Su m¨ªtica carrera le depar¨® una despedida a la altura, una ¨²ltima intervenci¨®n, el 21 de junio de 1936, que valdr¨ªa un t¨ªtulo en la primera final Madrid-Barcelona de la historia. Pero la leyenda le acompa?¨® desde su misterioso nacimiento y hasta sus dos muertes. La de la guerra y la de verdad. Todo un genio que, como tal, fue alabado por poetas, novelistas, pintores y artistas universales como ¨¦l.
Tuvo que estallar la Guerra Civil para que en Espa?a se dejara de hablar, d¨ªa y noche tras un mes, de una noticia que acaparaba los diarios, las radios, las tertulias de caf¨¦. Y no era otra que la retirada de Ricardo Zamora. Uno de los futbolistas m¨¢s universales no ya de los inicios de un balompi¨¦ organizado sino de la historia entera del f¨²tbol, cuya ¨²ltima parada contuvo tantos elementos literarios como su carrera. Y su propia vida.
No es de extra?ar, por tanto, que desde un premio Nobel a un genio de la pintura se fijasen en ¨¦l y lo idolatrasen. Que un poeta incluso le salvara la vida. Que el jefe de Estado de una potencia mundial lo imaginara como presidente de la Rep¨²blica espa?ola. O que protagonizara pel¨ªculas, convirti¨¦ndose en el primer jugador medi¨¢tico. El primero que cre¨® tendencia con su atuendo. El primero que gener¨® apodos y frases c¨¦lebres, hasta un premio, que a¨²n hoy se recuerdan y recitan.
La ¨²ltima parada de Zamora contiene un incalculable valor no solo por lo que signific¨® en su contexto, una final, sino sobre todo porque marc¨® el final de una era. La del mejor guardameta mundial en la primera mitad del siglo XX, uno de los mejores de todos los tiempos. Y supuso un antes y un despu¨¦s en una biograf¨ªa que sigui¨® siendo igual o m¨¢s legendaria tras el pitido final. M¨¢s que un futbolista, una celebridad mundial.
Que la ¨²ltima parada de Ricardo Zamora haya pervivido hasta hoy, y m¨¢s all¨¢, se debe a dos artistas. Los primeros que desfilar¨¢n por aqu¨ª. En realidad, a uno, pero como trabajaban y firmaban juntos, a ambos se atribuye tambi¨¦n la gloria. La de plasmar la fotograf¨ªa, de inmortalizar ese momento ¨²nico que, pese a que cr¨®nicas y testigos ya narraban, gracias a ellos hoy podemos comprobar con nuestros propios ojos que no se ensalz¨®, que no fue leyenda sino certeza.
Albero y Segovia. Bajo ese paraguas aparec¨ªan en la prensa los retratos de F¨¦lix Albero y Fernando Segovia. Del fotoperiodismo deportivo a la Guerra Civil. Y, por supuesto, lo que nos ocupa. Esa viva imagen. Pierna derecha en el aire, mueca de esfuerzo, p¨²blico expectante y estirada felina hacia el poste izquierdo de su porter¨ªa. Y cal, mucha cal levant¨¢ndose al paso de un esf¨¦rico que va para gol cantado pero que se topa con la mano izquierda de Ricardo Zamora.
Con otra instant¨¢nea comenzar¨ªa ese 21 de junio de 1936 la final de la Copa de Espa?a. Copa de la Rep¨²blica. La primera de la historia entre Madrid y Barcelona. En Mestalla, ante 22.000 espectadores donde te¨®ricamente solo cab¨ªan 19.000. Y con ¡°revendedores clandestinos¡± en la Plaza de Castelar que casi multiplicaron por diez el precio de las entradas. 3.000 seguidores llegados desde la capital y hasta 5.000 desde Barcelona durmieron la noche anterior en la calle ante la insuficiente oferta de plazas hoteleras para todos.
La imagen era la de Zamora, enfundado en una americana, cuello de camisa fuera del jersey y pantalones cortos, encajando su mano derecha con la de Mart¨ª Vantolr¨¤, capit¨¢n del Barcelona, bajo la mirada de Ostal¨¦. Premonitorio saludo, mucho m¨¢s que protocolario, por lo que suceder¨ªa meses despu¨¦s.
A las cinco y cuatro minutos de la calurosa tarde comenzar¨ªa la final. Para Zamora, pod¨ªa ser la quinta Copa de su palmar¨¦s, tras las dos conquistadas precisamente con el Bar?a (1920 y 1922), la que alz¨® con el Espanyol (1929) y la que ya hab¨ªa conseguido con el Madrid (1934).
Estaba acostumbrado el Barcelona a decantar los partidos a su favor en los minutos iniciales, pero lejos de Les Corts se mostraba m¨¢s vulnerable y contaba con una baja sensible en defensa, Zabalo, que se hab¨ªa lesionado en las semifinales ante Osasuna.
Y el protagonismo en los primeros minutos, efectivamente en contra de su voluntad, lo asumieron los zagueros azulgrana. La falta de entendimiento entre Balmanya y Bayo ante el extremo diestro Eugenio, m¨¢s los fallos puntuales de Areso y el portero Iborra, propiciaron que el Madrid ya ganase por 2-0 a los 12 minutos de juego.
Lleg¨® el primero a los seis minutos. Emil¨ªn ced¨ªa a Lecue por la izquierda del ataque blanco, cambiaba el juego a la derecha para Pedro Regueiro, quien asist¨ªa a Eugenio para que se internara con total comodidad y batiera a Iborra.
