La mayor ¡®diablura¡¯ de Chiappucci
¡®El Diablo¡¯ firm¨® una de las grandes gestas de su carrera en la Mil¨¢n-San Remo de 1991 con un movimiento a 170 km de meta.
Eterno segund¨®n, uno de los mejores escaladores de siempre, un esp¨ªritu combativo indomable¡ Son muchas de las expresiones utilizadas a lo largo de dos d¨¦cadas (80 y 90) que se refer¨ªan a un corredor que dej¨® huella en el ciclismo: Claudio Chiappucci. El italiano, apodado ¡®El Diablo¡¯, se gan¨® la simpat¨ªa de much¨ªsimos aficionados por su ciclismo valiente, ofensivo y por ser uno de los pocos ciclistas que plant¨® cara m¨ªnimamente al gran dominador de su generaci¨®n en las grandes vueltas, un tal Miguel Indurain. Pero no solo eso, ya que Chiappucci tambi¨¦n firm¨® algunas gestas incre¨ªbles que entraron por derecho propio en la historia de este deporte.
?Se imaginan a un escalador ganando en la cl¨¢sica por antonomasia de los velocistas? Eso fue precisamente lo que consigui¨® el italiano en la Mil¨¢n-San Remo de 1991, una de las narrativas m¨¢s m¨ªticas que ha dado el deporte de la bicicleta. En esos a?os, el de Uboldo estaba en su esplendor, lo que le permiti¨® rivalizar con Indurain en los Tours y Giros de 1991 y 1992. En la 82? edici¨®n de la Classicissima qued¨® patente. La carrera italiana es una de las carreras m¨¢s particulares del calendario. Se trata de una larga traves¨ªa de casi 300 kil¨®metros, que arranca en el norte de Italia, en Mil¨¢n, y termina en San Remo, recorriendo gran parte del recorrido en paralelo a la costa mediterr¨¢nea. Hist¨®ricamente, ha sido el Monumento reservado a los velocistas, donde corredores de la talla de Sean Kelly, Laurent Jalabert, Erik Zabel, Mario Cipollini, ?scar Freire, Alessandro Petacchi o Mark Cavendish han alzado los brazos.
Por eso, entre otras razones, lo ocurrido aquel 23 de marzo de 1991 era algo impensable. Y no s¨®lo por el fondo, sino tambi¨¦n por la forma. A 170 km de la meta, Chiappucci decid¨ªa pasar a la acci¨®n. El italiano, con los colores azul y blanco caracter¨ªsticos del equipo Carrera, se lanzaba a tumba abierta en el descenso del Turchino, ascensi¨®n que tradicionalmente se ubica sobre la mitad de la prueba. El pelot¨®n, tan incr¨¦dulo como relajado ante una maniobra que tomaron por un suicidio t¨¢ctico, dej¨® marchar a Chiappucci con total libertad. Horas m¨¢s tarde se dar¨ªan cuenta del nefasto error que acababan de cometer¡
Ni la copiosa lluvia que ca¨ªa en esos momentos de la carrera aplac¨® las inmensas ganas de batalla de un Chiappucci que culminado el descenso hab¨ªa alcanzado a un grupo de fugados de mucho nivel, con Adrie van der Poel, Marino Lejarreta, Charly Mottet y Rolf Sorensen. Su ventaja se dispar¨® hasta alcanzar los cuatro minutos, momento en el que se encendieron las alarmas en el pelot¨®n, donde los velocistas aguardaban su momento, siempre pensando que el recorrido, carente de suficiente dureza, a priori, siempre jugar¨ªa a su favor. Los kil¨®metros pasaban y v¨ªctimas de su propio desconcierto, los ¡®gallos¡¯ del pelot¨®n se dieron cuenta de la tard¨ªa reacci¨®n. No llegar¨ªan a tiempo de cazarles.
As¨ª las cosas, Chiappucci sigui¨® a lo suyo, tachando los pasos previstos en su minucioso plan. El Diablo seleccion¨® la fuga en Capo Mele, donde dej¨® atr¨¢s a Mottet, y meti¨® una marcha m¨¢s en Cipressa para dejar atr¨¢s al resto. La excepci¨®n era Sorensen, que se sold¨® a su rueda como buenamente pudo para mantener una m¨ªnima esperanza en el Poggio, la ic¨®nica cota que dicta sentencia en esta carrera, tanto en su subida como en su descenso. Con el pelot¨®n a 1 minuto, Chiappucci no esper¨® a lo segundo y atac¨® en lo primero. A Sorensen no le qued¨® otra que conformarse con el segundo puesto, viendo desde la distancia c¨®mo Chiappucci, despu¨¦s de 6 horas y 56 minutos de tit¨¢nico esfuerzo, hab¨ªa firmado una de las mayores gestas que se recuerdan en el ciclismo. El d¨ªa que abraz¨® lo imposible. El d¨ªa que ¡®el Diablo¡¯ se hizo eterno.
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