LaVar Ball no ha buscado la fama para hacer amigos. Est¨¢ claro. Y tampoco le preocupa demasiado. Cada d¨ªa que pasa escala una nueva posici¨®n en la imaginaria clasificaci¨®n de supervillanos favoritos de Am¨¦rica gracias a un ¡®superpoder¡¯ poco apreciado: su extraordinaria capacidad para crear pol¨¦mica. Y es plenamente feliz con ello. Le encanta, de hecho. Es un bocazas profesional. Si le ponen un micr¨®fono delante, aprovecha la ocasi¨®n. Ya puede ser para criticar a Luke Walton, el entrenador en los Lakers de su hijo m¨¢s talentoso, Lonzo Ball, o para atizar a otro especialista en no dejar indiferente a nadie, el mism¨ªsimo presidente de la primera potencia mundial, Donald Trump. No hay tema tab¨². Lo que haga falta para que se hable del clan Ball. Y si hay que subirse a un cuadril¨¢tero de la WWE para hacer el ganso, pues tambi¨¦n. No hay escr¨²pulos para este adalid del ¡°que se hable de m¨ª aunque sea mal¡±.
De momento, la jugada no le est¨¢ fallando. M¨¢s bien al contrario. Logrado ya el pasado verano el objetivo primordial de su plan, convertir a Lonzo en un Laker, algo que LaVar se cans¨® de repetir que iba a suceder, todo lo que dice (o hace) se convierte en noticia. Y, gracias a ello, su marca de ropa y calzado (Big Baller Brand) se expande y sus hijos est¨¢n permanentemente bajo los focos. Justo lo que quer¨ªa. Su estrategia ¡®bocachancla¡¯ funciona. Lonzo Ball (base de gran potencial, hay que aclarar) es el novato de los Lakers que seguramente m¨¢s expectaci¨®n ha levantado desde Magic Johnson. Las aventuras de los hermanos peque?os de Lonzo (20 a?os), LiAngelo (19) y LaMelo (16), son seguidas en todo el mundo: se van a jugar a un modesto equipo de Lituania, el Vytautas, y en el d¨ªa de su debut m¨¢s de 120.000 personas siguen el partido a trav¨¦s de Facebook. Hasta la ESPN envi¨® un equipo al pa¨ªs b¨¢ltico para cubrir sus peripecias. Las c¨¢maras y los aficionados siguen a esta m¨¢quina de crear titulares y ¨¦l lo aprovecha en su beneficio. LaVar seguramente tiene muchos defectos, pero tonto no es.
Y s¨ª, el patriarca de los Ball no cae bien a demasiada gente. No hace falta m¨¢s que darse una vuelta por Twitter para comprobarlo. Gana ¡®haters¡¯ cada vez que abre la boca. Y probablemente la presi¨®n que pone sobre los hombros de sus hijos (especialmente sobre los de Lonzo) con sus continuas bravuconadas no sea una gran idea. Sus m¨¦todos son discutibles, es innegable. Pero (ten¨ªa que llegar el pero), hay que reconocerle a este maestro de la verborrea que se maneja como pez en el agua en el ¡®show business¡¯. Y en Estados Unidos pr¨¢cticamente todo se convierte en un espect¨¢culo, desde la pol¨ªtica al deporte. Si alguien tuviera la extra?a tentaci¨®n de salir en defensa de este monstruo medi¨¢tico llamado LaVar siempre podr¨ªa alegar que aporta su granito de arena al mundo del entretenimiento. Es m¨¢s, a su (discutible) manera, hasta podr¨ªa decirse que contribuye a poner el baloncesto y a la NBA en las noticias (no obstante, es muy probable que ninguno de los dos le necesiten, a pesar de que los dirigentes del Vytautas le estar¨¢n muy agradecidos por situarles en el mapa). Sea como fuere, parece evidente que consumimos lo que nos vende. Y a veces hasta nos re¨ªmos con sus andanzas (puede que en secreto, eso s¨ª). Tal vez, aunque no lo queramos reconocer, el circo de LaVar nos distrae y nos divierte. E incluso cabe la posibilidad de que queramos m¨¢s, aunque no lo admitamos p¨²blicamente... ?O no?