El segundo naci¨® de un c¨®rner favorable al Barcelona, que botaba Vantolr¨¤, despejaba un defensa y lo aprovechaba Luis Regueiro para lanzar un contragolpe que acababa de nuevo en los pies de Eugenio para que centrase. Tras un fallido remate de Sa?udo, detr¨¢s esperaba Lecue desmarcado para anotar.
La clave de la final estaba siendo la velocidad, tanto la que mostraba el Madrid como la que era capaz de contrarrestar, ya que anul¨® a Vantolr¨¤ en el extremo. El t¨¦cnico blanco, Paco Bru (exjugador, ¨¢rbitro, directivo y periodista), sacrific¨® incluso para amarrarlo a un puntal como Lecue cuando Souto se lesion¨® en una ca¨ªda en el minuto 36, lo que dej¨® lastrado a su equipo para el resto del encuentro.
Pero al capit¨¢n del Barcelona nadie lo pudo detener a bal¨®n parado. Y en el 29¡¯, serv¨ªa de nuevo un c¨®rner que Quincoces despejaba sin demasiada fuerza. Balmanya y Escol¨¤ acudieron al rechace, siendo este ¨²ltimo quien empalm¨® un chut raso, potente, colocado, la ¨²nica forma de superar a Zamora.
No obstante, sigui¨® dominando en l¨ªneas generales un Madrid que en la segunda parte pudo sentenciar con un gol transformado por Sa?udo, sin embargo anulado por un claro fuera de juego. Sin embargo, la inferioridad num¨¦rica fue paulatinamente pesando en las botas de los blancos.
Y as¨ª se lleg¨® al instante decisivo. El que decanta una final, que define la enormidad de un futbolista y que, a la postre, pone la guinda a una m¨ªtica carrera. Sucedi¨® en el minuto 83 seg¨²n La Vanguardia, en el ¨²ltimo minuto a tenor de otras cr¨®nicas, en una de las pocas acciones en que pudo Vantolr¨¤ burlar no solo a Lecue sino tambi¨¦n a Quincoces. Pas¨® entonces a la zona central del ataque a Escol¨¤ para que, libre de marcaje, pudiera colocar el esf¨¦rico ajustad¨ªsimo al palo izquierdo del portero¡. Mejor que lo narre el propio Zamora, en sus memorias publicadas por Blanco y Negro a t¨ªtulo p¨®stumo en 1988.
¡°Carga el Barcelona insistente buscando el empate. El tiempo transcurre desesperadamente lento. El Madrid, replegado, agotose en tremenda defensa, y el tanto se ve venir. Minutos, segundos faltan para que termine el duelo. El p¨²blico, puesto en pie, espera el pitido final¡ cuando Escol¨¤ se escapa, queda solo ante m¨ª. V¨¦olo como detiene moment¨¢neamente su carrera, como en rel¨¢mpago, mide con la vista la distancia, observa mi colocaci¨®n e inicia el disparo. No ven mis ojos m¨¢s que a Escol¨¤. Lo veo agrandado; en primer plano sus pies y el bal¨®n. Hay un grito imperioso que se me queda dentro: ?Por aqu¨ª! Inclino el cuerpo hacia la izquierda, marco el sitio.
Sin una mil¨¦sima de retraso, justos, coincidimos el bal¨®n y mis manos. Cr¨ªspanse los dedos atenazando el cuero. ?M¨ªo! ?M¨ªo! ?M¨ªo! ?Nada m¨¢s que m¨ªo! Absoluta posesi¨®n de lo que me pertenece, de lo que nadie puede disputarme: el bal¨®n.
-?No ha sido goal! ?No ha sido goal! ¨C?yese en mi alrededor. Es el t¨ªtulo, es la Copa. M¨¢s que aplausos, son las exclamaciones que estallan como cohetes. -?Es asombroso, lo ha parado! ?Lo ha parado! ?Lo ha parado! ¨CEn unos es de j¨²bilo el acento. En otros, de decepci¨®n. Manos que pugnan por acerc¨¢rseme, que se me acercan, que me prenden y me elevan. ?Veinte a?os de f¨²tbol est¨¢n ah¨ª, en ese instante!¡±.
Efectivamente, Zamora recibi¨® una ¡°un¨¢nime ovaci¨®n¡± de hinchas de Madrid y Barcelona, destaca Mundo Deportivo, y con el pitido final fue alzado en hombros por sus compa?eros. Campeones. Y Mariano Ruiz-Funes, ministro de Agricultura de la Rep¨²blica, le entreg¨® el trofeo. Lo hab¨ªa logrado una vez m¨¢s. La ¨²ltima de su carrera.
"No ven mis ojos m¨¢s que a Escol¨¤. Lo veo agrandado; en primer plano sus pies y el bal¨®n. Hay un grito imperioso que se me queda dentro: ?Por aqu¨ª!"
El propio Zamora, explicando su parada
No en vano, ya hab¨ªa amagado anteriormente el guardameta con colgar las botas. As¨ª lo admit¨ªa Bru, su entrenador, tras el encuentro. ¡°Zamora se hab¨ªa retirado ya del f¨²tbol, fuimos a buscarle y ha vuelto por el Madrid. Y hay que reconocer que a ¨¦l debemos en buena parte el t¨ªtulo¡±.
Y, mientras Vantolr¨¤ aseguraba en las entra?as de Mestalla que sent¨ªa ¡°verg¨¹enza por ser el capit¨¢n de este equipo porque con un poco de entrega habr¨ªamos sido campeones de Espa?a¡±, en otro recoveco Zamora confirmaba ese primer intento de retirada y abundaba en los motivos: ¡°S¨ª, me hab¨ªa retirado silenciosamente de la vida activa como jugador, por el olvido que tuvo conmigo el Madrid poniendo su atenci¨®n en Alberty. Pero vinieron a buscarme y volv¨ª por mi club, porque por encima de todo he sido siempre un jugador disciplinado. La satisfacci¨®n de hoy me hace olvidar todo lo sucedido. Estoy orgulloso de m¨ª mismo, ya que hasta me hab¨ªan hecho dudas de mis facultades a los 35 a?os¡±.
