Esa embarcaci¨®n de la que usted me habla
En un cuento cl¨¢sico del budismo, un atribulado e impaciente disc¨ªpulo pregunta a su maestro cu¨¢l es el camino m¨¢s corto para alcanzar la sabidur¨ªa. ¡°Es muy f¨¢cil ¡ªafirma el maestro¡ª, solo tienes que conseguir estar un d¨ªa entero sin pensar en ranas azules¡±. Unas semanas despu¨¦s, el maestro se encuentra con el disc¨ªpulo, al que pregunta qu¨¦ tal le va en la b¨²squeda de la ansiada sabidur¨ªa. ¡°Fatal ¡ªresponde el abatido alumno¡ª. Por m¨¢s que lo intento, no consigo pensar en otra cosa que en ranas azules¡±.
La moraleja del cuento es que a veces la mente es m¨¢s enemiga que aliada y que cuanto m¨¢s nos obsesionamos por espantar determinados pensamientos, m¨¢s presentes parecen estar.
Estas semanas previas a la final de Copa he recordado varias veces este cuento, al ver a amigos y familiares evitar referirse a cierta embarcaci¨®n de color azul (como las ranas del cuento) y uso celebrativo. Por m¨¢s que pensamos en ella, nadie quiere citarla. A quien ha osado decir su nombre en vano, otros se lo han recriminado, como al ni?o que pronuncia una palabrota, como si el nombre de la barca trajera mal fario. As¨ª estamos en Bilbao, tan echados para adelante como dice el t¨®pico que solemos ser, m¨¢s contenidos que nunca esta vez.
Escribo estas l¨ªneas desde Sevilla. Paseo por esta ciudad con mirada inversa a la del turista que observa las piedras antiguas evocando lo que fue, H¨ªspalis. Yo oteo las calles y las imagino en unos d¨ªas cauce de una marea rojiblanca. Pienso el futuro, que ans¨ªo celebrativo para los nuestros. Y recuerdo otras finales, finales que fueron perdidas. ?Y saben qu¨¦? No s¨¦ si es de mal fario decirlo, pero no puedo evitar pensar que, como cant¨® Jon Maia, ¡°nuestra mayor victoria es ser lo que somos¡±. Hay quien cree que afirmar esto es anticipar la derrota y contentarse con ella. Pero no es verdad. Yo ver¨¦ la final con mi hijo mayor. Iremos en coche. Dieciocho horas de viaje. Tres d¨ªas fuera, solos ¨¦l y yo. Toda una roadmovie. So?aremos en la ida. Ojal¨¢ que celebremos en la vuelta. Pero, pase lo que pase, nadie puede convencerme de que el mismo viaje no es el sentido de todo esto, la verdadera victoria, surque la r¨ªa o no esa embarcaci¨®n de la que usted me habla.
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