Tributo a la 'Magia Disney'

Ser una de las figuras m¨¢s reconocidas del mundo del entretenimiento tiene sus ventajas y sus inconvenientes: la relevancia medi¨¢tica est¨¢ asegurada, pero no la calidad del mensaje o la fidelidad a determinados conceptos morales. Mickey representa todo aquello que deber¨ªa formar parte de la educaci¨®n b¨¢sica de cualquier ser humano nacido en la era moderna: es curioso, noble, inquieto. Nunca le veremos sin su eterna sonrisa a cuestas, jam¨¢s dejar¨¢ en la estacada a uno de sus compa?eros. Walt Disney cre¨® el concepto de la mascota por antonomasia con el ¨²nico objetivo de llevar una pizca de ilusi¨®n y de vitalidad a comienzos del siglo XX, ¨¦poca tumultuosa donde las haya, carente del color con el que hoy enfocamos el d¨ªa a d¨ªa. El rat¨®n, nacido para endulzar la amarga perspectiva del futuro de aquel entonces, nunca se preocup¨® por cumplir los c¨®digos morales que hoy forman parte inexorable de la industria de la animaci¨®n. S¨®lo buscaba contar una historia que transmitiese un mensaje, escrito ¨¦ste por su padre espiritual. 

No se alej¨® Mickey de la senda marcada por su patriarca hasta finales de la d¨¦cada, momento que coincide con la desgraciada metamorfosis de Disney como entidad. No s¨®lo cambiar¨ªa ¨¦l, su imagen, su concepto original, sino tambi¨¦n parte de la esencia que se le hab¨ªa imprimido como icono de una generaci¨®n. Hubo una ¨¦poca en la que este hecho fue motivo de debate entre los c¨ªrculos de especialistas en el mundo de la animaci¨®n, aunque no dejaba de ser una muestra m¨¢s del cambio generacional que se produjo en alg¨²n momento indeterminado de la Historia reciente. Mickey dejaba de ser una figura con car¨¢cter propio para limitarse a ser visto como la imagen residual m¨¢s apropiada para dar salida a productos infantiles, con pocas ganas de invitar a la reflexi¨®n, tanto de ni?os como de adultos. Ah¨ª est¨¢ la calidad de sus pel¨ªculas para atestiguar lo aqu¨ª expuesto.

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Sin embargo, puede que los tiempos hayan cambiado, pero no la memoria ni los recuerdos que pululan por la red en forma de retrospectiva. Warren Spector quiso ver en Mickey un personaje adecuado para convertirse en el protagonista de su ¨²ltima aventura, saltando de mito en mito, con la firme convicci¨®n de poder devolverlo al lugar que le pertenece por tradici¨®n. Creador de dos licencias atemporales como son Deus Ex y System Shock, el artista apenas tuvo inconveniente para conseguir la autorizaci¨®n de Disney, tan preocupada como siempre en evitar que se mancille el nombre de sus figuras m¨ªticas de manera alguna. Despu¨¦s de pasar varios a?os ponderando toda clase de f¨®rmulas para comenzar a desarrollar su nueva obra, Spector anunciaba formalmente su cometido como director de un t¨ªtulo exclusivo para Wii. Con una marcada tendencia steampunk (mundos ba?ados por el vapor, la maquinaria pesada y por criaturas de pesadilla), distinto y ¨²nico, Epic Mickey fue visto como la oveja negra dentro de una manada de animales que siempre caminan en la misma direcci¨®n.

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Para dar forma a un concepto tan abstracto como ¨¦ste se toma como punto de partida la esencia tradicional de la que habl¨¢bamos anteriormente, ¨¦sa que se puede palpar e incluso respirar en sus primeras apariciones, (Steamboat Willie, Clock Cleaners). Epic Mickey nace de la querencia de devolver al rat¨®n al lugar que le pertenece, en una propuesta que se origina a medio camino entre las mentes pensantes de Junction Point y de The Walt Disney Company. Ahora que la mascota cumple 80 a?os, ?qu¨¦ mejor manera de reivindicar su papel que otorgando nuevos rasgos a su personalidad a trav¨¦s de historias que no se conforman con clich¨¦s y t¨®picos manidos? Puede que sea una maniobra arriesgada, quiz¨¢s incluso descabellada para cierto sector de su amplia masa de aficionados, pero al menos pretende ser original, creativa. Eso que solemos llamar un soplo de aire fresco.