Se refiere Zamora a la llegada al Madrid de Gyula Alberty, quien en 1934 se convert¨ªa en el primer fichaje de un extranjero profesional en la historia del club blanco, y que debut¨® con 23 a?os, en 1934, pero que sin embargo acab¨® de suplente en aquella Copa de 1936. De hecho, el h¨²ngaro se march¨® al Le Havre tras el estallido de la Guerra Civil y acabar¨ªa en el Granada, donde falleci¨® en 1942, con solo 30 a?os, a causa de una fiebre tifoidea.
M¨¢s all¨¢ de su rival y compa?ero Alberty, de apellido casi po¨¦tico, de aquella ¨²ltima parada del 21 de junio de 1936 declaraba Zamora tras la final que ¡°de haber empatado el Barcelona, se habr¨ªa levantado su moral y la pr¨®rroga quiz¨¢s le habr¨ªa sido favorable¡±.
Uno de los muchos notables que siguieron sus haza?as fue el periodista y escritor ?ngel Z¨²?iga, quien qued¨® prendado del portero en la final del Agua, la Copa de Espa?a de 1929 conocida as¨ª por el barrizal en que se convirti¨® Mestalla, el mismo escenario que en 1936, pero defendiendo Zamora al Espanyol frente al Madrid. Z¨²?iga escribi¨® en sus memorias que d¨¦cadas despu¨¦s, cenando con Santiago Bernab¨¦u en el hotel Four Seasons de Nueva York (donde ejerc¨ªa de corresponsal para La Vanguardia), levant¨® una copa y pidi¨® un brindis por la victoria de aquel Divino.
Como Z¨²?iga, que en 1961 acabar¨ªa publicando la novela futbolera ¡®Pan y f¨²tbol¡¯, Zamora tambi¨¦n ejerci¨® de periodista. Y no de forma circunstancial o espor¨¢dica. Ten¨ªa tal vocaci¨®n que en 1930, con solo 29 a?os y sin formaci¨®n acad¨¦mica espec¨ªfica, ya hab¨ªa escrito unas memorias para ABC.
Y ya en Madrid, pas¨® por las aulas del rotativo El Debate para acabar enrol¨¢ndose en la fundaci¨®n del diario Ya, que pertenec¨ªa al mismo grupo, Editorial Cat¨®lica, de talante conservador y mon¨¢rquico.
Su primer art¨ªculo, en 1935, fue una suerte de cr¨®nica del partido Madrid-Sevilla que ¨¦l mismo hab¨ªa jugado, por lo que dej¨® las valoraciones sobre su actuaci¨®n en manos de otros compa?eros del peri¨®dico. La publicaci¨®n tanto de Ya como de El Debate fue confiscada al d¨ªa siguiente del inicio de la Guerra Civil, el 19 de julio de 1936, por las autoridades republicanas. Y no ser¨¢ un tema menor en la vida de Zamora¡ O de Amoraz, como firmar¨ªa tras la contienda en las p¨¢ginas del Marca.
Su pasi¨®n por la escritura le llev¨® a recrear un di¨¢logo inventado, entre teatral y filos¨®fico, para explicar, a?os m¨¢s tarde en la versi¨®n definitiva de sus memorias, la noticia bomba que circul¨® por toda Espa?a esos d¨ªas finales de junio de 1936, tras la final de la Copa: su retirada.
¡°Agasajos, muchos agasajos. ?Al fin en casa! Caigo rendido. Son los brazos de mi mujer los ¨²ltimos que me estrechan. Son las manitas del peque?o (Ricardo Zamora Grassa, que con los a?os tambi¨¦n ser¨ªa portero profesional) que se agarran a mis piernas.
Noche de insomnio. ?Qu¨¦ hacer? Entrech¨®canse contradictorios pareceres. Es un di¨¢logo cerebral. Zamora, op¨®nese, contradice las razones de Ricardo.
- ?Retirarme ahora? ?Est¨¢s loco! Un a?o m¨¢s, sigo un a?o m¨¢s. Si he sido capaz de hacer esto ahora, ?por qu¨¦ no he de hacerlo dentro de un a?o?
"?Qu¨¦ momento mejor puedes elegir para retirarte? Dices que todav¨ªa tienes facultades; lo creo. Pero, ?a qu¨¦ esperas? ?A no tenerlas? Entonces, no te retirar¨¢s t¨², te echar¨¢n"
Zamora dialoga consigo mismo
-No, no ¨Ccontesta Ricardo-. No seas loco. Eres, como siempre, apasionado, tarambana. Te conozco. ?Qu¨¦ momento mejor puedes elegir para retirarte? Dices que todav¨ªa tienes facultades; lo creo. Pero, ?a qu¨¦ esperas? ?A no tenerlas? Entonces, no te retirar¨¢s t¨², te echar¨¢n. Ya estoy cansado de seguirte a todas partes. Tengo otras cosas que atender.
-Bah, eso no es m¨¢s que cobard¨ªa. Tienes miedo. No conf¨ªas ya en m¨ª. Eres, como los otros, impresionable. Adem¨¢s, Ricardo, gracias a m¨ª, no lo olvides, tienes esta popularidad. ?Qu¨¦ ser¨ªa de Ricardo sin Zamora? A ti nadie te conoce m¨¢s que en casa, ?en cambio a m¨ª! No, no; seguir¨¦ jugando, mal que te pese. Quien manda soy yo y t¨² obedeces.
