El bal¨®n
Ah¨ª estaba, bajo el ¨¢rbol de Navidad. No era un bal¨®n cualquiera, sino un Adidas Tango, es decir, un ¡®bal¨®n de reglamento¡¯, en el argot oficial de mi infancia a principios de los 80. Los Reyes no se hab¨ªan tomado la molestia de envolverlo. ?C¨®mo se empaqueta un esf¨¦rico? Est¨¢ hecho para la libertad: no se deja embalar.
Corr¨ª a por ¨¦l y lo cog¨ª como si pudiera serme arrebatado en el ¨²ltimo momento, aunque despu¨¦s pens¨¦ que ninguno de mis hermanos estaba pose¨ªdo por la misma locura. Solo a m¨ª pod¨ªa estar predestinado. Me pas¨¦ un buen tiempo acarici¨¢ndolo: los cosidos de sus pent¨¢gonos me parecieron de una perfecci¨®n inigualable. Ignor¨¦ el resto de regalos, como cuando entras en la sala donde est¨¢ la chica que te gusta y no ves nada m¨¢s a su alrededor.
Impaciente, baj¨¦ a la calle a estrenarlo. Tuve que esperar un buen rato, dado que ninguno de mis amigos se hab¨ªa apresurado tanto, lo que me confirm¨® que ellos no hab¨ªan tenido tanta suerte. Jugu¨¦ ese d¨ªa con la misma sonrisa con la que a?os despu¨¦s vi jugar a Ronaldinho.
En N¨¢ufrago, Tom Hanks llora desesperadamente cuando ve c¨®mo desaparece en la inmensidad del oc¨¦ano Wilson, la pelota que ha sido su ¨²nica compa?¨ªa en la isla. La escena es emocionante y veros¨ªmil, especialmente si has dormido abrazado a un bal¨®n con nombre de baile argentino durante esas noches en las que a¨²n no sabes que la vida va en serio.
Todav¨ªa juego con los veteranos, cuando no estoy lesionado, como si uno prefiriera luchar contra otro rival de carne y hueso en vez de contra el tiempo. No recuerdo en qu¨¦ momento se me borr¨® aquella sonrisa. Imagino que cuando descubr¨ª que ¡®felicidad¡¯ es la palabra abstracta que los adultos han inventado cuando se olvidan del ¡®juego¡¯. Cada a?o, cuando acudo con mis hijos a ver si los Reyes Magos han sido generosos, busco con la mirada aquel bal¨®n, como si uno esperara el milagro de no envejecer.
Hoy reposa quieto bajo el ¨¢rbol un bal¨®n del Mundial de Qatar. Con 17 a?os, mi hijo Pablo est¨¢ pensando m¨¢s en salir por las noches que en dar asistencias, como el resto de sus amigos con los que hemos visto la Copa del Mundo frente al televisor. Pero, aunque se hacen mayores, encontraban tiempo para improvisar una pachanga en el descanso de cada partido. Al abrazarme, con el flamante bal¨®n en la mano, mi hijo abraza a todos los que no olvidamos que una vez fuimos ni?os y que, de alguna manera, volvemos a serlo cada vez que hay un bal¨®n por medio.
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