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No cabe la menor duda que la carta de presentaci¨®n de Epic Mickey es, si no la mejor, una de las m¨¢s prometedoras del cat¨¢logo de la sobremesa de Nintendo. Spector apuesta por ofrecer una buena dosis de nostalgia escondida bajo el disfraz de un t¨ªtulo que no se deja nada en el tintero -y nunca mejor dicho- en cuanto a nivel visual/est¨¦tico/art¨ªstico se refiere, aunque s¨ª en el plano jugable. La ¨¦pica aventura del rat¨®n comienza una ma?ana cualquiera, cuando sin quererlo se convierte en una pieza fundamental para completar el puzle que representa la oscura tierra de Wasteland -P¨¢ramo en la edici¨®n espa?ola-, hogar de los dibujos animados secundarios, de los desechos que los grandes creadores no consideraban v¨¢lidos para formar parte de sus grandes obras. Es el comienzo de una aventura realmente ¨¦pica que cumple dos objetivos: trasladar al jugador a un mundo de fantas¨ªa sin hacer de la traves¨ªa un mero tr¨¢mite, sino m¨¢s bien todo lo contrario. 

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Existe un mundo en el que se deposita todo dibujo que no haya valido para aparecer en las representaciones magnas que Walt Disney creaba a principios del siglo pasado. En ¨¦l cohabitan miembros de todas las clases, razas y condiciones, esperando sin demasiada prisa la pr¨®xima oportunidad para regresar al estrellato. Algunos son secundarios que tuvieron su minuto de gloria en una escena que para ellos pasar¨¢ a la posteridad, otros son pobres almas que no han sido capaces de desprenderse de cierto puntillo mal¨¦fico con el que fueron dotados por su creador, pincel en mano. Wasteland, el mundo de los residuos, no debe ser visto como una especie de submundo al que s¨®lo se acude cuando hay que sacar la basura. Nada m¨¢s lejos de la realidad, el propio Disney pas¨® gran parte de su vida ideando una manera de darles vida m¨¢s all¨¢ de los folios conceptuales desechados, aunque nunca encontrar¨ªa el tiempo suficiente para crear ese nuevo hogar que se merecen.

Ellos, los secundarios, han aceptado su destino con gracia. Viven pl¨¢cidamente en la ciudad de Mean Street, con vistas al mastod¨®ntico castillo de Fantas¨ªa, creado a imagen y semejanza con el de Disneyland. All¨ª habita Oswald, la primera mascota que camin¨® junto a Disney cuando ¨¦ste todav¨ªa era un simple trabajador hundido en la miseria, como tantos otros que trataban de despuntar en aquella ¨¦poca. Al conejo le corresponde el honor de haber tratado de dar una nueva perspectiva al mundo de Wasteland, con un pueblo creado en su honor, OsTown, en el que se le rinde homenaje. Si ¨¦l es el rey, los secundarios son los paisanos a los que ha de mimar poniendo todo el empe?o del mundo para lograr esta dif¨ªcil tarea, que al parecer se le ha escapado de las manos por motivos ajenos a su control.

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Mickey cae en un cuarto oscuro, ataviado con sus pantalones cl¨¢sicos, sin desprenderse de los guantes que adquirir¨ªa junto a su forma antropom¨®rfica. No hay nada que lo diferencie del personaje que conocimos en la dulce infancia, con su alocada voz mediante. Tampoco su curiosidad ha cambiado, como bien comprobamos cuando asoma su orejuda cabeza tras una esquina. Lo que descubre le enmudece durante unos instantes, los necesarios para que la atenci¨®n del jugador pase al mago que trabaja en una gigantesca maqueta de cart¨®n en la que se representa el dise?o de Disneyland, una representaci¨®n virtual del pa¨ªs de ensue?o que se puede visitar en Par¨ªs (lo que a su vez representa el mundo de Disney hecho realidad). El mago -Yen Sid-, creado a imagen y semejanza del propio Walt Disney, comenta cu¨¢n de importante es el pincel con el que ultima los preparativos de su trabajo.