-Pues no obedezco. Me rebelo. Me impongo. ?Vanidoso! Me cansa y me revienta tanto Zamora y le revienta a los dem¨¢s. Ya no volver¨¢s a jugar porque yo lo mando.
La disputa se agria. Palabras gruesas. Lucha. Pelea feroz. A la ma?ana se levanta solamente Ricardo. ?Y Zamora?¡±.
Con esta peculiaridad narr¨® el portero su decisi¨®n de retirarse. Ricardo matando a Zamora. La persona ante el portero, la leyenda. Prefiri¨® dejarlo en un momento de gloria. Obviando, entre otras circunstancias poco conocidas, una oferta que de hecho apresur¨® su decisi¨®n. Lo quer¨ªa el Valencia, por eso hizo p¨²blico que colgaba las botas, los guantes y la gorra antes de que la propuesta se hiciera p¨²blica. 50.000 pesetas, para ser exactos, era lo que ¨¦l se hubiera embolsado.
P¨ªo Baroja fue uno de los muchos literatos que plasm¨® negro sobre blanco las andanzas de Pedro Luis de G¨¢lvez, uno de los poetas m¨¢s emblem¨¢ticos en el primer tercio del siglo XX, cuando los medi¨¢ticos eran ellos y no los futbolistas. En 1936, sin embargo, quiz¨¢ la fama ya se hab¨ªa igualado. Y, en el caso de Zamora, seguramente rebasado.
Al ya exportero le salieron caras sus publicaciones en el Ya. Y eso que, durante el mandato republicano, se hab¨ªa llevado el apodo de ¡®Il Miracoloso¡¯ y dos costillas rotas por defender a Espa?a en el Mundial de Italia-34. Ese mismo a?o, el mism¨ªsimo presidente de la II Rep¨²blica, Niceto Alcal¨¢ Zamora, le hab¨ªa impuesto la Orden del M¨¦rito. Y ya en febrero de 1936, tambi¨¦n con la Selecci¨®n pero en Montju?c, se hab¨ªa convertido en todo un estandarte del pa¨ªs su reproche a los jugadores de Alemania, afe¨¢ndoles un saludo nazi que dur¨® demasiado.
Pero a su vez cuenta la leyenda que, precisamente en la cena en la que se celebraba su ¨²ltima parada y la Copa de 1936, propuso un brindis al grito de ¡°viva el Madrid y viva Espa?a¡±, respondido por un periodista con un ¡°y viva la Rep¨²blica¡±, lo que Zamora recogi¨® con absoluto silencio. Como quien oye llover.
Sea como fuere, y a pesar de que se escondi¨® en la casa de unos amigos junto a su mujer y su hijo en cuanto estall¨® la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, los milicianos lo acabaron hallando en un registro y los huesos de Zamora no tardaron en dar con la c¨¢rcel. Concretamente, con la Modelo de Madrid.
Ese periodo turbio de su vida tambi¨¦n pudo significar su defunci¨®n. Y no solo porque as¨ª sucedi¨® con amigos suyos con los que organizaba partidos en el patio de la prisi¨®n, como su excompa?ero madridista Ram¨®n Triana, conocido futbol¨ªsticamente como Monch¨ªn Triana, que fue fusilado el 7 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama. Sino porque, no en vano, fue dado por muerto en m¨¢s de una ocasi¨®n.
Tanto fue as¨ª que, la noche del 20 de agosto de 1936, el general Gonzalo Queipo de Llano difundi¨® en su habitual charla radiof¨®nica desde Uni¨®n Radio Sevilla que Zamora hab¨ªa sido asesinado por ¡°los rojos¡±. Como explica Ian Gibson en ¡®El asesinato de Garc¨ªa Lorca¡¯, los altos mandos del bando nacional se acababan de percatar de la torpeza que hab¨ªan cometido asesinando al poeta granadino, de fama internacional, y para compensarlo se inventaron sin m¨¢s muertes de otros ilustres en manos de los republicanos.
"Entre las contemplaciones que nos han guardado figuran la de haber fusilado (...) hasta al pobre Zamora"
El Ideal, 21 de agosto de 1936
Hasta en ¡®fake news¡¯ fue pionero Zamora, cuya falsa muerte se propag¨® como la p¨®lvora. Ya el 21 de agosto lo publicaba el Ideal. ¡°Entre las contemplaciones que nos han guardado (el bando republicano) figuran la de haber fusilado a Benavente, a los Quintero, a Mu?oz Seca, Zuloaga y hasta al pobre Zamora. Es decir, que esa canalla no pensaba dejar a ninguna persona que sobresaliese en cualquier actividad¡±.
Muchos otros medios, en ¨¦poca de guerra e incertidumbre absoluta, se hicieron eco de la muerte. Y en Valladolid incluso se ofici¨® un funeral en su memoria. Al enredo contribuy¨® el hecho de que era llamado continuamente por los milicianos, lo que en ese momento era sin¨®nimo en una c¨¢rcel de acabar en el pared¨®n, cuando en realidad lo que pretend¨ªan era charlar con ¨¦l y presumir de que hab¨ªan conocido al Divino. Incluso le regalaban cigarrillos.
Pero, aunque vivo, iban pasando los meses y segu¨ªa Zamora en prisi¨®n. Es as¨ª como numerosos jugadores enviaron escritos a la FIFA para que intercediera por ¨¦l. El propio organismo, presidido por Jules Rimet, hab¨ªa iniciado una de sus reuniones ejecutivas con un minuto de silencio creyendo la teor¨ªa de su muerte.
