le salimos al paso. A sus 53 a?os lleva m¨¢s de 30 en el barrio. Nos regala una direcci¨®n sociol¨®gica. Sabidur¨ªa callejera: "Ac¨¢ no sobra nada, mir¨¢ alrededor. Pero la gente es trabajadora y digna. Los padres laboran para que no falte nada a sus hijos y las madres rezan para que no les pase nada. Los Di Mar¨ªa encajan en ese perfil. Son gentes de ac¨¢". Diana, madre de Angelito, ha inculcado a sus hijos esa fe la que habla Daniel. Por eso su hijo reza a la Virgen antes de cada partido. Nos despide con un sentido apret¨®n de manos.
El mediod¨ªa abre el cielo y el tr¨¢fico en la Perdriel comienza a ser tan peculiar como animado. Un carro tirado por un burro transporta a tres pasajeros que fijan su mirada en la c¨¢mara de Tadeo Orfali, mientras ¨¦ste captura instantes con su Nikon D 300. Una motocicleta amarilla se cruza con otra con tres pasajeros. Ninguno lleva casco. Ning¨²n polic¨ªa les pedir¨¢ explicaciones. Al menos, no aqu¨ª, donde comenz¨® a conducir Fideo el primer coche que se compr¨® siendo futbolista, un Peugeot 206.
La casa que linda con el 2066 pertenece a una se?ora de mediana edad que rechaza las fotograf¨ªas y se niega a identificarse. Pisamos un territorio donde reina el anonimato. "Su madre hace los recados por ac¨¢ y Angelito pasa a ver a los chicos por la Perdriel. Son buena gente", apunta. Dos mujeres salen de una casa con botellas de leche vac¨ªas. Nos miran recelosas. Comenzamos a desentonar en el discurrir cotidiano de la Perdriel. Es hora de abandonar el hogar de los Di Mar¨ªa. Un sitio afilado, digno, humilde y futbolero.
Barrio humilde y villa cercana
La Perdriel linda con una villa que hace que no sea recomendable visitarla, especialmente seg¨²n a qu¨¦ horas. Todas las casas tienen perros, "que m¨¢s que proteger avisan", nos coment¨® alg¨²n vecino, "de la posible visita de los chorros (ladrones) y los pugas (carteristas)". La calle presenta edificaciones irregulares de construcci¨®n ca¨®tica, pero tienen un denominador com¨²n: ventanas con rejas. La cercan¨ªa de la villa invita a tomar precauciones.