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Mickey, incapaz de contener su inquietud, echa un vistazo a la maqueta en cuanto el mago desaparece de escena. Cautivado por los poderes del pincel, toma un poco de pintura azul y redecora las localizaciones a su gusto. El rat¨®n se equivoca al lanzar un aut¨¦ntico caudal de tinta sobre la maqueta, lo que genera un efecto inesperado: la aparici¨®n de una especie de monstruo oscuro al que r¨¢pidamente trata de desaparecer como har¨ªa el mago instantes atr¨¢s, empleando el disolvente verde que tambi¨¦n encuentra en la mesa. El experimento resulta ser todo un desastre. Mickey destruye media maqueta, causa el caos en Wasteland, pero se las ingenia para huir a su habitaci¨®n sin ser detectado. Pasan los a?os, acumula ¨¦xito, historias, experiencias que se suceden en pantalla en forma de homenaje. Hasta que un d¨ªa, cuando menos lo espera, la criatura negra que ¨¦l mismo creaba acude en su b¨²squeda para sumergirle en las espesas aguas de un mundo desconocido, triste y gris.

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Por suerte cuenta con una herramienta que le permitir¨¢ cambiar el presente. El pincel est¨¢ en su bolsillo y, con ¨¦l, tambi¨¦n gran parte de su futuro.

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Resulta especialmente dif¨ªcil juzgar el papel del argumento en un videojuego de las caracter¨ªsticas de Epic Mickey, tan marcado como est¨¢ por el legado de un personaje tan emblem¨¢tico como el rat¨®n. Lo es no s¨®lo por el valor emocional que confiere un recorrido a lo largo de los a?os, sino por el peso espec¨ªfico que ¨¦ste pueda tener en la aventura. Si se analiza la trama partiendo desde el primer punto, el ejercicio que ha realizado Spector es sin lugar a dudas uno de los m¨¢s impactantes y sobrecogedores que se han visto en la nueva generaci¨®n, con un gusto exquisito por las tendencias cl¨¢sicas de la industria cinematogr¨¢fica. Se dir¨ªa que Junction Point ha buscado revitalizar la imagen de Mickey a trav¨¦s de la utilizaci¨®n de los cortos cl¨¢sicos, confiriendo mayor empaque argumental al gui¨®n, aunque su papel no tiene un peso determinado en la trama propiamente dicha. Si se toma como referencia el segundo punto, lo cierto es que la historia que lleva por bandera este Epic Mickey bien podr¨ªa pertenecer a alguno de los cortos creados por el propio Walt Disney durante los a?os dorados del creador.

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Si hasta el momento el lema de este mundo sumergido era b¨¢sicamente no sacar nada de lo que sucede a la luz, la llegada de Mickey propone una situaci¨®n cambiante, cuyas consecuencias no pueden ser previstas ni por sus propios habitantes. El mundo est¨¢ parcialmente borrado por culpa del disolvente y s¨®lo ¨¦l podr¨¢ devolverle su esplendor perdido gracias al uso del pincel. Cuenta tambi¨¦n con la ayuda de personajes emblem¨¢ticos de la licencia como Goofy o Donald, caracterizados con el peculiar estilo que otorga el steampunk a la obra. Sobra decir que Spector ha querido dibujar su peculiar visi¨®n de esta especie de inframundo de dibujos animados haciendo uso de cierta tendencia rob¨®tica. Sin llegar a ser especialmente llamativa para bien o para mal, consigue otorgar un ambiente denso y opresivo, fiel al mundo que te¨®ricamente representa.