O como el 18 de octubre, en el descanso de un amistoso entre Catalunya y Valencia que se disputaba en Les Corts, el ya m¨ªtico Vantolr¨¤, capit¨¢n en aquella ¨²ltima parada de Zamora, y Carlos Iturraspe, es decir, los capitanes de ambos combinados, subieron al palco para lanzarle una s¨²plica al president de la Generalitat, Llu¨ªs Companys. Trascendi¨® lo siguiente: ¡°Le rogamos en nombre de todos los futbolistas que se interese por nuestro compa?ero Ricardo Zamora que se halla detenido en Madrid, seg¨²n nuestras referencias. Nos consta que no es fascista y es uno de los deportistas que m¨¢s alto ha puesto el f¨²tbol nacional con su esfuerzo¡±.
Pero su suerte no cambiaba, y con solo que uno de los milicianos que se entrevistaban con ¨¦l lo hubieran dejado irse con el resto de reclusos a los camiones, habr¨ªa acabado en el pared¨®n. Hasta mediados de noviembre. Justo cuando entr¨® en acci¨®n Pedro Luis de G¨¢lvez. Lo narr¨® Ram¨®n G¨®mez de la Serna, otro prol¨ªfico escritor, en el diario argentino La Naci¨®n.
¡°La aparici¨®n de G¨¢lvez en las c¨¢rceles es una r¨¢faga de espanto. Se dirige a los presos en actitud estrepitosa y tono grandilocuente. Juega con las pistolas como un malabarista inconsciente. De vez en cuando salva a un hombre.
"Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Est¨¢ preso aqu¨ª y esto es una injusticia. Que nadie le toque un pelo de la ropa. Yo lo proh¨ªbo"
Pedro Luis de G¨¢lvez, explicado por Ram¨®n G¨®mez de la Serna
Una ma?ana se present¨® en la c¨¢rcel Modelo y sali¨® a uno de los balcones del patio llevando del brazo a un preso. Exigi¨® que se reunieran bajo aquel balc¨®n todos los encarcelados y todos los milicianos de la prisi¨®n y pronunci¨® a grandes voces este discurso: ¡®He aqu¨ª a Ricardo Zamora, el gran jugador internacional de f¨²tbol. Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Est¨¢ preso aqu¨ª y esto es una injusticia. Que nadie le toque un pelo de la ropa. Yo lo proh¨ªbo¡¯. Luego lo bes¨® y lo abraz¨® ante los presos at¨®nitos mientras gritaba ?Zamora Zamora!¡±.
La intervenci¨®n de Pedro Luis de G¨¢lvez result¨® fundamental para que el guardameta fuera liberado. Y, muy probablemente, para que salvara la vida. El caso es que muy poco despu¨¦s de abandonar la c¨¢rcel tuvo lugar una multitudinaria saca en que hasta 3.000 presos de La Modelo fueron conducidos en camiones hasta ser fusilados.
?Y De G¨¢lvez? Tras haberse convertido en un h¨¦roe, el poeta parad¨®jicamente no corri¨® la misma suerte. Una vez finalizada la contienda, fue condenado por cr¨ªmenes que no hab¨ªa cometido, pero de los que hab¨ªa ido alardeando durante a?os en caf¨¦s y tertulias, forjando un personaje fanfarr¨®n que termin¨® por ser letal para ¨¦l. Entre otras historias, fing¨ªa haber matado a docenas de monjas. Y por ello sufri¨® un consejo de guerra.
El propio Zamora, como no pod¨ªa ser de otra manera, trat¨® de interceder por ¨¦l, explicando que el condenado le hab¨ªa salvado la vida. Incluso se present¨® como prueba una fotograf¨ªa dedicada que le hab¨ªa regalado con una dedicatoria: ¡°A Pedro Luis G¨¢lvez, el ¨²nico hombre que me ha besado en la c¨¢rcel". Sin embargo, el tribunal militar no se dej¨® ablandar por las s¨²plicas, tampoco ante la falta de pruebas por los asesinatos imaginarios del poeta, y el 20 de abril de 1940 era fusilado en la c¨¢rcel madrile?a de Porlier.
¡®La novela de un guardameta¡¯ era el t¨ªtulo del libro del misterioso Abel Kings, un autor ingl¨¦s que result¨® ser catal¨¢n, M¨¤rius Verdaguer, cuya obra, editada en 1927, narraba las peripecias de Cirilo Caramunchi. Un portero de ficci¨®n que, como describe Miguel ?ngel Ortiz en ¡®Poes¨ªa y patadas¡¯, era un caballero en el ¨¢rea y un dandi lejos de la porter¨ªa. Vamos, que Caramunchi era un homenaje a Ricardo Zamora. Otro m¨¢s.
El ¨²nico futbolista que pod¨ªa rivalizar con ¨¦l a elegancia, magnetismo y popularidad ante los medios de comunicaci¨®n era Josep Samitier, con quien hab¨ªa coincidido en la Selecci¨®n que obtuvo la plata en los Juegos de Amberes, en 1920, pero tambi¨¦n en las filas del Barcelona, donde crearon juntos todo un estilo, y m¨¢s adelante en el Madrid.
Como para no ser amigos. Inseparables, podr¨ªa decirse. Pero tan rivales en eso de ser el primero que, si uno se compraba un traje nuevo, el otro le iba a la zaga. Si uno aparec¨ªa con un despampanante autom¨®vil, el otro trataba de hacerse con uno mejor. Incluso se hab¨ªan marchado juntos a Par¨ªs en sus d¨ªas libres para asistir a conciertos de Carlos Gardel. Y as¨ª, hasta la guerra.
