?Qui¨¦n era Francisco Paesa, el esp¨ªa que muri¨® dos veces?
El que fuera agente de los servicios secretos espa?oles desarroll¨® su vida en la clandestinidad p¨²blica hasta que, en los noventa, su popularidad subi¨® como la espuma por el caso Rold¨¢n.
Su historia es la de un hombre que vivi¨® en la clandestinidad, que movi¨® los hilos de todo un teatro de marionetas cuando le interes¨® y que los cort¨® cuando supo que deb¨ªa hacerlo. Es una de esas vidas que rozan el anonimato, protagonizada por uno de esos individuos que parecen infinitos: de los que dan la sensaci¨®n de que han estado siempre, de los que responden ¡°nadie¡± a un ¡°?qui¨¦n eres?¡±, de los que, como la materia, ni se crea, ni se destruye. S¨®lo se transforma.
Francisco Paesa fue agente de los servicios secretos espa?oles. Un esp¨ªa de los del siglo XX, cuya popularidad se catapult¨® en la d¨¦cada de los 90 por el ¨²ltimo de sus ¡®golpes¡¯. En esa ocasi¨®n fue el c¨®mplice de quien fuera director de la Guardia Civil, Luis Rold¨¢n, cuya fuga del pa¨ªs orquest¨® junto a Paesa. Sin embargo, su historia viene de atr¨¢s. De muchos a?os atr¨¢s.
Sus inicios empresariales y los a?os en Suiza
Naci¨® en Madrid, tres meses antes del golpe de Estado del 36. No termin¨® la carrera, quiso dedicarse a los negocios y mont¨® una inocente helader¨ªa en la costa mediterr¨¢nea. No parece una historia que vaya a torcerse. Pero algo debe tener el mare Nostrum, cuyas aguas tambi¨¦n fueron la cuna empresarial de Berlusconi, que cantaba de crucero en crucero hasta que dio con la nota mayor.
Ya en 1968 llev¨® a cabo varios negocios con Francisco Mac¨ªas, el primer presidente democr¨¢tico postcolonial de la Rep¨²blica de Guinea Ecuatorial. Tambi¨¦n el primer dictador de la misma etapa. El plan era abrir un banco central en el pa¨ªs africano, que empezaba a caminar con nuevos aires de independencia: una estafa.
Se vio obligado a huir a Ginebra, donde cosech¨® una curiosa fama de playboy por el romance que manten¨ªa con la empresaria Danielle Tulli, a quien arruin¨®, y, especialmente, con la viuda del presidente de Indonesia, Dewi Sukarno. De hecho, con la segunda lleg¨® a anunciar nupcias. Y es en la urbe suiza donde mezcla nuevas relaciones clave, que a la postre dieron cuerda a sus aventuras como esp¨ªa, con nuevos timos bancarios urdidos de manera criminal e inteligente. Engrosaba su agenda y su cuenta a partes iguales.
Espa?a: un caballo de Troya y una falsa muerte
Cuando reapareci¨® en el panorama espa?ol el pa¨ªs era diferente. Ven¨ªa de cumplir condena por sus operaciones en Suiza y corr¨ªa el a?o 1986 cuando decidi¨® introducir un caballo de Troya en ETA. La banda terrorista le compr¨® a Paesa dos misiles antia¨¦reos. Y el esp¨ªa, que se hab¨ªa hecho pasar por traficante de armas, aprovech¨® para depositar en el interior de cada uno sensores de localizaci¨®n. Este movimiento fue el punto de partida en el conocimiento que ten¨ªa el gobierno espa?ol sobre la banda terrorista. Esta jugada le cost¨® dos a?os despu¨¦s una orden de b¨²squeda y captura.
Y as¨ª se llega a 1994. Paesa ya estaba curtido y hab¨ªa gastado varias vidas cuando se convirti¨® en el testaferro de Rold¨¢n. El exesp¨ªa le ayud¨® a ocultar en para¨ªsos fiscales la fortuna que hab¨ªa hecho mediante comisiones ilegales por la reforma de casas cuartel. Tambi¨¦n fue su c¨®mplice en se huida de Espa?a. Y tambi¨¦n la persona que pact¨® con la Justicia espa?ola revelar su paradero, convenci¨¦ndole para entregarse a cambio de dinero. Como hac¨ªa todo.
Hasta el ¨²ltimo de sus d¨ªas Rold¨¢n acus¨® a Paesa de haberse quedado con el dinero mientras ¨¦l contaba los d¨ªas en una prisi¨®n. El veterano agente de los servicios secretos espa?oles quiso ser hacerse olvidar. Y lo hizo a su manera. Public¨® en 1998 una esquela en El Pa¨ªs donde se anunciaba su propia muerte. Pero no era sino la pen¨²ltima de sus vidas. En 2004 El Mundo revel¨® que todav¨ªa estaba vivo. Se hab¨ªa marchado a un peque?o municipio franc¨¦s, de apenas 28.000 habitantes, cercano a Par¨ªs. Y all¨ª falleci¨® el 3 de mayo del presente a?o, despu¨¦s de una vida en el plano de la clandestinidad p¨²blica. Tal y como inmortaliz¨® Alberto Rodr¨ªguez en el s¨¦ptimo arte, su identidad fue la de un hombre con mil caras.