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Existe un antagonista que se deja ver durante los primeros compases de juego para luego convertirse en una figura de referencia obligatoria que se esconde durante la mayor parte de la aventura, al igual que determinados personajes secundarios (gremlins), tambi¨¦n extra¨ªdos de la historia personal del rat¨®n, que adem¨¢s de ofrecer algo de chicha al argumento echan un cable a Mickey o piden cualquier clase de ayuda para dar esa pizca de variedad que tanto se echa en falta de cuando en cuando. La trama no brilla por sus giros de gui¨®n o por ofrecer algo realmente innovador, sino m¨¢s bien por tratar con una exquisitez inusitada al personaje que da vida a la obra. Cualquier aficionado que conozca sus treinta primeros a?os de vida sabr¨¢ apreciar esta faceta en su justa medida. Los que no, simplemente pueden dejarse llevar por la belleza de las escenas que narran los acontecimientos que se dan en pantalla.

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Con todo, hay que tener en cuenta que el argumento es uno de los puntos que se encargan de dar sentido al t¨ªtulo y no una simple excusa para presentar un determinado sistema de juego como sucede en otras aventuras del gremio. Por ello lamentamos los altibajos que aparecen tras las primeras horas de juego, una vez superada la sorpresa inicial, especialmente en lo que respecta a la presentaci¨®n de los personajes secundarios de mayor calado. Esto contrasta con el efecto positivo de las escenas animadas que, sin doblaje alguno, ponen coherencia al nexo temporal del argumento. ?stas tienen lugar generalmente entre Mickey y otro personaje secundario que ofrece consejos y pistas de primera mano para no perdernos durante la aventura. Salvo los problemas anteriormente explicados, Epic Mickey cumple sobradamente las expectativas en este sentido, haciendo gala de un marcado estilo cinematogr¨¢fico que desde aqu¨ª aplaudimos.

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Como podr¨¢ ver el lector, es inevitable fundir distintos apartados jugables dentro del an¨¢lisis espec¨ªfico de cada uno de ellos. El argumento est¨¢ ¨ªntimamente ligado con la parte art¨ªstica, que b¨¢sicamente alarga sus tent¨¢culos en todas las facetas de importancia que un t¨ªtulo de este calibre puede ofrecer a medida que avanzamos en su contenido. Sucede otro tanto de lo mismo con la jugabilidad, dividida en tres ramas fundamentales. La primera invita al jugador a probar las mieles de la exploraci¨®n en 3D como si de un plataformas moderno se tratase. La  segunda se hace eco del uso de un pincel que permite borrar o pintar determinadas ¨¢reas de los escenarios que visitamos. La tercera es aquella que presenta la aventura en 2D, empleando como tel¨®n de fondo alguno de los cortos cl¨¢sicos que el rat¨®n haya protagonizado cuando todav¨ªa era un beb¨¦ que experimentaba con nuevas formas de entender el mundo de la animaci¨®n. En todas ellas predominan otros dos aspectos de importancia: la ambientaci¨®n, que describ¨ªamos anteriormente como opresiva y oscura (insistimos en este hecho por las connotaciones que implica), y el concepto de tributo que hemos descrito largamente en p¨¢rrafos anteriores.

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La piedra angular de la jugabilidad es el uso del pincel. ?ste permite dos usos f¨¢cilmente comprensibles: de una mano, la tinta azul con la que dibujamos las partes del mundo que se borraban por culpa del propio Mickey ante el uso excesivo del disolvente; de la otra, el susodicho disolvente con el que borramos elementos de la decoraci¨®n. La utilidad que tiene este sistema en la pr¨¢ctica no dista demasiado de la noci¨®n que se puede intuir ante su propia descripci¨®n. Existen escenarios en los que es imprescindible lanzar un poco de tinta a una zona espec¨ªfica (un puente, por ejemplo) para acceder al siguiente sector, mientras que en otros es aconsejable probar suerte con el disolvente para descubrir zonas ocultas que esconden tesoros secundarios de gran inter¨¦s: billetes, chapas (o pins), pel¨ªculas, partes rob¨®ticas de Goofy?