En lo que gan¨® el portero es en lo de ser actor, al protagonizar en 1926 la pel¨ªcula ¡®Por fin se casa Zamora¡¯. ?l sosten¨ªa que rod¨® el primer beso que se daba en la boca en el cine espa?ol. Un gal¨¢n de los de antes, hasta en eso de fumar. Lo hac¨ªa incluso a la hora de salir al campo. Si ve¨ªa a alg¨²n espectador con un cigarrillo en la mano, se lo quitaba y daba una calada antes de empezar a jugar. Otros tiempos.
A su salida de la Modelo, y desconcertado a¨²n por haber evitado la muerte, Zamora se reuni¨® con su mujer y con su hijo, y la diplomacia argentina les procur¨® cobijo en su embajada, situada en el n¨²mero 42 del Paseo de la Castellana. All¨ª permanecieron pr¨¢cticamente un trimestre, en unas condiciones deplorables, junto a decenas de refugiados.
Temiendo por su propia vida, en un escondite que nadie conoc¨ªa, tuvo que alejarse tambi¨¦n de esa imagen de dandi, dej¨¢ndose barba y bigote para no ser identificado. Sin embargo, s¨ª le reconocieron algunos de sus compa?eros de viaje, cuando Zamora y su familia fueron trasladados clandestinamente hasta Valencia. Afortunadamente, nadie los delat¨®.
La llegada a la capital del Turia era providencial, ya que desde all¨ª zarpaba un torpedero argentino, de nombre Tucum¨¢n, que estaba fletado por la embajada del pa¨ªs americano para llevar al exilio a personas cuya integridad f¨ªsica peligraba. Y era claramente el caso. As¨ª, Zamora parti¨® en enero de 1937 hasta Francia, con desembarco en Marsella.
Aunque la historia ha especulado con su fichaje por el Olympique de Marsella, no queda constancia de ello, acaso lo emple¨® de pretexto para salir de la zona de peligro. Porque Zamora pronto se traslad¨® a Par¨ªs, donde concedi¨® entrevistas y levant¨® much¨ªsimo revuelo por tratarse de un personaje extremadamente conocido y en unas condiciones tan singulares. Y se reencontr¨® con Samitier. De nuevo en la misma ciudad, pero sin Gardel ni alegr¨ªas.
El ¡®hombre langosta¡¯ y ¡®mago¡¯, como se le llamaba por sus habilidades, se hab¨ªa exiliado tambi¨¦n despu¨¦s de que un d¨ªa, paseando por la barcelonesa Avinguda Diagonal, alguien se le acercara, le dijera que era peligroso y le apuntara con un fusil durante 15 minutos. Y, como Zamora, igualmente hab¨ªa llegado a Marsella, en un barco de guerra.
Samitier, que hab¨ªa colgado las botas y en 1936 se hab¨ªa puesto a entrenar al Atl¨¦tico de Madrid, volvi¨® a descolgarlas. ?l s¨ª firm¨® por el Olympique, que pronto lo cedi¨® al OGC Niza, de Segunda. Y all¨ª es donde le propuso recalar a su amigo Zamora, que acept¨®. El 25 de marzo de 1937 debutaba con el que, ahora s¨ª, ser¨ªa el ¨²ltimo club en la carrera del Divino, cuya presencia fue testimonial: apenas un par de encuentros ligueros y otros tantos amistosos, el ¨²ltimo a principios de 1938.
Mientras tanto, Samitier sigui¨® enrolado en el Niza hasta que se march¨® a Suiza para retomar su carrera de entrenador. Pero el temor a una detenci¨®n por parte de los nazis, ya con la Segunda Guerra Mundial en marcha, le hizo regresar al Barcelona no sin antes tener que declarar su adhesi¨®n al r¨¦gimen, a Franco, para evitar represalias.
Llegados a este punto, parece clara que la dimensi¨®n de Zamora traspasaba fronteras. Y que dejaba boquiabiertos a genios de otras especialidades tan transversales, por ejemplo, como Salvador Dal¨ª. El c¨¦lebre pintor reconocer¨ªa en 1977, en una entrevista para Ricard Maxenchs (el que ser¨ªa primer jefe de prensa del Barcelona) en Mundo Deportivo, lo que el portero le marc¨® en sus primeros a?os.
¡°Recuerdo que jugu¨¦ en los Maristas, de guardameta. Me compr¨¦ una gorra, unos pantalones largos y unos guantes, con el objeto de parecerme a Ricardo Zamora, el ¨ªdolo de mi ni?ez. ?Imag¨ªnese, hice hasta zamoranas! Sin embargo, lo hice muy mal. Lo m¨ªo es el arte, ?lo c¨®smico!¡±, exclamaba.
As¨ª que el otro Divino, como tambi¨¦n llamaban a Dal¨ª, no tuvo como primera musa a Gala, sino a Ricardo Zamora. Un personaje rodeado de misterio desde su infancia, ya que existen dos posibles fechas y lugares de nacimiento. Incluso la figura paterna est¨¢ en entredicho.
"Me compr¨¦ una gorra, unos pantalones largos y unos guantes, con el objeto de parecerme a Ricardo Zamora, el ¨ªdolo de mi ni?ez"
Salvador Dal¨ª
Durante su carrera y en sus memorias, ¨¦l sostuvo que hab¨ªa nacido el 21 de enero de 1901 en Barcelona. Sin embargo, seg¨²n descubrieron Fernando Arrechea y V¨ªctor Mart¨ªnez Pat¨®n tras una cuidadosa investigaci¨®n, en su partida de nacimiento figuraba el 14 de febrero. En el Registro Civil de la Ciudad Condal aparec¨ªa el nombre de su madre, Mar¨ªa de los Desamparados Mart¨ªnez Mauricio, y se rese?aba que su padre, Francisco Zamora Bon, estaba ¡°ausente¡± durante la inscripcion.