El pincel m¨¢gico no representa la quintaesencia de la imaginaci¨®n tal y como se hab¨ªa expuesto en las campa?as de promoci¨®n que han ido apareciendo desde el momento del anuncio oficial hasta hoy. Si en ellas se explicaba que ?todo' puede ser retocado en pos de las querencias de los jugadores, lo cierto es que en la realidad existen zonas espec¨ªficas para su uso, tan s¨®lo hay algunas en las que resulta totalmente imprescindible para poder seguir avanzando. Las zonas de exploraci¨®n en 3D recuerdan a las de grandes iconos del g¨¦nero (Conker Bad Fur Day, Banjo & Kazooie), aunque a la hora de la verdad el t¨ªtulo no termina de carburar por determinados problemas relacionados con la jugabilidad, esto es, con la parte relacionada con el control y la c¨¢mara que se emplea para visualizar a Mickey dentro de su contexto jugable.

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Entre ellos destacan las plataformas propiamente dichas (las fases de salto, que realmente no exigen demasiada habilidad por parte del usuario), as¨ª como derrotar a los monstruos que pululan por los escenarios. Contamos con la opci¨®n de ahogarles con tinta azul para que nos ayuden a derrotar a otros enemigos, o por el contrario borrarles del mapa con el disolvente. La decisi¨®n que tomemos en cada ocasi¨®n determina c¨®mo evoluciona Mickey. Aqu¨ª se abre una nueva ventana para el desarrollo del personaje: si durante nuestra odisea preferimos hacer uso del disolvente, ¨¦sta ser¨¢ la habilidad que se fortalezca y viceversa en caso contrario. Las decisiones que puede tomar el jugador nunca van m¨¢s all¨¢ de elegir ?s¨ª' o ?no' ante alguna petici¨®n del personaje secundario de turno.

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Esta especie de evoluci¨®n a la que se somete al h¨¦roe de la aventura abre, como decimos, una ventana a que sea el jugador el que determine c¨®mo quiere vivir su experiencia, si bien no acaba de ser todo lo determinante que se pod¨ªa intuir en un principio. La base de las fases de exploraci¨®n no s¨®lo se centra en dibujar o borrar determinados aspectos del escenario, sino tambi¨¦n en enfrentamientos capitales ante monstruos de gran calibre (en el en¨¦simo homenaje a la Historia del personaje) que se encargan de aportar variedad al contenido.

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Mientras que las fases en 2D son todo un espect¨¢culo creativo y visual, en la l¨ªnea que mantiene el apartado gr¨¢fico durante toda la aventura (salvo determinados escenarios en los que el nivel general baja sin explicaci¨®n aparente, tal es el caso de algunas de las localizaciones del primer mundo), las 3D representan una monta?a rusa en cuanto a sensaciones de juego se refiere, con altibajos que da?an la imagen que ofrece el juego en este sentido. Un ejemplo: si durante la primera hora de juego no dejamos de experimentar nuevas formas de entender la aventura, la segunda se limita a seguir los pasos establecidos sin variar o sin terminar de cuajar en el resto del contenido. Se dir¨ªa que estas fases no est¨¢n a la altura del ejercicio de creatividad que se da en otras circunstancias, en parte por la necesidad imperiosa de armarse de paciencia para esperar a la llegada de la siguiente sorpresa. Quiz¨¢s lo m¨¢s adecuado es hablar de cierto conformismo en fases puntuales.