Quien as¨ª lo hizo constar con su firma, y que tambi¨¦n hab¨ªa asistido el parto, era Gaspar Bald¨® Galiana. De profesi¨®n, m¨¦dico. Y, curiosamente, Zamora siempre se referir¨ªa a su padre como un galeno. As¨ª que todo apunta a que Zamora Bon falleci¨® y Bald¨® ejerci¨® como padrastro.
Una ¨²ltima teor¨ªa, que aparec¨ªa en diversos medios de comunicaci¨®n cuando el portero ya era famoso, situaba su nacimiento en Castell¨®n. Una hip¨®tesis de la que no existen pruebas documentales ni fechas, m¨¢s que rumores.
M¨¢s all¨¢ de su nacimiento, Zamora no parec¨ªa que de ni?o fuera camino de forjar ninguna leyenda, pues su aspecto era enclenque y enfermizo. Pero s¨ª de adolescente, ya que debut¨® con el Espanyol a los 15 a?os, el 22 de abril de 1916, cuando su ¨ªdolo, Pere Gibert ¡®El Grapas¡¯, no pudo acudir a la capital para jugar un amistoso contra el Madrid por tener que atender sus negocios. Los pericos lo reclutaron, ¨¦l viaj¨® a¨²n con pantalones cortos, y el f¨²tbol lo atrap¨®. Un estreno, como tant¨ªsimos pasajes en su vida, con tintes literarios.
De blanquiazul sigui¨® hasta 1919, cuando fich¨® por el Barcelona, tras haber prometido a sus padres que dejar¨ªa el f¨²tbol para estudiar, c¨®mo no, medicina. Y en 1922 regres¨® al club de sus amores, pues ¨¦l siempre se signific¨® perico. Tres a?os m¨¢s tarde, se convirti¨® en el primer futbolista profesional de Espa?a. Y en 1930 volver¨ªa a hacer historia en t¨¦rminos econ¨®micos, con su traspaso al Madrid.
El Espanyol lanz¨® un ¨®rdago a Pablo Hern¨¢ndez Coronado, secretario t¨¦cnico de los blancos (un cargo que ¨¦l mismo cre¨®) y que hab¨ªa sido portero y se hab¨ªa quedado a las puertas de ir a los Juegos de Amberes en 1920, donde la Selecci¨®n se colg¨® la plata, precisamente porque Zamora y Agust¨ªn Eizaguirre fueron convocados en su lugar.
En definitiva, el club perico pidi¨® 150.000 pesetas por su venta y el Madrid, contra todo pron¨®stico, acept¨®. Zamora se llev¨® otras 100.000 m¨¢s un salario mensual de 3.000 pesetas. ¡°Un sueldo de ministro¡±, como se conoci¨® en la ¨¦poca un fichaje desorbitado para lo que era aquel f¨²tbol bastante m¨¢s amateur que profesional.
Con Espa?a consigui¨® Zamora, adem¨¢s de la plata ol¨ªmpica y de una memorable actuaci¨®n en Italia-34 (¡°nos birlaron el Mundial", dir¨ªa, tras los pol¨¦micos cuartos de final ante la selecci¨®n anfitriona, pese a lo que fue designado mejor portero del torneo), un r¨¦cord de internacionalidades, 46, que seguir¨ªa vigente durante 53 a?os.
Y a nivel de clubes, conquistar¨ªa dos Ligas como cancerbero blanco (1932 y 1933) y cinco Copas de Espa?a. Con ese palmar¨¦s, y con esa fama mundial, estaba por regresar del exilio en plena Guerra Civil.
¡°Si fueras puerta del campo / y yo fuera delantero / del equipo del Cari?o / F. C., goal certero, / chutar¨ªa sobre tu red, / que no parar¨ªa San Pedro, / que es mucho m¨¢s que Zamora / porque es portero del cielo¡±. Con el poema titulado ¡®Footboll¡¯ (sic), exaltaba Fernando Villal¨®n las virtudes de una celebridad que, con toda su grandeza, hab¨ªa sin embargo atravesado penurias, un encarcelamiento y la forzada marcha a Francia.
Si para los republicanos hab¨ªa representado una amenaza por sus art¨ªculos en un diario conservador, su huida constitu¨ªa conforme avanzaba la contienda una especie de traici¨®n para los nacionales. Algunos art¨ªculos incid¨ªan en esa idea, llam¨¢ndolo ¡°rojo¡± como si de un insulto se tratase. En esa Espa?a que iba camino de una dictadura, desde luego era poco menos que una acusaci¨®n de asesinato.
Pero Zamora ten¨ªa claro que quer¨ªa volver. Porque no hab¨ªa cometido ning¨²n delito y porque no ha podido conseguir llevarse a Niza a su madre, que segu¨ªa en Barcelona, y pasando penalidades. Precisamente esper¨® a que le garantizasen que la vida de Mar¨ªa de los Desamparados no corr¨ªa peligro para regresar a Espa?a
De nuevo junto a su mujer y su hijo, cruz¨® la frontera a trav¨¦s de Ir¨²n y lleg¨® el 15 de septiembre de 1938 a San Sebasti¨¢n. El primer instinto del bando nacional fue retenerlo, pero pronto lo liberaron, por el miedo a que una campa?a internacional en contra del arresto.
As¨ª que Zamora volvi¨® a Madrid. Y lo primero que se encontr¨® fue su casa de la calle Goya patas arriba, completamente saqueada y sin objetos de valor, ni recuerdos de toda su trayectoria. La necesidad de empezar de cero. Y ya no como guardameta¡ Sino como entrenador. Nada m¨¢s acabada la contienda.
La oportunidad le lleg¨® con el reci¨¦n fusionado Athletic-Aviaci¨®n. El club que naci¨® el 4 de octubre de 1939 del Atl¨¦tico de Madrid y del Aviaci¨®n, surgido este ¨²ltimo durante la Guerra Civil. Tuvo que afrontar primero una promoci¨®n para mantenerse en Primera, puesto que el Atleti hab¨ªa descendido justo antes del conflicto b¨¦lico. Pero la super¨®. Y no solo eso, sino que el 28 de abril de 1940 se proclamaba campe¨®n de Liga.
Inmejorable retorno a Espa?a¡ Pues no. Apenas unos d¨ªas despu¨¦s, en mayo, Zamora era detenido en base a la Ley de Responsabilidades Pol¨ªticas promulgada el 6 de febrero de 1939. El apartado 4, por el que fue procesado, prohib¨ªa abandonar ¡°la zona roja despu¨¦s del Movimiento y permanecer en el extranjero m¨¢s de dos meses¡± sin justificaci¨®n. ?l, obviamente, hab¨ªa estado en Francia m¨¢s de dos meses, sin presentarse en la zona nacional.
Como remarca Alfredo Rela?o en sus ¡®366 historias del f¨²tbol mundial¡¯, consigui¨® muy a su pesar ser encarcelado por los dos bandos de la Guerra Civil, y eso que era una de las mayores figuras del pa¨ªs. En efecto, esta vez pas¨® tres d¨ªas encerrado en la c¨¢rcel de Porlier, la misma donde apenas unas semanas antes hab¨ªa sido fusilado su salvador, Pedro Luis de G¨¢lvez. Qu¨¦ caprichos del destino.
La peor represalia en este caso fueron los seis meses de inhabilitaci¨®n que le cost¨® la broma, en los que Ram¨®n Lafuente le sustituy¨® al frente del ya Atl¨¦tico Aviaci¨®n (se prohibieron los nombres en ingl¨¦s), al que regres¨® el 4 de diciembre¡ Y con el que revalid¨® el t¨ªtulo de Liga en marzo de 1941.
Con casi media vida a¨²n por delante, por no decir una nueva vida completa por escribir, Zamora transit¨® entre los banquillos, las secretar¨ªas t¨¦cnicas y alguna que otra incursi¨®n m¨¢s en el cine. Dirigi¨® al Celta, al M¨¢laga, a la propia Selecci¨®n espa?ola, al La Salle de Venezuela y, por supuesto, al Espanyol.
En vida, fue homenajeado con un imponente partido entre Espa?a y una selecci¨®n del resto del mundo que en 1967 reuni¨® a lo m¨¢s granado de la ¨¦poca, entre muchos otros a Rivera, Goyvaerts, Mazzola o Eus¨¦bio. Y a t¨ªtulo p¨®stumo recibi¨® la Medalla de Oro al M¨¦rito Deportivo (curioso que tanto republicanos como franquistas, que lo hab¨ªan perseguido, a su vez lo hab¨ªan condecorado) o su m¨¢s reciente entrada al Sal¨®n de la Fama de la FIFA, en 2012, 36 a?os despu¨¦s de su muerte. La de verdad.
Todo un premio Nobel de la Literatura como Camilo Jos¨¦ Cela bautiz¨® a Zamora como ¡°el Picasso del f¨²tbol¡±. Y lo cierto es que fue un genio, una figura universal y, como se ha podido comprobar, en su vida pas¨® por todas las etapas posibles, incluso por el exilio. Y sus paradas en algunos casos fueron tan novedosas como el cubismo a la pintura.
Nuestro portero cre¨® la Zamorana, ese despeje con el hombro para deshacerse del bal¨®n antes de que los delanteros lo metieran a empujones en la porter¨ªa, al esf¨¦rico y a Zamora, sin que en esa ¨¦poca se pitara falta.
Nuestro portero fue tan medi¨¢tico que se hicieron ¨¢lbums de cromos y chocolatinas con su nombre y su fotograf¨ªa, avanz¨¢ndose d¨¦cadas al marketing que hoy envuelve al f¨²tbol.
"?Qui¨¦n es el presidente de la Rep¨²blica espa?ola? ?El guardameta?"
Stalin, siendo informado del nombramiento de Alcal¨¢-Zamora
Nuestro portero gener¨® frases que a¨²n hoy perviven en el vocabulario futbol¨ªstico, como el ¡°hay dos porteros, San Pedro en el cielo y Zamora en la tierra¡± y, sobre todo, el ¡°uno a cero y Zamora de portero¡±.
Nuestro portero era tan famoso que, cuando la proclamaci¨®n de Niceto Alcal¨¢-Zamora como presidente de la Rep¨²blica lleg¨® a o¨ªdos de I¨®sif Stalin, el presidente de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, asombrado, pregunt¨®: ¡°?Qui¨¦n? ?El guardameta?".
A nuestro portero en Italia lo apodaron Il miracoloso en el Mundial de 1934. Y, en Espa?a, el Divino, un sobrenombre que como no pod¨ªa ser de otra manera lo acompa?ar¨¢ toda la eternidad. Levantando el nombre de Ricardo Zamora a su paso un halo de admiraci¨®n, solo al alcance de un mito, igual que la cal que levantaba ese bal¨®n que ataj¨® en su ¨²ltima parada.