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La base de juego viene impuesta por la cumplimentaci¨®n de distintas misiones que se otorgan de forma autom¨¢tica o al hablar con personajes secundarios que encontramos en las ciudades que forman parte del contenido. Dejar alguna atr¨¢s implica tener que revisar nuestros pasos para garantizar obtener el 100% de los objetos que no cumplen una funci¨®n espec¨ªfica a lo largo de la aventura. Asimismo, es frecuente encontrar pasadizos secretos u otros elementos que s¨®lo han de ser visitados en caso de querer profundizar en la exploraci¨®n. Si hemos perdido la pista de qu¨¦ debemos hacer a continuaci¨®n, basta con hacer uso de la energ¨ªa especial que acumulamos al pintar (o borrar) los decorados de los escenarios que visitamos. As¨ª se construye la experiencia jugable de la que tanto hemos hablado: exploramos en 3D, viajamos de un mundo a otro a trav¨¦s de los cortos caricaturizados, resolvemos un enfrentamiento, volvemos al pueblo de origen y vuelta a empezar.

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Este h¨¢ndicap empa?a el buen resultado que ofrece el sistema de obtenci¨®n de experiencia (por as¨ª llamarlo), la posibilidad de elegir c¨®mo queremos que Mickey evolucione, etc¨¦tera. Se da una situaci¨®n parecida con la organizaci¨®n de algunos escenarios, un tanto ca¨®tica, lo que no permite tener una idea cristalina de qu¨¦ pasos debemos seguir a continuaci¨®n. Mientras que el resto de aspectos encajan perfectamente para mantener el engranaje construido por Junction Point en esta ocasi¨®n, estos puntos que hemos destacado no logran estar a la altura de las expectativas. A veces es el ritmo de partida el que falla (con poca novedad durante un plazo de tiempo demasiado elevado), mientras que otras es la c¨¢mara la que logra sacar de quicio al usuario. Peque?os h¨¢ndicaps que han de ser tomados en cuenta para valorar el contenido que Epic Mickey ofrece, si bien no son definitorios para frustrar las buenas sensaciones que transmite el juego en el global.

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Respecto al trabajo de Dooley, probablemente la faceta m¨¢s impresionante del t¨ªtulo, s¨®lo cabe aplaudir la selecci¨®n de melod¨ªas, perfectamente orquestadas y muy acorde con la tem¨¢tica tradicional que impone la ambientaci¨®n steampunk. La m¨²sica contribuye a situarnos dentro de un mundo de caracter¨ªsticas poco comunes, toda vez que se omite cualquier importancia que pueda tener la omisi¨®n del doblaje. Desconocemos si la decisi¨®n de no incluir voces (salvo algunos gru?idos) en las escenas que narran el argumento se debe a alguna condici¨®n est¨¦tica o art¨ªstica, pero de ninguna forma estropea el mensaje que transmite Spector a la hora de condensar m¨¢s de cuarenta a?os de vida de Mickey a lo largo y ancho de varios de sus cortos.

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La c¨¢mara no termina de funcionar como debiera, el argumento, pese a su sencillez, sufre altibajos, elemento ¨¦ste ¨ªntimamente ligado a la monta?a rusa en la que se convierte la experiencia jugable en general. Epic Mickey ofrece una de cal y otra de arena en este sentido: si las fases de exploraci¨®n son divertidas y enriquecedoras, el ritmo de obtenci¨®n de habilidades es agotador por momentos, siendo imprescindible darle tiempo al juego para que respire, para que muestre todas sus cartas. La obra de Spector no invita a encender la consola para no soltarla durante varias horas, sino m¨¢s bien a tomar con calma lo que acontece en pantalla, sabore¨¢ndolo lentamente, sin prisa.

De entenderse Epic Mickey como un homenaje a la vida de Mickey, dif¨ªcilmente se podr¨ªa haber mejorado el resultado que ha obtenido Junction Point y Disney en conjunto. No obstante, visto como una experiencia jugable ¨²nica, sufre de taras que pese a no empa?ar la excelente calidad que muestra a su llegada a la sobremesa de Nintendo s¨ª que deben ser revisadas para el pr¨®ximo cap¨ªtulo de esta supuesta trilog¨ªa que Spector pretende construir con el paso del tiempo. Una experiencia ¨¦pica, ciertamente, aunque quiz¨¢s unos retoques aqu¨ª y all¨¢ le hubiesen bastado para convertirse en el mejor juego de la consola y, de paso, tambi¨¦n de un a?o plagado de grandes nombres.

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